CUENTO La marcha nupcial | Liz Magenta


Todos los días sube por la reja de la Catedral hasta alcanzar el bronce verdoso de los ángeles. En su condición de petrificación las estatuas soportan una más de las acostumbradas golpizas.  El hombre se exalta, les grita blasfemias a los oídos del metal carcomido por los siglos, los culpa de añejos dolores, escupe rabioso en las caras de los inocentes inmóviles sin sospechar que ellos han velado su sueño muchas noches, sin saber que han sido ellos quienes han detenido la navaja a punto de cortar la piel de sus muñecas ebrias. Pero un chispazo de conciencia estalla en su memoria y casi de inmediato se arrepiente, vierte un llanto infantiloide y besa las mejillas frías de los seres alados suplicando su perdón.

Cuando se siente perdonado lleva su cuerpo delgado y maltrecho al templo. Deambula bajo las bóvedas doradas y los óleos llenos de antigüedad sagrada. Sin poder evitarlo los recuerdos lo bombardean: el traje impecable, los zapatos lustrosos, la iglesia adornada con docenas de flores blancas, los invitados vestidos con sus mejores trajes, él transpirando a mares con las piernas temblorosas y los nervios absolutos que aceleraban el corazón. Todos esperando a la más bella de todas las mujeres, la del más hermoso de los rostros. La espera se volvió angustia, se prolongó,  se multiplicó, se hizo eterna y lo encerró por siempre en las habitaciones de su mente donde puertas y puertas se abrían sin poder ya cerrarse.

No hubo celebración aquel día. Al poco tiempo olvidó su nombre, su edad, su historia, su domicilio era la calle y su refugio la iglesia que recorre cada día desde que se fue de él, desde que se dijo adiós.

Las ánimas del purgatorio  entre ardientes llamas labradas en madera, lo miran piadosas mientras camina y discute con los santos que miran su  traje de novio tan viejo, roído, la mugre untada y algunos gusanos creciendo en secreto en cualquier rincón de la piltrafa.

Los guardias de seguridad lo echan del templo como todos los días. No discute, con toda calma sale a recorrer las calles tarareando la marcha nupcial, huyendo de recuerdos entrecortados, faltos de coherencia, un licuado de realidad y distorsión en una memoria dañada que lo obliga a reproducir una y otra vez con silbidos, las notas que un día se le quedaron atoradas en el alma y ya nunca podrá borrar.


LIZ MAGENTA. Nació en Puebla, Puebla. Escritora, artista plástica, y promotora cultural. Tomó los diplomados en creación literaria INBA­CONACULTA y en SOGEM Puebla. Obtuvo mención honorifica en el XIV Concurso de Cuento “Mujeres en vida” (FFYL). Ha publicado en suplementos locales y en revistas electrónicas como Nocturnario número 11 y en la Segunda Antología POM y colabora en el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, así como en otras Instituciones independientes en proyectos de fomento a la lectura.

Fotografía | Imágenes de Google

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