Los
perros son nuestra unión al paraíso. No conocen los celos, el mal o el descontento.
Milan
Kundera
He
pasado varias tardes observando la respiración de una de mis perritas cuando
esta dormitando, cuando lo hago recuerdo cuando ella llegó a nuestras vidas,
puedo decir que se convirtió en otro miembro de la familia, pero también me es
inevitable pensar que de eso tiene más de diez años. Veo sus ojos y siempre
trato de descifrar qué hay detrás de ellos, parecieran dos ojos de agua donde
puedo beber un poco y calmar mi sed de paz, sólo ella puede transmitirme la
confianza de que todo se irá acomodando.
Cuando en casa se tienen mascotas se aprende
a amar de otras maneras, ensayamos a comunicarnos con otros códigos y a
respetar sus necesidades y tiempos. He pensado que mis perritas han dado a mi
vida otro giro de existencia; cuando mi hijo se mudó a otra ciudad, comprendí
que nada era eterno, y más, que cada uno tiene sus propios senderos y sus
propias decisiones. Kyra y Lula han escuchado mis soledades y mis alegrías,
saben de mis temores y de mis retos, con ellas es ineludible no sonreír, están
ahí con una locura inmensa cuando abro la puerta de la casa.
Debido a la alegría del perro, nuestra propia se
incrementa. No es un pequeño regalo. No es la razón más mínima por la que
deberíamos honrar y amar al perro de nuestra propia vida, y al perro de la
calle, y a todos los perros que aún no han nacido. ¿Cómo sería el mundo sin música
o ríos o la hierba verde y tierna? ¿Cómo sería este mundo sin perros?.[1]
Cuando
nosotros convivimos con nuestras mascotas liberamos oxitocina, sí, esa hormona
que dicen emana amor, yo creo que sí, o es que ustedes ¿No se han descubierto
charlando con ellas o bien cuando están un tanto tristes, éstas los miran de un
modo tan dulce y solidario que ustedes saben que les entienden? Quizá quien
ahora me lee dirá que estoy un tanto pirada, pero, qué importa si lo que siento
es tan real que hasta me he atrevido a hablarle al oído para que pueda sentir
las palabras.
Aquí en tu reino de serenidad y silencio, donde la
voz humana nunca se oye,
converso en el oscurecer y entro profundamente en
tu mediodía.
Tú me has conducido a tu habitación, donde existe
el tiempo que nunca se pone.
Un presente continuo preside nuestro diálogo, en el
que el hablar es el tuyo tan sólo.
Yo callo y mudo te contemplo, y me yergo y te miro.
Oh, cuán profundos ojos conocedores. [2]
Leía
un estudio de divulgación científica que mencionaba que cuando uno acaricia a
su perrito (u otra mascota) la presión arterial y la frecuencia cardiaca
disminuye y estabiliza. Por eso cuando salgo a la calle y veo grupos de perros
callejeros me da por pensar que varios humanos están perdiendo la oportunidad
de ser amados de una manera inimaginable, sí, me anoto otro tanto para que
imaginen que alucino, pero si ustedes vieran cómo mueven sus colas cuando les
hablo de manera cariñosa o cuando me tumbo al suelo con ellas y les digo que
son las más hermosas de este planeta sé que dirían que tengo razón.
He pensado que existimos personas que nos
hacemos bolas con las palabras cuando queremos decir algo y cuando veo a los
perros siento que me dicen más, aunque no hablen mi código humano. Pablo
Neruda, Virginia Woolf, Byron, Alexaindre, Capote, Steiner, M. Anne Evans, Mann
y otros escritores le han dedicado letras a sus compañeros perrunos, sé que mi
editora tiene un gato y ya haré una entrada dedicada a ellos, sólo que en estos
días me ha dado por pensar como Míster Bones en Tombuctú, que todo existe
mientras nos tengamos, después, ya podré pensar en ese otro universo paralelo o
en un cielo dedicado a ellos, porque quién más lo merece que esos pequeños
cuadrúpedos que nos han salvado de tantas y tantas malas pasadas.
Recomendamos que lean:
Auster,
Paul. Tombuctú. Booket, México, 2012.
Uribe,
Álvaro. Autorretrato de familia con perro.
TusQuets. México, 2014.
____________[1] Mary Oliver. Dog Songs. Penguin Random House. 2013.
[2] Vicente Alexaindre. Retratos con nombre. El Bardo. 1965.
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