© El oscuro borde de la luz |
Revolución no descansa, como las grandes avenidas, necesita que la acaricien todo el tiempo, que la reconozcan, o que dos automovilistas incapaces de ponerse de acuerdo o ceder el paso, choquen sobre su piel para hacer sentir su furia y su impotencia vial, y que un cuerpo de coches se vaya recostando sobre su piel sin quererlo, sin descanso ni tiempo para las obsesiones ajenas pero ahí, esperando que todo acabe pronto para poder seguir. Las grandes avenidas necesitan que sus autos hablen, pero sobretodo, que las sorprendan abandonándose al impulso de besar frenéticamente a un desconocido, arremolinándose en su piel dura y entonces uno marque para siempre el rostro del otro, o el torso o las nalgas, y que salpicados los cristales, uno pague los daños, dos firmen su compromiso de ignorarse mutuamente después de las facturas, y que todos recordemos que esto, que pudo haberse evitado, volverá a suceder.
Yo seguía mirando al techo, escuchando los suspiros de avenida revolución, incapaz de ignorar la manta de Frida Khalo que quería ser cortina y nunca había estado siquiera colgada en pliegues, sinuosamente y a punto de tocar el suelo. Yo seguía pensando en la magia del grosor del vidrio de la ventana que me hacía creer que bajo las luces traspasando con prudencia el rostro de Frida, eran suspiros y no gritos ahogados los que resonaban. Yo seguía pensando en los cuerpos deformados por las palabras de nuestras confesiones para explicar besos y sudores; en nuestros humores magullados por aparatosas máquinas de firmas que no pierden la fe y aseguran que los desastres pueden evitarse; pensaba, como acompasadamente, en que las caricias no entienden sus facturas y que la oscuridad de la noche no es simplemente un recibo de luz vencido. Entonces me limité a decir: hay puentes que no se pueden cruzar. Y volvimos a tratar de dormir.
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Daniel Alvarez Gorozpe abandonó su sueño de ser futbolista ya entrada la pubertad, así que probó suerte en el fútbol americano, y durante el segundo año de preparatoria en el básquetbol, al tiempo que obtuvo su primer protagónico en una obra de teatro y actuó por primera vez. Entonces sospechó que quizás no era tan malo que no hubiese estado ni cerca de ser futbolista. Escribe a pesar de saber de antemano que nunca escribirá El viejo y el mar, ni Altazor, pero baila y dirige TrafficOnStage, un laboratorio escénico y de comunicación creativa. Mantiene el blog de trabajo que lleva su nombre. Es zurdo. Twitter: @dalgorozpe
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