DI(VAGACIONES) Volver a los clásicos | Marisol Vera Guerra

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Hace algunos años alguien del mundo cultural me preguntó por qué sólo me gustaba leer a escritores muertos, en alusión a que, ante la común pregunta “y qué estás leyendo ahora”, en lugar de hacer gala de conocimientos sobre literatura contemporánea, solía responder algo como La Odisea o El Quijote. Simplemente dije algo muy parecido a lo que diría hoy: no me parecía que las obras de arte pertenecieran al tiempo, ni que un autor muriera mientras se le siguiera leyendo.

Claro que una obra no puede ser entendida fuera de su contexto –de por sí, una pieza literaria permite tantos matices en la lectura como lectores haya–; sería ridículo asomarnos a La Odisea sin tomar en cuenta la época en que se escribió (S. VIII a.C.), pero si ha sobrevivido cerca de tres milenios es porque en cada generación este libro tiene algo que aportar.


La Real Academia de la Lengua Española define el término “clásico” de la siguiente manera: “Dícese del autor o de la obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier literatura o arte”.

En el sentido aquí expuesto, los clásicos son nuestros modelos a seguir. La Iliada sigue vigente porque es un retrato universal de la naturaleza humana, porque trata todos los grandes temas: la vida, el amor, la muerte, ¿qué se puede decir fuera de ellos? Cualquier otro tema no será más que una variación de éstos.

Leer los clásicos, especialmente los escritos en nuestra lengua, solía ser un consejo muy escuchado por los escritores en formación, hasta hace unas cuantas décadas. Estamos ahora –he oído decir, en más o menos estas palabras– en la primera generación que no tiene que recurrir a los clásicos porque éstos ya permean toda la vida, todas las obras de arte. Así, por ejemplo, si yo leo a Vargas Llosa, quien es un gran lector de Cervantes, será como haber leído a Cervantes. Por ende, si leo a otro autor, lector de Vargas Llosa, será como haberme leído a ambos –a Vargas Llosa y a Cervantes– a través de este método ahorrativo.

En la era de la información se produce un fenómeno sin precedentes, cada dos o tres años producimos en el mundo una cantidad de información equivalente a toda la producida en la historia de la humanidad hasta antes de 2003. Nadie tiene tiempo de leer todos los libros –impresos o electrónicos– que se producen al año. Por otra parte, la vida práctica nos obliga a invertir la mayor parte de nuestro tiempo en actividades utilitarias, ¿quién, con una familia qué mantener y un trabajo al cual responder, se da el lujo de acabar las obras completas de Tolstoi?

Celebro la forma en que muchos autores de nuestros días transfiguran la obra de autores clásicos y de este modo hacen que Homero y Virgilio lleguen al cine, al Twitter y a las regiones más insospechadas del orbe. Sin embargo, a mi gusto, nada sustituye la riqueza de una lectura de primera mano –o hasta donde sea posible aproximarse, tomando en cuenta las traducciones. 


Sí, los clásicos están presentes, incluso, en nuestro lenguaje cotidiano y aunque no recurramos intencionalmente a ellos estaremos dentro de ellos. Pero, en mi caso, y aunque ahora ya leo con frecuencia literatura contemporánea, no puedo imaginarme sin Dante o Cervantes en mi cabecera.



Marisol Vera Guerra. Escritora, editora y dibujante empírica. Su obra abarca los géneros de poesía, ensayo, narrativa y dramaturgia. Además experimenta con el videopoema y el performance. Coordinadora de talleres de escritura creativa y de fomento a la lectura. Ha publicado seis poemarios; sus libros más actuales son Canciones de espinas, Poetazos (2014) yGasterópodo, Ediciones El Humo (2014), incluidos en la Enciclopedia de la Literatura en México, ELEM. Obra suya aparece en siete antologías, la más reciente: LA LUNA E I SERPENTI, prima antologia di landai ispanoamericani, Progetto 7Lune (2015). Becaria del ITCA en 2010 con la investigación literaria sobre la Huasteca: Imágenes de la fertilidad: canciones al hijo del viento. Su columna “Páginas de tierra” se publica en el periódico La Razón, de Tampico.

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