ACERCAMIENTOS Los conjuros del cuerpo o la metáfora poética de la ausencia. Comentarios al libro de poemas de Ernestina Yépiz | Nadia Contreras


Hay libros que hablan del amor como si este fuera una sombra o algo oculto, y por ello, fugitivo. El amor como una fotografía en blanco y negro, realza las formas, lo que pudo en algún momento ser mostrado. Hay libros así, te envuelven, te seducen; se quedan en la claridad de lo imaginado. Los conjuros del cuerpo, poemario de Ernestina Yépiz, a diferencia de aquellos, encara el amor y lo vuelve palpable. El amor como algo que no podemos acallar.

1. Los conjuros del cuerpo

Dentro de la estancia vestir las sombras con la piel desnuda. De esto se trata la poesía. Ernestina toma los datos del amor y los arroja a la página. Escribe sí, sobre lo ya escrito, como única manera de retener lo que un día se va. Las palabras son artilugio, en el amor se domestican. El momento crucial, es conseguir que éstas irrumpan del cuerpo herido:

Las palabras son como una piel herida

A la que después de desinfectar con aguardiente
Debe aplicarse toda clase de ungüentos para que sane de nuevo
Así las palabras
Dolidas
Fragmentadas
Letras a veces
A fuerza de hilarlas
Componerlas
Descomponerlas
Recomponerlas
Como un sortilegio
Son invocadas
Y a la menor provocación emergen

Amor y palabras, son binomio en el lirismo y la sencillez de la revelación. A través de este, Ernestina conduce al lector a un juego de la carne, lo embriaga y lo arroja a la profundidad de un espejo de ausencia. Lo arroja al tedio, a mirar el juego de los gatos. No obstante, el deseo es siempre conjuro. En ese yo que se proyecta, deseo bajo las prendas que lo cubren. El amor, los amores, el poema en cada uno:  


Que hay amores de papel a los que la humedad deshace

Amores de fuego que se esfuman después del primer chispazo
Amores fluidos que de tanto correr se pierden en un mar de niebla
Amores que de tan luminosos se confunden con un cuerpo vacío
Amores hechos de palabras

2. Celebración de la ausencia

No sé exactamente cuándo comienza la ausencia. Quizá su forma más concreta es cuando el objeto deseado o amado, se desprende, con decisión o con inapetencia, del espacio central que somos. Pienso, sin embargo, la ausencia es el uno y el otro, se miran y dentro de esa mirada, el otro real o ficticio, tensa o desemboca los límites. La ausencia es un diálogo en el interior de la mirada y a partir de ahí, se invoca la figura del ausente, sus voces, sus huellas. Quienes viven la ausencia es porque tienen el gran defecto de amar y de mirar más de la cuenta. Veamos:

*

Al verlo pienso en la soledad de los dos

*

Lástima que ningún cuerpo pueda ser eterno
Ni siquiera el de ese alguien que duerme

*

Moriré
Sin nadie a mi lado
                      que me acaricie los pies.

Dentro de la mirada de uno y otro, se forman los cuerpos o se borran. En ese entrar (la presencia es también una forma de ausencia) o salir de la alcoba, lo que se quiebra. Y como dice Ernestina:


No volveremos a ser los mismos

Siempre seremos otros
Somos otros.

3. La muerte en el espejo

A veces el amor es canto, o por lo menos, el susurro de la ola; otras veces, en cambio, un segundo que se corta detrás del paisaje. El amor en ataúdes florecidos o espejos. Pero la muerte ¿a quién le importa? Que otros, nos dice Yépiz, le escriban poemas y dancen bajo la avizorada luna. A los muertos, el viento se llevó sus labios grises, la poesía los salva. 

¡Pobres muertos!

¿Quién habrá de rendirles pleitesía!
 Por más que salgan de sus tumbas
Visiten antiguas moradas
Vayan por las plazas
           Las cafeterías
Nadie les reverenciará

La ausencia de puntuación en combinación con el ritmo y la cadencia del verso, se ve plenamente favorecida en este capítulo. La vida, extremadamente volátil, es como ese fluir. No hay muros para detener la ceniza o la descomposición en la profundidad de la tierra. El ciclo ya se cumple:


Ha terminado el tiempo de la espera

Que nadie ponga jazmines en mi pelo
Una tumba me aguarda
He de fundirme con la tierra

4. Para matar el olvido

No se mata el olvido. Si se mata, se niega lo visto a través de la ventana o en la contemplación de un hilo de hormigas. No se mata, se acumula. Por eso, el hombre vive a la deriva o actúa como un loco en medio de la calle. O como Alejandra Pizarnik, se tiende sobre un lecho de flores amarillas. La pluma de Yépiz, acaso como una contradicción al título del apartado, constata el no-olvido:

¿Qué hace una mujer sola de madrugada en su balcón?

Busca su sombra bajo la luz de un cielo de luna dormida
Tiene miedo de que su cuerpo (ya no tan joven) un día se marchite
Escribe poemas en nombre de los que si pueden vencer la vigilia.

La poesía es un cuerpo abierto, permite su interior para ser estudiado. El cuerpo del no-olvido.


5. Posdatas

a). La posdata, que significa “después de la fecha” o “tras la data”, es metáfora de la ausencia.
b). La posdata ofrece información posible que antes fue imposible.
c). La posdata es permanencia del reflejo donde el hombre sueña sin pretensiones, sin artilugios.
d). La posdata, innecesaria en la tecnología actual, como aforismos o sugestiones filosóficas.
e). La posdata como un espejo: dibuja dos cuerpos / Como el amor consiste en alcanzar lo imposible /Se desafían e intentar ser uno.
d). La posdata huracán, la posdata lluvia.
e). La posdata termina. El libro se ha cerrado. Las formas del amor, a las que volvemos una y otra vez, se acercan o se alejan.

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Ernestina Yépiz
Los conjuros del cuerpo
Colección Punto Luminoso
Ediciones Andraval
Culiacán, Sinaloa, México.
123 pp.

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