Fotografía tomada de El norte |
* La escritora fue elegida como ganadora del galardón por su libro Sólo un poco aquí, en el que da voces a especies no humanas como perros, aves e insectos
A lo largo de su vida, María Ospina Pizano ha tenido muchas maestras: su abuela, su madre, perras, aves y también a sor Juana Inés de la Cruz. Por eso, durante la recepción del Premio que lleva el nombre de la poeta mexicana, para la escritora colombiana resultó imposible “no hacerle aquí un homenaje a la brillante poeta, dramaturga y filósofa que ha sido mi maestra por muchas décadas, y que también ha sido la de mis estudiantes que la leen en mis clases de la universidad, más de tres siglos después de que la obligaran a dejar de escribir. Cómo no agradecerle por siempre recordarnos, entre muchas cosas, que, aunque haya tantos mecanismos erigidos para subordinar y excluir a las mujeres de la cultura y la política, existe una red milenaria de pensadoras e intelectuales que siempre han usado la palabra para revelar la complejidad del mundo”.
Al abrir la ceremonia de inauguración, Marisol Schulz Manaut, directora de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, señaló que este es uno de los momentos más esperados de la Feria y expresó que, con el Premio, Ospina Pizano se integra la lista de autoras que han sido galardonadas, entre quienes se encuentran Elena Garro, Cristina Rivera Garza y Margo Glantz, por mencionar algunas. Sobre la obra premiada, indicó que “es una novela con una alta carga simbólica que reconoce a muchas voces que deben ser escuchadas”.
La novela Sólo un poco aquí, de María Ospina Pizano (Bogotá, 1977), fue elegida de entre las 106 obras que concursaron en la edición 2023 del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra fue seleccionada, indicó Sara Poot Herrera, en su papel de presidenta del jurado, por escribir una obra “dedicada a los seres vivos que nos rodean y que normalmente ignoramos, nos comemos o utilizamos sin pensar. En Sólo un poco aquí los pocos personajes humanos, que no protagonistas, son mujeres campesinas comprometidas con su comunidad”. También en representación del jurado, el venezolano Daniel Centeno explicó que en las biografías consultadas se podía leer que Ospina vino de Bogotá, “pero en realidad nos vino del cielo a escuchar y a darle voces a los que no la tienen”.
Carmen López Portillo, rectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana, señaló que la poeta mexicana pertenece a esa clase de seres “que nos aguijonean la conciencia con preguntas para despertarnos del letargo y nos llevan a imaginar otras formas de ver la realidad, vivir la vida y festejar y asumir la libertad”. En ese sentido, agregó, el Premio a María Ospina Pizano debe ser celebrado porque lleva a “asumir nuestra pequeñez a través de las voces de los seres que han sido acallados en nuestra ceguera”.
Luego de recibir el diploma que acredita la obtención del Premio, María Ospina Pizano dirigió un mensaje en el que hizo un homenaje al legado de sor Juana Inés de la Cruz, a quien dio las gracias “por las enseñanzas, por la vitalidad de sus ideas, por su profunda erudición y osadía, por su empeño, desde los márgenes, en aquello que ella misma llama ‘poner bellezas y riquezas al entendimiento’. Por el compromiso de pensar sosegadamente y de defender el rigor de las ideas”.
La colombiana refirió que “mi abuela, mi madre y muchos perros y perras me enseñaron desde la infancia aquello que sor Juana luego hiló de forma tan hermosa en su carta [a sor Filotea], cuando la leí de adulta”, y luego hizo un recuento de su vida en el campo y en los bosques, donde aprendió a escuchar a los “seres más que humanos” y que sirvió, todo en su conjunto, para darle las herramientas que usaría en la escritura de Sólo un poco aquí. “Ha sido en ese territorio de árboles, maizales y parcelas campesinas donde he convivido con perros y he aprendido a escuchar a aves e insectos, enredaderas y musgos, líquenes y follaje, y las historias de la gente que allí cultiva, hila y pastorea. Ha sido en esos caminos donde lentamente se fue gestando esta novela”.
Para concluir, contó la anécdota del pájaro que, mientras migraba, un día se detuvo en el balcón de la casa que habitaba en Bogotá, y que se convirtió en el detonante del libro. “Esa visita tan extraña despertó en mí una enorme curiosidad. Una fascinación por la migración de los pájaros y sus viajes continentales, y una obsesión por cómo atestiguan el mundo, por cómo burlan nuestras fronteras y nuestros deseos egoístas de delimitar el mundo. Una curiosidad para la que creo que ya me había preparado mi vida de caminante de bosques”, y cerró agradeciendo “a todos perros y perras, y a todas las personas que me han acompañado”.
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