ENSAYO Ulises: cien años de una odisea moderna ** A pesar de su antinacionalismo y de albergar una postura antiirlandesa (pues se negó a escribir en gaélico), se convirtió en el emblema nacional de su país y en el autor más irlandés de todos | Alfredo Loera

Fotografía tomada de El rotativo


En la historia de la literatura ha habido libros paradigmáticos, libros que han cambiado la evolución de las letras y la manera en que comprendemos el mundo. Tenemos por ejemplo a la Ilíada y la Odisea, la Divina Comedia, El Quijote, Rojo y negro, Madame Bovary, entre muchos otros. Hoy toca el caso de hablar del Ulises de James Joyce, pues el 2 de febrero se conmemoraron los cien años de su publicación.

 

Jorge Luis Borges decía que el Ulises se le lee igual que la Biblia, es decir, con fe. El escritor argentino no lo aseveraba porque fuera muy religioso, sino porque el Ulises de Joyce es un libro total, un libro, que como la Biblia, busca hacer una interpretación o una contención completa del mundo. El mundo, en su conjunto, es ininteligible; de tan repetitivo, es inabarcable, y esto ocurre, porque como lo decía también Borges la realidad supera el espectro lingüístico de nuestra mente. Si la realidad estuviera hecha de puras palabras entonces sí podría existir un libro que lo contuviera todo, pero como la realidad también es física, sensorial, emotiva, psicológica, las palabras tienen problemas para asimilarla, para representarla en nuestra cabeza. Si seguimos esta pauta, incluso se puede concluir que es un sinsentido la creación de un libro cuya existencia tiene como propósito abarcar la realidad en su complejidad. Precisamente eso buscó James Joyce al momento de escribir el Ulises. Escribir todo lo que le puede pasar en un día a un hombre moderno. Esa es la razón por la cual su lectura es un acto de fe, es un acto que no tiene un final asegurado.

 

No obstante, esa característica hizo a este libro tan singular y tan influyente. James Joyce se dio a la tarea de realizar una labor titánica, ninguno de los escritores posteriores lo alcanzó. Unos porque no encontraron motivación en hacer algo que ya había hecho el irlandés, y otros porque simplemente fracasaron.

 

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El escritor James Joyce y su editora Sylvia Beach, en la librería de París Shakespeare and Company en marzo de 1930. Fotografía tomada de El país


James Joyce, a pesar de su antinacionalismo y de albergar una postura antiirlandesa (pues se negó a escribir en gaélico), se convirtió en el emblema nacional de su país y en el autor más irlandés de todos. La literatura en lengua anglosajona le debe mucho a este pueblo. Tenemos a Jonathan Swift, Bram Stoker, Willian B. Yeats, Oscar Wilde, George Bernard Shaw o Samuel Beckett, por mencionar ciertos nombres, pero ninguno alcanzó a representar su cultura como Joyce. Ninguno, por otra parte, revolucionó la literatura como el autor de Dubliners, libro que ya desde el título indica una obsesión, o al menos un interés, pues Joyce desde el comienzo de su carrera literaria se vio atraído por escribir sobre sus circunstancias más inmediatas. Es por ello quizás el escritor más moderno.


Yeats, a principios del siglo pasado, era considerado por muchos, incluidos Ezra Pound y T.S. Eliot, como el poeta más importante de la lengua inglesa. Yeats estéticamente estaba interesado por recrear la mitología antigua de Irlanda. Por supuesto, gran parte de sus poemas son excelentes y no cabe duda que sus reescrituras de los mitos celtas son invaluables. Sin embargo, Joyce durante su juventud no se vio interesado por este tipo de literatura. Él buscó escribir su ciudad. Y lo hizo desde el exilio, pues muy pronto, acompañado de su mujer Nora, emigró al continente. Vivió en Trieste, Italia, donde conoció a otro gran novelista, Italo Svevo; para después vivir en París y en Zúrich principalmente, dependiendo de si había una Guerra Mundial de por medio o no.

 

A raíz de sus viajes por Europa, advirtió que Dublín era lo suficientemente grande como representar una de las capitales de la cultura europea, y lo suficientemente pequeña para ser tomada como un todo, para ser vertida en un libro. Desde luego que también recuperaría el mito, pues ya en el título de la novela Ulises está la referencia a la Odisea de Homero, pero en Joyce el mito más bien es una estructura que le da control sobre el caótico contenido de lo moderno.

 

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Según Borges, James Joyce posee dos antecedentes de origen antagónico, que en su narrativa se entrelazan. El primero de ellos es el naturalismo proveniente de Flaubert, pero consolidado en Zola; el segundo, el simbolismo, proveniente de los poetas franceses, entre ellos, Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud. Los naturalistas, explica Borges, creían que la realidad podía ser representada por medio de la literatura; más aún, pensaban que la realidad más burda e inmediata, era la verdadera realidad. El ser humano encontraba su condición más esencial en lo corporal, en los sociológico y psicológico, en el diálogo de la calle, en la cultura popular.

 

Las novelas naturalistas se preocupaban por abordar dichos temas, y lo hacían por medio de un lenguaje, al menos así lo consideraban sus autores, no literario. El lenguaje debía ser acorde con la materia, y casi imperceptible. Esto está en Joyce, sobre todo en sus pasajes escatológicos, en muchos de sus diálogos escritos bajo la jerga dublinesa, está en la necesidad de representar el Dublín de 1904, en el trazado de las calles y los negocios existentes en esos momentos.

 

Por su parte, los simbolistas creían lo contrario. Consideraban que la realidad no es expresable de manera directa, y que el lenguaje la asimilaba sólo por símbolos, es decir, por metáforas y mitos. Joyce elaboró una profunda simbología en sus personajes como Leopold Bloom (el judío errante y Odiseo), Molly Bloom (Penélope) o Stephen Dedalus (el artista adolescente y Telémaco), pero no sólo en ellos sino que diferentes personajes del Ulises remiten, tanto por sus caracterizaciones como por sus acciones, a personajes mitológicos de la Odisea: el Cíclope, Circe, Anticlea, las Sirenas, Ítaca, etc.

 

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¿Pero de qué trata el Ulises? Buena pregunta. No se puede hablar de esta novela sin traicionarla. De hecho incluso habría que cuestionar si estamos ante una novela. Si es una novela, en todo caso es una novela muy diferente a lo que se había estado haciendo hasta antes de su publicación y aún después. T.S. Eliot afirma que Joyce escribió una novela El retrato del artista adolescente, y que ante el Ulises estamos frente a una nueva forma necesaria para representar la vida moderna. “Considero –dice el autor de “La tierra baldía”-que este libro es la expresión más importante que ha encontrado la era actual; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del cual ninguno de nosotros puede escapar.” Para Eliot, la aparición del Ulises es equivalente a un descubrimiento científico. Agrega:

 

Es aquí donde el uso paralelo de la Odisea por parte de Sr. Joyce tiene una gran importancia. Tiene la importancia de un descubrimiento científico. Nadie más ha construido una novela sobre tal base antes: nunca antes ha sido necesario. No estoy haciendo una petición de principio al llamar a Ulises una "novela"; y si lo llaman épica no importará. Si no es una novela es simplemente porque la novela, en lugar de ser una forma, era simplemente la expresión de una época que no había perdido suficientemente toda presencia como para sentir la necesidad de algo más estricto. El Sr. Joyce ha escrito una novela: el Retrato; el Sr. Wyndham Lewis jamás escribirá otra "novela". La novela terminó con Flaubert y con James. Es, creo, porque el Sr. Joyce y el Sr. Lewis, siendo "adelantados" a su tiempo, sintieron una insatisfacción consciente o probablemente inconsciente con la forma, que sus novelas son más informes que las de una docena de escritores inteligentes que desconocen su obsolescencia.

 

Para Eliot la novela, y en general la literatura, perdía su obsolescencia, es decir, se renovaba a través de la recuperación de la mirada mítica del mundo. Él mismo realizó el procedimiento en su célebre poema La tierra baldía, que por cierto también este año cumple su centenario. Concluye: “Al usar el mito, al manipular un paralelo continuo entre la contemporaneidad y la antigüedad, el Sr. Joyce está siguiendo un método que otros deben seguir después de él... En lugar del método narrativo, ahora podemos usar el método mítico.”

 

Por su parte Ezra Pound, quien también fue se suma importancia para la publicación de los libros de Joyce, en su momento, escribió:

 

Para empezar con temas alejados de la controversia yo diría que Joyce ha retomado el arte de escribir ahí precisamente donde lo dejó Flaubert. En Dublineses y en El retrato del artista adolescente no había rebasado los Trois contes o L’Éducation Sentimentale; en Ulises se continúa el proceso que se inició con Bouvard et Pécuchet y Joyce lo ha llevado a un grado tal de eficiencia, de mayor concisión, que ha devorado la Tentation de St. Antoine de un solo bocado, como si fuese tan sólo un capítulo más de Ulises. Ulises tiene más elementos formales que cualquier novela de Flaubert. Cervantes había parodiado a sus predecesores y podría considerarse como fuente de comparación en relación con las otras formas sintéticas de Joyce, pero mientras Cervantes satirizaba una sola instancia, la locura, o un solo tipo de expresión paródica, Joyce satiriza al menos setenta y cubre, implícitamente, la totalidad de la historia de la prosa inglesa.

 

El Ulises dentro de sus 18 capítulos incluye todos las formas y los estilos posibles de la prosa, desde la narración clásica omnisciente, pasando por el diálogo teatral, las canciones, e incluso los cuestionarios del catecismo, hasta el monólogo interior. Es una escuela de los estilos, una enciclopedia literaria.

 

Y aun así no hemos dicho de qué trata la novela. Me parece que Borges es quien mejor la resume.

 

Joyce deseaba incluir un cuento más a su colección Dublineses, el cual versaría sobre un publicista judío, Leopold Bloom, de la ciudad de Dublín. Este publicista tendría una esposa, Molly, con quien ha dejado de tener sexo después de la muerte de su pequeño hijo, Rudy, unos años atrás. Bloom sabe que su mujer lo engaña con un hombre llamado Blazes Boylan, y sabe que este día (16 de junio) ella se verá con su amante. La historia trata de cómo Leopold Bloom busca distraerse y hacer tiempo en diferentes lugares de Dublín, para no “descubrir” que su mujer lo engaña. Ese era el esquema inicial de Joyce, pero Joyce sufrió algo similar a Zenón de Elea y su paradoja de la flecha. El filósofo griego para refutar el movimiento decía que una flecha para llegar de un punto A a un punto B, primero tiene que llegar a la mitad de la distancia entre A y B, y para llegar a la mitad, primero tiene que llegar a la mitad de la mitad, y antes de eso a la mitad de la mitad de la mitad, y así hasta el infinito. Joyce, al narrar el día de Bloom, el Bloomsday, entró en una espiral de minucias, en una paradoja donde literariamente se refuta el tiempo y el movimiento, y se convirtió en el libro que contiene a la ciudad de Dublín durante el 16 de junio de 1904.

 

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La fecha es paradigmática. Quizás la fecha sea la más famosa de la historia de la literatura. Ese día James Joyce tuvo su primera cita con quien fuera su esposa Nora Barnacle. En la novela no salen ellos como personajes, al menos nadie los ha descubierto deambular por ahí como personajes secundarios. Más bien la narración se concentra en Leopold Bloom y en Stephen Dedalus, ambos alter egos de Joyce, y otros cientos de personajes.

 

Bloom y Dedalus se encuentran por fin, si no me equivoco, en el capítulo 11, y comienzan una borrachera. Bloom siempre protector de Dedalus, pues le recuerda a su hijo muerto, Rudy, lo acompaña por las calles y los burdeles de Dublín hasta que lo ve perderse a altas horas de la noche, cuando se despide de él en el umbral de la puerta de su casa, como cuando un padre observa alejarse a su hijo ya crecido. No obstante, la novela va más allá de este encuentro. Es más bien un hecho simbólico pues Bloom representa la influencia judía dentro de la cultura occidental y Dedalus la formación jesuita. Uno es un padre de familia, un hombre práctico; el otro, un joven soltero, idealista y con inclinaciones a la poesía. Entre ambos hay un intercambio de realidades y de interpretaciones de Dublín, de Irlanda y de Occidente.

 

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Y sin embargo, entre ellos dos la novela no encuentra su clímax. Hace falta el tercero en discordia. Éste es dado por Molly Bloom. El último capítulo y también quizás el más famoso, desarrolla el monologo interior, bajo la técnica del fluir de la consciencia de Molly. El efecto estético no es menor pues es aquí donde Joyce ejecuta con mayor maestría la epifanía, pues recordemos que Joyce renovó el cuento moderno por el efecto de epifanía logrado por ejemplo en la pequeña obra maestra “Los muertos”, incluida en Dublineses.

 

Según Andrés Piña, “Por epifanía, Joyce entiende una súbita manifestación espiritual, tal y como se ve en la composición de Stephen Hero […] Es decir, hay una necesidad por capturar el tiempo suspendido en una poética del instante.”

 

La epifanía seguramente surge como propuesta estética en la obra de Joyce a partir de su formación religiosa en la Compañía de Jesús. Joyce comprendió que en dado momento el ser humano alcanza la toma de consciencia por medio de trivialidades, por cosas insignificantes que ocurren en el día a día. Joyce, al igual que su personaje Stephen, a lo largo de su vida escribió pequeñas epifanías a partir de cosas que observaba en la realidad. Su cuentos y en general su narrativa están estructurados bajo el mismo efecto.

 

Epiphany No. 8

 

Dull clouds have covered the sky. Where three roads meet and before a swampy beach a big dog is recumbent. From time to time he lifts his muzzle in the air and utters a prolonged sorrowful howl. People stop to look at him and pass on; some remain, arrested, it may be, by that lamentation in which they seem to hear the utterance of their own sorrow that had once its voice but is now voiceless, a servant of laborious days. Rain begins to fall. (El estimado lector puede buscar la traducción de Andrés Piña en la revista Buenos Aires Poetry)

 

El fragmento citado por Andrés Piña, donde se explica lo que es la epifanía para Joyce, proveniente de la novela inconclusa de 1907 Stephen Hero, en dicha novela Joyce escribe:

 

Esa trivialidad le hizo pensar en coleccionar diversos momentos así en un libro de epifanías. Por epifanía entendía una súbita manifestación espiritual, bien sea en la vulgaridad de lenguaje y gesto, o en una frase memorable de la propia mente. Creía que le tocaba al hombre de letras registrar esas epifanías con extremo cuidado, puesto que ellas mismas son los momentos más delicados y evanescentes.

 

El monólogo de Molly en el cierre del Ulises es la gran epifanía que el lector experimenta después de haber transitado por toda Dublín en sociedad con Bloom y Dedalus. De cierta manera al haber visitado burdeles y prostitutas lo que los personajes buscaban era a su Penélope, el enigma de la mujer, y del otro. La novela al adentrase a la mente de Molly revela su secreto al lector, no así a los personajes masculinos. Esa es la recompensa que tiene el libro, para aquellos que tuvieron la paciencia de adentrarse en lo caótico aparente de su laberinto, en las mil y un repeticiones de circunstancias, de pasadizos. Molly es una afirmación de la vida y la literatura.

 

y el mar el mar carmesí a veces como fuego y las puestas de sol gloriosas y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas aquellas callejuelas extrañas y las casas de rosa y de azul y de amarillo y las rosaledas y los jazmines y los geranios y las chumberas y el Gibraltar de mi niñez cuando yo era una Flor de la montaña sí cuando me ponía la rosa en el pelo como hacían las muchachas andaluzas o me pondré una roja sí y cómo me besaba junto a la muralla mora y yo pensaba bien lo mismo da él que otro y entonces le pedí con la mirada que me lo pidiera otra vez sí y entonces me preguntó si quería sí decir sí mi flor de la montaña y al principio le estreché entre mis brazos sí y le apreté contra mí para que sintiera mis pechos todo perfume sí y su corazón parecía desbocado y sí dije sí quiero Sí.



ALFREDO LOERA (Torreón, 1983) es Maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Inició sus estudios de literatura en la Escuela de Escritores de La Laguna. De 2009 a 2011 fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. Publicaciones suyas han aparecido en revistas como Casa del tiempo, Círculo de Poesía, Fundación, Pliego 16, Ad Libitum, Este país, Siglo Nuevo, Tierra Adentro, Registros de Voz y Red es Poder. Sus libros más recientes son Aquella luz púrpura, editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2017, Wish you were here, editado por la Secretaría de Cultura de Coahuila en 2019. Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la misma UV. Su novela más reciente Guerra de intervención se puede adquirir formato electrónico e impreso en Amazon.


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