Messi me hace feliz así como está: sin mundiales, sin copas américas, sin copas de leche. Me gusta verlo jugar y es todo lo que quiero de él. Messi no tiene el relato de Victor Hugo ni el “me das cada día más” de Valeria Lynch. No le pidamos que nos devuelva la infancia del ’86. Entenderá que hay que seguir intentándolo, se secará las lágrimas y volverá a hacernos felices. Alejandro Wall escribe un texto generacional sobre Lionel, Diego y la desolación por las finales que terminan mal.
Son las 20.30 del sábado, falta un día para que la selección pierda su tercera final en tres años y Lionel Messi escupa su renunciamiento histórico, pero si scrolleamos el timeline de Twitter hay gente que vive en 1986 y transmite un partido desde México. Diego Maradona le hace dos goles –golazos- a los belgas. El resultado se anuncia en presente: la Argentina es finalista, va a jugar contra Alemania. El recurso puede ser divertido y consiste en contarnos el Mundial más paradisíaco para los argentinos en tiempo real, como si lo estuviéramos viviendo ahora mismo, una epifanía online planificada que nos devuelve un rato a la infancia.
Y creo que fue antes del suplementario, ya ni importa, cuando en el estadio de Nueva Jersey en el que vivimos la tercera pesadilla se escuchó a Rodrigo cantando la Mano de Dios, el Maradó, Maradó. Aunque se tratara de un guiño a la argentinidad, sobre todo en ese instante crucial, cuando ya se nos había repetido la escena de Gonzalo Higuaín errando en un mano a mano, la musicalización del Potro se pareció a otra forma del karma que le pisa los talones a Messi, el recuerdo permanente de Diego, la comparación a toda hora, un espejo brutal que le devuelve la imagen de lo que no es.
Nos pasamos estos años diciéndole a Messi cómo tenía que hacernos felices. Y se lo recordamos durante todo este junio con una nostalgia de alta intensidad; mostrándole la fórmula maradoniana de México 86. Un día después de que metiera su tiro libre supersónico contra Estados Unidos pasó algo que, aunque resulta obvio, no deja de ser impresionante: sin tiempo para disfrutar lo que teníamos a mano –para disfrutar a Messi- nos armamos una cadena nacional para revivir la obra de arte de Maradona contra los ingleses. No lo juzgo, yo mismo participé de esa jornada retro: se cumplían 30 años del partido más maravilloso que nos dio el fútbol; el que tiene al gol más lindo, el que tiene al gol más redentor y el que tiene todo ese morbo bélico envuelto en los cuartos de final de un Mundial. Y lo recordamos porque después de eso no tuvimos casi nada. Básicamente, no volvimos a tener otro
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Revista Anfibia
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