Fotografía tomada de Revista Ping Pong |
El suicidio como tema central de la literatura y más, como tema central de las conversaciones, sacude al primer instante. Luego, habrá quien tome distancia: el estigma, el pecado, la culpa, su legado; otros, ahondarán en ese torbellino (¿siempre hacia el fondo?), llevarán registro fiel del suceso, escribirán e interpretarán la caída, esa otra libertad, esa evanescencia. Alejandro Tarrab (Ciudad de México, 1972) escribe sobre el suicidio, sobre esos espacios vacíos que deja; nos ofrece su visión, a veces gris, a veces transparente de su propia experiencia: “Carmen Fernández Marroquín, su abuela, se disparó el 25 de abril de 1977. No dejó nota de suicidio”. “Siempre me incomodó y lastimó el silencio alrededor de este tema, reconoce Alejandro (le envíe un pequeño número de preguntas que contestó de manera inmediata), creo que ahí comenzó a gestarse este libro”.
Caída
del búfalo sin nombre. Ensayos sobre el suicidio
(2015) originalmente en ISSUU, ahora albergado en el sitio virtual http://bufalosinnombre.com/
y que el lector puede descargar libremente, está compuesto por siete apartados:
“Ordenamiento”, “Maldición”, “Superstición”, “Genuflexión”, “Dolora (un
retrato)”, “Paleografía con fuego”, “Caída del búfalo sin nombre”. No estamos
frente a un libro ceñido por el academicismo. Antes bien, es una propuesta
literaria que coquetea sin escrúpulos con el diario, la poesía y en determinado
momento con la novela. Carmen Fernández o la construcción del personaje (sin
olvidar que se reconstruye a partir de la memoria) puede ser tan fatal como Yocasta;
en Edipo rey al enterarse de que era esposa y madre
del rey da fin al infortunio sufrido por el destino, se corta el cabello y con
una cuerda trenzada se cuelga. Hay una cercanía con el trabajo de Pascal
Quignard, escritor francés. Su novela Sombras
errantes (2007) propone este rompimiento de fronteras.
El escritor ordena los
espacios (tomo una expresión de Darwin Bedoya, sobre el libro Degenerativa, Bonobos, 2010, también de
Tarrab) y los configura en la transversalidad de un bagaje cultural infinito. Una
costumbre del autor, por cierto. Estos ensayos (me hacen pensar también en
muchos textos-ensayos-pinturas de Michaux) están escritos a partir de múltiples
enfoques: la literatura, la sociología, la historia, la antropología, la
influencia de las tecnologías digitales. También hay cercanía con “Walter
Benjamin y Eliot Weinberger —asegura Tarrab. Una figura clave para esta
escritura fue, sin duda, Pascal Quignard. Sobre todo sus libros: El odio a la música, Retórica especulativa y Las sombras errantes. Me gusta pensar en
el ensayo como una prueba, un camino en el que se incide, una divagación en la
que no hace falta demostrar nada en sentido absoluto, sino sólo marcarlo y
remarcarlo. Opté por este modelo porque creo que va perfectamente con lo que
soy, es mi retrato”.
El libro comienza (“Ordenamiento”)
a partir de la contemplación del niño. El adulto lo observa, lo vive en la
búsqueda de su identidad, sexualidad, destino. El adulto, el autor mismo, lo observa
desde todos los ángulos posibles. Sólo así evoca aquel episodio: Carmen ha
muerto de un paro cardiaco: se arrodilla al pie de la cama de la abuela “para
hablar con Dios, rendirse para husmear lo inaccesible”. El niño, lo sabrá años
después, presenciará la culminación del suicidio. No hay corazón, no hay cielo,
no hay Dios. Sí, una aproximación y quizá en ese momento íntimo, aislado del
resto del mundo, la escritura que arrojará luz sobre aquella tarde.
Es un libro
autobiográfico pero también, en palabras del autor, de ficción: “La memoria es
un simulacro, algo deforme y cambiante, pero nos sostenemos de ella. En el
libro están esos recuerdos, pero también conversaciones con distintos
familiares, silencios y tachaduras de otros. Al final quedaban huecos que tuve
que llenar o abandonar”.
Degenerativa
(conjunto de poemas que antecede temas tratados ampliamente en estos ensayos,
Carmen como uno de sus personajes) es poesía-collage, impresiones de mundos
posibles, sueños múltiples, superpuestos, trastocados. Sueños, sobre todo
sueños de imágenes opacas, difusas. En el poema intitulado (hablo nuevamente de
Degenerativa, Premio Nacional de
Literatura Gilberto Owen 2009) “Mi padre entonó el sueño de los tedios…”
explica: “Sueño, como el embrión que emprende, desde el santuario de la noche,
la vida de los animales. Para volcar de un solo golpe el revestimiento de los
días. Entonces me siento a escribir y entono las visiones grises y aburridas de
mis antepasados, que son las visiones de mi cuerpo y de mi pensamiento. Miradas
deslucidas de caminatas largas por la ciudad…” En estos ecos, mecanismos psicológicos
y giros imaginativos, Caída del búfalo
sin nombre. Ensayos sobre el suicidio, mantiene correspondencia y la poesía
y la prosa se conjugan; en palabras de Tarrab “un libro (se refiere a Caída del búfalo…) que se aparta del
ensayo y se acerca por momentos o en su totalidad a la poesía y a otras formas
de narrativa”.
Pero ¿qué es el
suicidio? Tomo tres definiciones del apartado “Maldición”: “El suicidio es un
acto de acentuación, una búsqueda en el abismo que otorga la caída”; “El
suicidio es un movimiento extremo que se pronuncia desde la ira, desde la savia
y la aflicción”; “El suicidio y los contramovimientos que suceden al acto del
suicidio son una imprecación: maldigo esto, a ése, éste o aquél, maldigo con mi
acto lo que desconozco, a quienes no llegaré a conocer, maldigo la muerte
suprema que habita en el cielo, lo bajo y fondo, lo maldigo de veras (maldigo
muerto por muerto y al vivo de rey a paje, al ave con su plumaje, yo la maldigo
a porfía, las aulas, las sacristías porque me aflige un dolor, maldigo el
vocablo amor con toda su porquería)”. Esta última, hace referencia a Violeta
Parra que jugó a hacerse la muerta: “En su carpa La Reina, Violeta Parra cogió
un revólver como se coge un ramo de cuchillos, el mango de artillería para
entonar la guerra”.
El suicidio tomará su
verdadero significado a partir de la fotografía de David Wojnarowicz “en la que
se ve a varios búfalos despeñándose, uno de ellos —el primero en el salto— a
más de 180º, absolutamente de cabeza. // Anotación: En una suerte de ritual,
las tribus Niitsítapi o Blackfoot orillan a estos animales míticos hacia el
abismo”. Confiesa Tarrab en entrevista: “El título nació definitivamente a
partir de esta fotografía. La combinación de esa imagen con la frase detonante
‘el suicidio es hereditario’”. Niño y adulto se enfrentan al evento colateral:
“En aquella llamada de silencios, lo que vino a mí fue esa primera imagen o
sensación de la imagen, la de la muerte en masa, la de una casta de búfalos
arrojándose al vacío”. Aquí se revela el eje simbólico del libro: el suicidio,
los suicidios en masa (¿podremos decir en familia?), son búfalos que se arrojan
de cabeza al vacío. Búfalos sin nombre, correlación con la imagen intitulada de
David Wojnarowicz pero también con ese afán de libertad, de desaparecer.
El búfalo, como
elemento simbólico, tiene su itinerario. El libro abre con una cita impactante
de Georges Bataille: “Aún hoy se degüella a un gran número de búfalos cuyo
sacrificio es, según Sylvain Lévi, una ‘pesadilla inolvidable’: por medio de
incisiones precisas y complicadas, se trata de dejar salir un chorro de sangre
que fluya hacia el ídolo”. En otro momento, el búfalo será parte de un sueño:
“Esa noche, ya entrada la primavera y con ella la fiebre y las primeras
migraciones, soñé con un búfalo pastando cerca del acantilado. Nos mirábamos
entre los pastos altos, entre la yerba. Sus ojos eran cristalinos y oscuros,
igual que los míos. Bestia y niño, igual que los trazos primigenios y oblongos
de las cavernas. De lejos, todavía temiendo una embestida, le pedía a aquel
búfalo un nombre para andar más digno por estos rumbos, pero no supo dármelo”. Los
sueños, el sopor de los sueños, gravitan en el aquí y el allá del libro, son
parte del itinerario del búfalo. En éstos: la madre, el padre, las fotografías:
esa en la casa de la abuela o aquellas dos impresas en gran formato
(C-Printmounted en Dibond, lámparas de varias dimensiones): “En la primera,
vemos a una niña de seis u ocho años, mi abuela, sentada en una silla de
madera, mirando y sonriendo tímidamente hacia la cámara, tal vez por encargo.
La segunda —reverso de la fotografía original— es una carta de la misa niña
dirigida a su madre. Está fechada y firmada el 14 de febrero de 1923”.
Pero retomemos la
presencia concluyente del búfalo. O dicho de otro modo: retomemos el juego, es
decir: la caída, jugar al búfalo, jugar al hombre. Hay animales que se hacen
los muertos para sobrevivir, escribe Tarrab, sin embargo, para entonces, cuando
la vida exige otras decisiones, el suicidio ha corrompido. Esto es lo que
sostiene la siguiente frase: “El suicidio (caída hacia arriba o una caída hacia
el abismo), es hereditario”. ¿La escritura puede salvarnos de ese final? ¿Es
esta la razón por la que Alejandro Tarrab, poeta, ensayista, autor de diversos
títulos, nos entrega este libro? ¿Una forma de redimir, redimirse, cortar de
tajo ese abandono, esa felicidad lisiada?
Los capítulos de Caída del búfalo sin nombre son un único
entramado, de ahí su fuerza, su exactitud. En “Genuflexión”, por ejemplo, se
amplía el episodio donde ellos, los niños, son invitados a ponerse de rodillas
junto a la madre. El motivo original (la construcción de sus mismos elementos),
se amplía: “Cuando mi abuela murió, mi madre nos hizo hincar, a mi hermano y a
mí, al pie de su cama (genu flectere:
arrodillarse para hablar con Dios, rendirse para husmear lo inaccesible)”. El
acto de arrodillarse, asociado con la penitencia o con nuestra posición más
humilde ante Dios o la postura que nos ayuda a establecer una comunicación muy
personal con Él, constituye otra forma de sacrificio: “provoca el
adormecimiento de las extremidades, del cuerpo y, finalmente, del espíritu”;
“implica poner el cuerpo escindido, desorganizado, desligado —como en las
pinturas de Francis Bacon— a la espera: Dios, padres, ¿puedo ya levantarme?”.
“Dolora, un retrato”,
“Paleografía con fuego” y “Caída del búfalo sin nombre” son puntuales en la
redención de aquella historia. La introspección (el yo lírico), se volverá hacia
el otro, los otros, el lector, los lectores: el suicidio es memoria colectiva.
“Paleografía con fuego”, por ejemplo, retoma la pieza del mismo nombre que se
exhibió, del 16 de julio al 30 de agosto de 2014, en la galería House of Gaga
(Ámsterdam núm. 123, Ciudad de México), como parte de la exposición colectiva
“Todos los originales serán destruidos”. Al parecer Tarrab insiste: los
suicidas se llevan “los recuerdos y las vinculaciones de su vida con otras
vidas”. En Vice (http://www.vice.com/es_mx/read/todos-los-originales-seran-destruidos)
se explican las razones de este “extraño experimento”. Y aquí otro cruce, otra
asociación: “En el libro me refiero a una conversación telefónica que sostuve
con mi madre. Esto es real, literalmente me dijo: ‘el suicidio es hereditario’.
Y creo que esta aseveración fue lo que me dio el verdadero impulso. Tenía que
escribir sobre esto. Más o menos fue en 2009. Me llevó cinco años escribir el
libro”. Tarrab ha cruzado el horizonte de sus propias referencias y por
supuesto, contrario al resultado esperado: el tiempo borra rostros, gestos,
sombras, ha hecho de la tragedia, del cuerpo y el alma de la tragedia, “figura
de resistencia”.
A manera de conclusión
Caída
del búfalo sin nombre, como ya mencioné, lo podemos
descargar libremente. Esto es interesante desde el punto de vista del uso de
las herramientas digitales en la publicación de una obra literaria como de la
propia difusión. Es brincar procesos que para muchos resultan tortuosos si a
editoriales nos referimos y más si éstas no muestran el respeto necesario para
la obra en cuestión. Ante este panorama, estas plataformas, son una alternativa.
Sin olvidar, por supuesto, que lo más importante (independientemente si se lee
en dispositivos electrónicos o libros físicos), es la convivencia que se
establece con la obra literaria. Pospelov, G. N. en su texto “Literatura y sociología”, contenido en
el libro Sociología de la creación
literaria (1984), redondea este punto: “Las obras literarias son los
depósitos más transparentes del pensamiento creador; en su fondo brotan las
fuentes de la vida social que las nutren”.
Twitter:
@contreras_nadia
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