CRÓNICA La masacre de Tlatelolco | Sergio Aguayo


A las 17:30 dio inicio el mitin 

Quienes estuvieron presentes coinciden en que había inquietud y tensión. El primer orador informó que se suspendía la marcha al Casco de Santo Tomás para “no exponer a los estudiantes a ser masacrados por los ‘goriloides’”.
     De acuerdo con el reporte del espía de Gobernación el líder estudiantil añadió que “no es de nuestra competencia lanzar a nuestro contingente contra el ejército, a sabiendas de que seremos vencidos; esto lo haremos cuando nos consideremos fuertemente organizados con el pueblo y entonces emprenderemos una marcha hacia Palacio Nacional”.
     En el centro de control del piso 15 de Relaciones Exteriores se encontraba Francisco Borrego Peña, funcionario de esa secretaría. Cuando lo entrevisté me confirmó la fama que lo precedía de tener una memoria privilegiada. Relató con enorme detalle el momento en que “uno de los hombres que veían al exterior con prismáticos informó a los que estaban en los teléfonos que estaban llegando los camiones del general [José Hernández] Toledo [comandante de paracaidistas]. Cuando uno de los que estaban en los teléfonos dijo ‘ahora’ otro se dirigió sin decir palabras a una bolsa y sacó una escopeta de cañón corto niquelado, que cargó con un cartucho; se acercó a la ventana, que en aquellos años todavía se podía abrir en su parte superior. La apuntó hacia arriba y al recibir una indicación de uno de los hombres al teléfono, apretó el gatillo y salió una luz de Bengala que estalló en lo alto, por la zona de las pirámides. Repitió esto tres o cuatro veces. No recuerdo cuál fue primero si el verde o el rojo, pero usó bengalas de esos dos colores”.
     La primera bengala cruzó el cielo a las 18:10 horas, momento preciso en el cual un agente de Gobernación informaba desde un departamento que daba a la plaza que “en este momento el ejército entra para dispersar a los asistentes”. Eran los Fusileros Paracaidistas, tropa de élite, encabezados por el general Hernández Toledo, quien “a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran”. Cuando decía esas palabras el general recibió una “descarga desde varios edificios, tocándole una bala” que le pegó en la espalda con trayectoria de arriba hacia abajo. Fue relevado en el mando pero ya se había generalizado la balacera y el caos. El desorden pudo haber sido provocado o accidental. Todo depende de cómo se interpreten las órdenes tan diferentes que mandaron las luces de Bengala.
     El batallón Olimpia fue sorprendido por los impactos de las balas golpeando los muros. Gritaban desesperados “¡Batallón Olimpia!, ¡No disparen!” Luis González de Alba se encontraba en ese lugar y me relata que “arrastrándose con los codos, comenzaron a reunirse en grupos tirados en el suelo y se pusieron de acuerdo para gritar al unísono con la esperanza de que los alcanzara a oír algún mando del Ejército regular. Contaban: uno, dos, tres […] Y gritaban. No los oyó nadie”. Disparaban sus armas hacia donde salían los flamazos de un enemigo que parecía estar en todos lados, mientras protegían a los detenidos.
     La multitud huía despavorida. Iban y venían, hacían remolinos de desesperación; algunos caían, otros se levantaban o permanecían inmóviles por el terror o porque se les había esfumado la vida. En menos de dos minutos la plancha fue desocupada por la multitud porque, si se recuerda, había una orden: el “desalojo de los estudiantes tenía que hacerse por medio de un movimiento envolvente que les dejara una salida”. La multitud escapó por los huecos dejados por los militares.


Según el parte enviado por el comandante de la Operación Galeana, general Crisóforo Mazón Pineda, “el fuego obligó a las tropas a cubrirse” y por su “intensidad” sus tropas tuvieron que permanecer al “abrigo del puente [que está sobre San Juan de Letrán], ya que en ese momento no era posible cambiar de ubicación”. Los francotiradores estaban bien entrenados, según Mazón, “era bastante difícil localizar a los tiradores apostados en las ventanas y azoteas de los edificios, debido a que aparentemente cambiaban frecuentemente de emplazamiento”.
     Por razones que yacen en el trastero de los enigmas, los granaderos ubicados en la azotea de la Secretaría de Relaciones Exteriores empezaron a disparar. Algunos de los que estaban abajo respondieron barriendo los pisos altos de la Secretaría; destrozaron 14 ventanales e hirieron a un empleado en el piso 17. En la sede de la diplomacia mexicana todavía quedaron, muchos años después, algunos de los orificios que hicieron las balas en las placas de acero.
     Eran todos contra todos. Desde los helicópteros tiraban contra los que se encontraban en las azoteas o edificios. Los agentes de la Judicial del Distrito Federal también echaban bala y un vecino se tomó el tiempo para disparar con toda tranquilidad contra los soldados que estaban pecho a tierra en la plancha de la plaza. Aunque el Consejo Nacional de Huelga nunca aprobó la utilización de armas, hay evidencia de que una veintena de estudiantes portaban armas de bajo calibre.
     De acuerdo con el parte elaborado por el general Mazón “el (primer) tiroteo se prolongó por espacio de 90 minutos”. Otra refriega empezó a las 23:00 y duró aproximadamente 30 minutos. En las dos horas de fuego cruzado, policías y soldados se mataron o hirieron entre sí. Uno de los grandes misterios sigue siendo la cantidad de efectivos gubernamentales que perdieron la vida. Es un hecho relevante que discutiré. En algún momento de la primera hora y media de combate el general García Barragán se enteró de que sus hombres habían caído en una emboscada. En una parte de sus textos dice que “surgieron francotiradores de la población civil que acribillaron al Ejército y a los manifestantes. A esos se sumaron oficiales del Estado Mayor Presidencial”. A los civiles sólo los mencionó una vez por lo que sigue siendo una pista inexplorada. Tal vez nunca existieron, pero a lo mejor sí hubo otros francotiradores.
     García Barragán tenía bien claro que la principal responsabilidad la tuvieron los “terroristas” que identifica como “diez oficiales armados” que el “general Luis Gutiérrez Oropeza mandó apostar, en los diferentes edificios que daban a la Plaza de las Tres Culturas […] con órdenes de disparar sobre la multitud ahí reunida. Todos pudieron salirse de sus escondites, menos un teniente que fue hecho prisionero por el Gral. Mazón Pineda”. Gutiérrez Oropeza lo confirmó cuando habló con él por teléfono para decirle: “Mi general, de orden superior envié 10 oficiales del [Estado Mayor Presidencial] armados […] para apoyar la acción del Ejército contra los estudiantes revoltosos”.
     Al terminar la batalla, la Procuraduría General de la República informó haber decomisado 1,081 bombas incendiarias, “tres subametralladoras, 15 rifles, 4 escopetas, 4 carabinas, 41 revólveres, 9 pistolas escuadras, 77 cajas de cartucho de diversos calibres” y otros utensilios militares. En las fotografías de ese armamento se observa que los 15 rifles contaban con la mira telescópica que distingue a los francotiradores. Tal vez no fueron diez sino quince francotiradores.
     Hay otros vacíos importantes sobre eventos puntuales de ese día. Abundo en uno de los más relevantes. ¿Por qué ordenaron el presidente o Echeverría una filmación tan meticulosa del evento? Frases sueltas me hacen suponer que Díaz Ordaz y Gutiérrez Oropeza planearon la muerte de unos cuantos y las imágenes servirían para demostrar que el movimiento cívico-juvenil había atacado al ejército. Sin embargo, dada la complejidad del operativo y la cantidad de unidades y corporaciones con órdenes contradictorias, la situación se salió de control. Tal vez por ello destruyeron las filmaciones que quizá tenían pensadas para justificarse ante la opinión pública internacional.
     Sea como fuese, la evidencia es incontrovertible. La mayor parte de los francotiradores que desencadenaron la bacanal de violencia eran oficiales del Estado Mayor, enviados por el general Gutiérrez Oropeza por órdenes del presidente de la República.


Después de la batalla

Aquella noche llovió de manera intermitente mientras el fuego consumía secciones del edificio Chihuahua de donde manaron arroyos artificiales que nacieron de tuberías destrozadas por las balas.
     En ese ambiente fantasmagórico inició la evacuación de los miles de detenidos, el traslado de los líderes al Campo Militar Número 1 y llegaron los equipos encargados de recoger los cadáveres y llevarse a los heridos. A las siete de la mañana del 3 de octubre se presentaron las brigadas de limpia del Departamento del Distrito Federal que lavaron, cepillaron, recogieron una gran cantidad de zapatos, agujetas y cinturones, mientras ordenaban una Plaza de las Tres Culturas utilizada en los sacrificios rituales hechos para honrar al Señor Presidente. Mientras eso pasaba en Tlatelolco, en otros lados empezaba la batalla por imponer un relato de lo sucedido, tema que trataré en los siguientes capítulos.
     La tarde del 2 de octubre, el movimiento cívico-estudiantil mostró al mundo su expresión más pacífica, civilizada y mesurada mientras el régimen se quitó la máscara para exhibir a un gobierno despiadado, capaz de asesinar a sangre fría a opositores desarmados. Y lo hizo, paradójicamente, diez días antes de la mayor celebración universal de la paz y la concordia: los Juegos Olímpicos.


Sobre la inclusión de este fragmento y las imágenes: 
Fragmento tomado del libro De Tlatelolco a Ayotzinapa (Editorial Ink, 2015) de Sergio Aguayo Quezada. Bitácora de vuelos quiere mostrar una voz imprescindible en el estudio y análisis de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 y, por supuesto, su repercusión en nuestra historia actual. De ahí, que incluyamos en nuestras páginas este fragmento, correspondiente a las páginas 158 a 166, apoyando de esta manera la difusión de la obra. Se eliminaron los números de citas, por ello, suplicamos al lector y estudioso, acudir a la fuente original para hacer uso debido del material de consulta.

Título: De Tlatelolco a Ayotzinapa
Autor: Sergio Aguayo Quezada
Idioma: Español
Editorial: Ink
Categoría: Ensayo

Imágenes tomadas de las páginas: 162, 164, 170.

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