Rogelio Guedea, recientemente galardonado con el Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor 2012 a mejor novela publicada en español en 2010-2011, por su novela 41 (Random House Mondadori, 2010), nos ofrece en Vidas secretas (Ediciones B México, 2012) una profunda revisión a dos aspectos fundamentales de la existencia humana: las relaciones afectivas o sexuales y la participación del hombre en los terrenos social, académico y político de nuestra vida actual.
Roque de la Mora, profesor y Natasha Colbert o Brock, su estudiante de español 131, que veremos con un vestido ajustado, que apenas le cubre la nalgas...dando vueltas sensuales asida al tubo cobrizo, marcan el inicio de la novela. Sin embargo, esta escena y sus encuentros en el table dance, el salón de clase o los pasillos, ceden paso a temas que son parte ya del mundo literario de Guedea: la violencia, la corrupción, la intimidación, la ineptitud, etcétera. La novela, por ello, debe analizarse desde estos dos ángulos.
En el primer ángulo, para mí el más importante (tengo la impresión de que la historia de Natasha y Roque de la Mora, es mero telón de fondo) tenemos a Patrick Walker, jefe del departamento de Lenguas Modernas, un tipazo en un principio, pero que luego, gozando del respaldo total de la vicerrectora, lo vemos ocupar un puesto que no le corresponde. Pese a sus tropiezos, a su falta de liderazgo, el departamento funciona de manera excelente. El pasaje es el siguiente: “El Associate Professor Edward Hunter dice sí, Roque. Entonces suelto mi lengüetazo. Yo quisiera saber, si es posible, el balance general, digamos general del departamento. ¿Estamos bien, mal, estamos más o menos? El departamento, bajo el liderazgo de Patrick Walker, está excelente. Mi mano queda levantada los últimos cinco segundos y luego empieza a bajar en cámara lenta. Sin duda el panel de revisión es como la corte del Rey Midas: toda la mierda que echamos la convirtió en oro”. ¿Cuál es el resultado de todo esto? “Toda ofensa al jefe de Departamento es una ofensa a mí”, dirá la vicerrectora.
Hay que callar al que denuncia; callar o matar, son palabras sinónimas. Maki, mujer del protagonista recibe el mensaje del compadre Santiago. De la Mora debe bajarle a la crítica, el rector de la Universidad de Colima (que califica como corrupto, nepotista y represor) lo presiona. La reacción es: “tú sabes que una crítica no es una rocola a la que se le pueda subir o bajar. O es crítica o es lamida de huevos”. La respuesta de De la Mora es contundente. No se va a callar, antes bien, continuará de frente como quien no tiene pelos en la lengua. Guedea, como escritor, tampoco los tiene.
¿Cómo une Rogelio esta historia con la de Natasha Colbert? Diciendo que también en la academia uno tiene que prostituirse. Continua: “Como buen negocio, aquí le va mejor al que mejor se vende y más alharaca hace en el pasillo o en las reuniones o en el Departamento. Aquí vale más quien se prostituye... putas y académicos son la misma macana”. ¿Quién, le pregunto a usted, estimado lector, opina lo contrario?
Roque de la Mora ha visto a Natasha bailar, ha vivido cada uno de sus movimientos, ha deslizado la mirada sobre el tatuaje de flores enredadas que le suben por la espalda. Uno ve al protagonista seguirla y a ella, de alguna manera, asentir en el coqueteo, como tantas otra mujeres. El protagonista es un animal en celo, un animal que se acerca siempre en una infidelidad justificada: “Que hermosa se ve (Maki) enojada, fuera de control, toda ella imprevista. No puedo evitar imaginármela desnuda, sobre la cama... Aunque me ha sido más fácil amarla que serle fiel, no ha sido por desamor que la he engañado. Lo juro. Más bien que de tanto quererla me he figurado encontrarla en otras mujeres que he tenido, y a las que he querido igual pero nunca más que a ella”.
En una perfecta vuelta de tuerca, Natasha Colbert le tiende una trampa De la Mora. ¿Ella o Patrick Walker? En esa vida secreta De la Mora ha seguido a Natasha, ha brincado la cerca de alambre hasta tocar en su ventana, la ha molestado a altas horas de la noche. Todo esto le viene a la cabeza de golpe. En el éxtasis del ¿enamoramiento? De la Mora, parece olvidarlo todo y por ello, frente a Patrick Walker, tiene que recordar: “ahora empiezo a recordar, lejanas, las palabras de aquella noche que llegué hasta la ventana de su habitación”. ¿Quién era verdaderamente Natasha Colbert?
Patrick Walker gana la batalla a De la Mora. Por ello, al final de la novela vemos a este último tomar a su familia, tomar a sus hijos con el firme propósito de volver a México, un México, que acaso le tiene las puertas cerradas. ¿Es esta la condena que deben pagar todos aquellos que se atreven a exigir la verdadera justicia, la verdadera igualdad; es esta la condena para quienes gritan por aquellos que guardan silencio? La reflexión es la siguiente: “En mi tierra los problemas con el rector de mi alma máter siguen con las vísceras de fuera, como una vaca abierta en un canal. El gobernador del estado no me aceptaría después de mis arteras críticas a su sistema de seguridad pública”. Sin embargo, el sol es radiante, engreído en medio de los nubarrones del paisaje neozelandés.
¿Cuál es el legado de Vidas secretas? Que la vida con todas sus vicisitudes sigue de frente, que basta una mujer, un buen disco de Julio Jaramillo, José Feliciano, Juan Gabriel o Diego Ramón Jiménez Salazar, mejor conocido como Diego «el Cigala», para seguir adelante. No obstante, no sólo basta dejarse llevar en el fluir de la vida. Guedea es claro y contundente en su filosofía que bien puedo tomar a manera de conclusión: “uno nace hecho para la guerra en tanto haya siempre peces gordos queriéndose comer a los flacos, peces avaros queriéndole quitar sus posesiones a los débiles, peces flojos, queriendo vivir a costa de los laboriosos”.
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