Si crees que nunca te han seducido, mientes. Inicialmente, a veces sin saber la razón e incluso cuando deseamos caer un nuevo romance, nos negamos a seguir el juego. En ocasiones es porque, aunque son no pocos los voceros que quieren nuestra atención, nos ofrecen los mismos platillos, el mismo polígono helado que se estandarizó para que nos gustara a todos y por eso no nos llega a la vida. Otras veces es el llamado de otros lugares, otros tiempos el que nos exige mantener la presencia suficiente como para que el mundo nuevo que trata de captarnos sea ignorado.
O
puede ser que aún no superamos al último amor que tuvimos, que fuimos. Tenía un
fluir elegante, una manera de acomodar lo que necesitábamos en el rincón en
donde lo necesitábamos; las bases de lo nuevo van a reflejarse en la vieja
narración que otrora trazaba líneas en un mapa que nos maravillaba por su
distribución y novedad. Ahora, que ante una oportunidad (merecida o no) de ocio
nos paseamos por la ya familiar ciudad de la historia antes ajena, recordamos
con nostalgia esos días en los que no nos sabíamos de memoria cada esquina,
cada giro abrupto en el camino y nos olvidamos de que una nueva voz quiere su
espacio en el papiro y la dejamos pasar sin que surta el menor efecto en
nosotros. Si es insistente, tal vez en otro momento nos encontremos y podamos
darle experiencias a sus sucesos.
No
obstante, es inevitable que un inicio cautivador, una secuencia de elementos en
combinación armoniosa (o destructiva) y/o una premisa arrojada en la posición
correcta, logre vadear las aguas que desembocan en lo ya establecido y llegue a
impresionar los sentidos, iniciando un proceso de secuestro en el que la
percepción se vuelca enteramente en la nueva historia que, a su vez, bloquea
toda entrada de realidad cotidiana.
He
aquí el momento de consagración narrativa, tan discreta que no notamos su
triunfo porque estamos ocupados escuchando los símbolos que, en susurros (lo
que se dice gritando es necedad, lo que se dice en tono habitual, llano o
perogrullada), acarrean el mensaje y las reglas de este nuevo lugar. ¿Cómo
logra una ficción aniquilar el estado “default” de supervivencia que es
predominante y esencial para cada uno de los primates que posan sus lampiños
glúteos en las (esperemos) cómodas butacas de la sala de proyección?
La
aniquilación de “la vida real” es uno de los fenómenos que más revela lo que
usualmente yace ignorado entre el frenesí vehicular y las exigencias laborales,
que, por cierto, aparentan la imposición del concreto pero son poco menos que
embrollos vacuos. Esos sagrados minutos donde los límites de la gran pantalla
son los límites de nuestra existencia, muestran la habilidad sublimadora del
ser humano que, habiendo agotado desde hace ya mucho tiempo los contenidos del
mundo natural, se ha dedicado a fabricar y habitar otros mundos; los hay de
todos tipos y formas (cuánticos, financieros, políticos, literarios, etc.) y,
no obstante, no todos logran fundir la identidad del sujeto. Las narrativas que
se vuelven proyección tienen la principal ventaja de que el universo que crean
es un encomio a lo que la humanidad le deja a todo lo que antes no era él:
mundos interiores que, con o sin malicia, se esconden en una fachada que otros
mundos interiores aprehenden, segmentos de rumiación seguidos de estallidos de
estética, sistemas complejos donde se concatenan deseos y voluntades varias…
Sobre
todo, este tipo de mundo es conscientemente efímero, busca vivir a través de
Otro para poder continuar su existencia. La función termina y es tiempo de
renacer. Una persona se levanta, entumecida. Camina hacia la salida como
autómata, no puede hablar durante varios segundos, permanece concentrada en su
interior. Está asimilando el nuevo mundo, está incorporándolo a algún lugar de
su psique para que aparezca unas horas, días o meses después, cuando un trayecto
aburrido o un objeto relacionado provoquen el reencuentro. Ese ser ya no es el
mismo, el cine ha conseguido vivir a través de él.
LORENZO SHELLEY. Nació en el Ciudad de
México, creció en sus alrededores. Es estudiante de tiempo completo en la
Facultad de Psicología, Ciudad Universitaria, UNAM. Cursa la licenciatura en
las áreas de Psicobiología y Neurociencias y Procesos Psicosociales y
Culturales. También se considera apasionado de la filosofía, la vida cotidiana,
el amor, la literatura y los videojuegos, además de ser aficionado del cine, la
televisión, la música (como escucha o como pésimo pianista) y el anime.
Ocasional merodeador de museos. Ferviente creyente de que el aprendizaje puede
surgir de diversas fuentes.
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.