Las parejas felices merecen recuerdos como este:una ciudad desnuda,un sol dominante.y una foto en blanco y negro para la posteridad. Giselle Lucía Navarro
Abro los ojos ante el oscuro vacío. Apenas amanece. Las sábanas me engullen. Alcanzo a sacar un brazo de ellas para poder asomarme a la luz del amanecer que con timidez se cuela por el ventanal del séptimo piso de mi departamento. De momento la memoria trae a colación ese sentimiento frío que llega al pensarte. Poco a poco voy desperezándome y me vuelvo hacia tu lado de la cama, tiento con las yemas de mis dedos la almohada donde te recostaste y todavía imagino que se siente tibia al contacto; no hace mucho que te has ido. Bostezo, cierro los puños fuertemente. Siento mis dedos sucios, restriego las palmas de mis manos contra el edredón para quitarme esa sensación; después me doy a la tarea de acomodar tu almohada entre mis piernas solo para darme cuenta de que no fue un sueño lo de anoche.
Antes de dormir, dejaste flores sobre la mesa, a un lado de la cama; siguen frescas a pesar de no tener agua. Siempre supiste que mis flores favoritas eran las hortensias azules y trajiste rosas de color rojo como a ti te gustan. Me siento decepcionada porque mi madre solía decir: “los peores te regalan flores”. Agarro el bouquet por el tallo y lo tiro al cesto de la basura, al fin ya son cadáveres.
Abrazo tu almohada. Me siento al borde de la cama, jugando con la alfombra de color azul y con mis dedos de los pies hago remolinos tratando de entender tus palabras: “Tú eres maravillosa y mereces lo mejor pero…”. ¿Sabes cuantas veces usaron esa encantadora frase, para que no se sintiera hostil el ambiente ante una relación perdida?
Suspiro. Cierro mis ojos por un rato. Recuerdo que siempre nos gustó la obscuridad, la soledad era un resquicio que nos alejaba de todo. Solíamos montar a caballo en los terrenos verdosos que circundaban la vieja hacienda de mi abuela, acompañados con el sonido de las chicharras en el atardecer de julio. En la ciudad, la lectura de los poetas callejeros y la forma en la que íbamos de encuentro a encuentro escuchando los sonidos de declamaciones sobre amor, del mar y de marcha se los tragaba hambrienta aquella urbe que al final terminó engulléndonos también.
Me levanto y camino hacia el ventanal, toco la persiana de tela color ámbar que tiene dobleces de abanico, y al tratar de abrirla se traba el cordón que la sostiene pero logro zafarlo y poco a poco va subiendo así como el día que muestra una ciudad limpia entre los rascacielos llenos de oficinas y de gente; de ruido y sonidos y me enseña la imagen de mis manos coloreadas de rojo mientras me repito “sí, yo soy maravillosa y merezco lo mejor… hay que sacrificar algo para poder llegar a ser extraordinaria”.
Camino hacia el tocador, y en el espejo observo parte de tu cuerpo boca abajo del otro lado de la cama, mientras una costra roja violácea mancha mi alfombra persa color azul.
No sé qué es lo que más odio: el que ya no estarás conmigo o tener que desmanchar la alfombra. Hasta muerto me jodes la vida.
SHAILA PINEDA MORONES (Ciudad de México, 1986). Traductora y Lic. en enseñanza del idioma inglés. Cuenta con dos certificaciones por la Universidad de Cambridge. Es colaboradora de la Revista de Arte y Literatura Monolito; traductora freelance en Editorial Capitulo Siete. Su trabajo ha sido publicado en diversas revistas digitales de Colombia, México y San Antonio, Texas. Entre sus traducciones se encuentra el poemario Piedra de Toque del poeta Mario Urquiza Montemayor.
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