Vengo de una abuela que quiso y no pudo; de una madre que quiso y logró desarrollar una parte de ese potencial creador que todavía tiene, aunque dejando mucho sin hacer, por mil y un razones. Mujeres que fueron dejando en el camino deseos de hacer. Tías con ganas de escribir, que se autocensuran o apagar sus talentos en beneficio de otras cosas. Tantas mujeres que no dijeron lo que hubiera esperado de ellas, por mantener una paz, ilusoria.
Pero eso es una constante que hemos vivido en todo el mundo. Uno puede pensar que las Brönte o Austen fueron geniales, mujeres liberadas porque tenían su tiempo para escribir y lo hicieron de manera tal que son clásicos sus textos. Pero la realidad es que no tenían otra opción, además de bordar o tocar el piano, y decidieron llenar la nada de sus días, escribiendo.
Pero eso es una constante que hemos vivido en todo el mundo. Uno puede pensar que las Brönte o Austen fueron geniales, mujeres liberadas porque tenían su tiempo para escribir y lo hicieron de manera tal que son clásicos sus textos. Pero la realidad es que no tenían otra opción, además de bordar o tocar el piano, y decidieron llenar la nada de sus días, escribiendo.
Las
demás como Colette, Mary Shelley o George Eliot escribieron
disfrazadas con seudónimo o literalmente vestidas de hombre. La
única manera como podían ser tomadas en serio era fingiendo no ser
y voltear al otro lado cuando se publicaban sus libros. En
mi familia creímos, por muchos años, que Taylor Cadwell era hombre;
incluso Mark Twain la vio con incredulidad cuando ella le confesó
que escribía.
En
América, sobre todo en la Latina, se sigue manejando la creencia de
que, tras el escrito de una mujer, hay un autor hombre obligándola a
firmar y publicar, como si la obra de Elena Garro no tuviera un
lenguaje propio. Otras son acusadas de cobijarse en la fama del
marido, para ser publicadas.
A
muchos, todavía les es difícil creer que alguien pudo tener el
talento, paciencia, disciplina y sobre todo algo que decir, siendo
mujer. La mujer escritora siempre va a ser menor en comparación con
el hombre, porque quien hace la crítica, selección y dispone los
textos en cualquier antología, en su mayoría son hombres.
Este
texto no pretende desatar ni avivar una lucha de sexos, tampoco es el
texto de una feminista renegada, ni estoy amargada por la falta de
reconocimiento a la literatura femenina. Simplemente es una reflexión
sobre las posibles causas que han hecho de nuestra literatura algo
poco valorado, publicado o promocionado.
Una
razón es que, para la mujer primero están los demás, por
educación, costumbre, obligación o simple necesidad, primero hay
que dejar satisfechos y cubiertos a los demás. Cuando terminan los
quehaceres y deberes, ya se está tan cansada que es mejor apagar la
luz y dejar que todas esas ideas en la cabeza, todas esas metáforas
que construyen la narración, se duerman contigo. Aunque tenemos a
las Cenicientas, que encuentran en la oscuridad el momento para
terminar de coser ese metafórico vestido de lo que desean decir.
Después
están las que tienen mucho que decir y la ventaja de ser hijas de
familia, la beca, o simplemente herederas o esposas privilegiadas,
que roban tiempo al deber porque cuentan con quien lo cumpla bajo sus
órdenes. Esas logran escribir, pero nadie les cree. A diferencia del
hombre de privilegios, la mujer en la misma circunstancia es el
monito de alguien, es linda y sus ideas no valen la pena ser
replicadas. Lo que escribe no puede ser de ella. O sus ideas
pertenecen a una determinada clase social, como si esa clase social
no necesitara verse reflejada.
Cuántas veces escuché comentarios sobre Ángeles Mastretta o Guadalupe
Loaeza porque escribían desde su privilegio de niñas bien,
comentarios amargos por parte de muchos, no sé si salieron a luz,
pero en reuniones noventeras se daba mucho.
Simone
de Beauvoir vivía lejos de Sartre y las que hemos decidido hacer lo
mismo, vivir separadas de nuestra pareja, nos damos cuenta de la gran
ventaja que eso representa: tiempo de creación, en lugar de preparar
la cena. Pero en la sociedad mexicana eso es todavía censurable.
Nadie cree en la relación de lejos, es una falacia si no hay papel
de por medio y se comparte una casa. Uno debe lavar calcetines para
que el compañero se luzca, siguiendo aquello de ser la gran mujer
detrás del gran hombre, en lugar de ser la mujer creativa y capaz
que se es, junto al gran hombre al que podemos estar. O solas, qué
más da que las tías insistan en arreglarte citas a ciegas con
ingenieros que quieren una chica bonita para la madre de sus hijos.
Esto
último ya se da menos afortunadamente, a los 30 ya no se es una
quedada, y si lo dicen, ya las chicas están tan fuera de la
tradición que les vale. Qué bueno. Otras
son capaces de dejar a los hijos en cuanto se valen por sí, y no
cuidan nietos, a pesar de los reclamos de las mismas mujeres. Lo
siento, no hay tiempo, hay que decir todo lo que no hemos podido
antes.
Hay
escritoras de realidades políticas y de lo que sucede en el hogar.
Quien escribe de los hijos, de los amantes, de los paseos
dominicales. Otras escogen hablar de la sociedad, la guerra,
asesinatos, misterios policíacos. Temas hay muchos, igual que en los
escritores. Lo importante es que, al igual que la Cenicienta, a pesar
de todo, nos fuimos al baile.
Foto de Alexander Krivitskiy de Pexels
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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