El hombre que no quiso ser destino
se prometió a sí mismo
no fallarle al presente,
no acertar en pasado
ni prevenir errores
que su piel no pudiera imaginar.
Aún así, cada día, cuando iba a la oficina,
evitaba las calles con andamios,
le aterraba mirarse en el espejo
y cruzaba los dedos cuando los gatos negros
pasaban por delante
con ojos amarillos que decían:
-¿por qué nos tienes miedo?,
si tú nunca has querido ser destino.
-Tenéis razón, pensaba,
maldito el adivino que se sentó a mi mesa:
serás lo que decidas y no tendrá el azar
nada que ver contigo.
En un papel guardaba la promesa
que ahora le asustaba.
Que mis pasos no sigan un camino,
mejor que sean mis manos
las que busquen tu amor.
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Círculo de poesía.
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