EDITORIAL LAGARES Reflexiones sobre El olvidado Imperio Natdzhadarayama, de Rómulo Pardo Urías | José Maximiliano Moreno Cabra


RECUERDO, HISTORIA Y FICCIÓN VIVA
Los mismos imperios, que se resisten a morir, e insisten en renacer, nos lo dictan en su constancia, en una especie de cuento chino cuyo punto final no es mas que el reflejo del inicio. Así murió Natdzhadarayama; así renació de entre las cenizas del olvido.
Un historiador mitificado en sí mismo, la crónica silenciada de una guerra pasional interna y el olvido frustrado por un elemento escapista, son las señas por las cuales Rómulo Pardo Urías nos muestra el camino en un viaje donde la memoria, como lectura constante de la vida, se reformula desde lo creado, lo construido con verosimilitud, para luego transmutarla en la visión de una realidad constituida de percepciones y sentimiento. Tamaña empresa, considerando que la realidad siempre se nos pinta como algo de lo más sólido, frío e inamovible. Algo casi muerto, y de lo que no podemos escapar, o que debemos enfrentar todo el tiempo que nos resta, con una vaga esperanza de triunfo, el cual, es probable, no atestiguaremos si llegase a ocurrir. Sin embargo, la realidad es, precisamente, la esperanza; la permanencia del recuerdo que se volverá memoria histórica. La aspiración más grande y heroica de la creatura intelectual. Luego, la memoria convertida en palabra, que a su vez se torna método y disciplina, conforma la materia que inspira nuevas realidades; eso sí, con el inevitable riesgo de que se repitan, para bien o para mal. Los mismos imperios, que se resisten a morir, e insisten en renacer, nos lo dictan en su constancia, en una especie de cuento chino cuyo punto final no es mas que el reflejo del inicio. Así murió Natdzhadarayama; así renació de entre las cenizas del olvido.

Siendo que la literatura puede abordarse desde la perspectiva biográfica, como si se tratara de un espejo leíble mirado por una sola persona; o una especie de pista legada por la historia individual de la que se conforman personas y sociedades en sí, podemos caer en la tentación de ver en El olvidado imperio Natdzhadarayama una bitácora que se balancea entre el relato fantástico y la ciencia ficción. No sería una lectura correcta; sin embargo, no es una perspectiva equivocada. Reflejando el alma del escritor, la ficción se transmuta en testigo del espíritu de la cultura, o culturas, a las que él pertenece. Luego, la historia, como disciplina de las ciencias humanas, y eventualmente, ejercicio ficcional en contacto con la visión, pasiones, objetividad, subjetividad… en una palabra: la vida del escritor, comienza a despojarse de todo oropel oficialista, para ser su cómplice, casi su amiga; una de esas camaradas invisibles que le aconsejan dejarse llevar por quien “es”, o sea, lo que la gente y las cosas fueron, y ahora convergen en él. Es como hablar de la “historia individidual”, algo que no logramos ver en otros, ni otros ven, pero ahí está y ahí seguirá, como la proyección de un futuro distante que seguimos experimentando hoy. A partir de aquí, podemos definir el origen mismo de la obra como devenir del sujeto que la crea; como lo que es: una biografía que se continúa en el entorno del que provino el sujeto, cuyo único final sería el silencio absoluto de la raza humana. Más cercano nos es el futuro, en su inicio. La cultura en sí (¿se puede hablar de la cultura como una hija del tiempo?), se vuelve atemporal: lo mismo que fue, sigue siendo en su esfuerzo por existir y dar existencia, pero no sin dolor, no sin cambio, no sin lucha.

La vida y lo que involucra no son algo estatuario. Solo algo constante, como el tiempo en el que se mueven. De ahí la necesidad de la historia vista por la mayor cantidad de miradas. La de una sola persona es insuficiente para contemplar el entramado del tiempo, menos aún su complejidad. Somos nuestros únicos testigos, y aún así no somos del todo confiables. Narrar nuestra historia implica la compleción de realidades conocidas por otros. Violatore lo sabía muy bien, por eso se desvivió hasta su muerte por mantener la existencia de una parte de su historia, es decir, la verdad detrás de su vida. Por eso arriesgó su integridad para rescatar remembranzas y estudios de tiempo, lugar y gente que no le eran ajenos a pesar de la insalvable distancia. De ahí su frustración de no haber podido compartir su tiempo con quien más amó y el anhelo de eliminar de su camino la única palabra que la historia abomina, en tanto disciplina: “hubiera”, el único aspecto que convierte la ficción en una completa falsedad. Por eso, un carnicero y una talentosísima mujer se rebelaron contra un destino que no creyeron suyo; y  un hijo guardó el legado de su madre como única prueba de sus orígenes. No existe peor plaga para el recuerdo que la imagen de algo que pudo ser pero jamás se vio realizado, convirtiendo a una “pura ficción personal” (Pardo; p. 122) en una mentira que boicotea al ser y a su memoria, negándoles la posteridad de la que pueden ser partícipes. La única forma de conjurar el paso de las falsedades consiste en ver, en este caso particular, a la ficción como una forma de describir la realidad más allá de las sociedades y sus cronogramas. El olvido solo puede llegar con la muerte de quienes recuerdan, aunque, en un golpe de ironía, es el recuerdo el que los hace inmortales.

Pardo Urías, Rómulo. El olvidado imperio Natdzhadarayama, Innovación Editorial Lagares, México, 2017.

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