RELATO Creadora | Andrés Ramírez



1
Un tremendo estallar de trueno la hizo ver el cielo luminoso que se asomaba a la ventana. Delante suyo había un escritorio, varios libros de pasta dura y un hombre que sentado en una silla de cuero la miraba con insistencia. Dio un par de pasos y pudo ver que aquel hombre conservaba un rastro de lágrimas en sus ojos, un camino delineado el cual la luz de la luna y los relámpagos hacían más pronunciado y claro. Jamás había estado en ese sitio, parecía ser un estudio de tipo clásico que más bien debía estar abandonado por la evidente polvareda que levantaba a su andar y por la consideración hecha de los años para cada libro que veía a lado y lado en los anaqueles. Se acercó mucho más al hombre hasta que éste, sin dejar de observarla, preguntó: <<¿Por qué tan tarde?>> Y así ella despertó de su sueño.

Al abrir los ojos no pudo más que tratar de entender lo que acababa de soñar, pronto fue consiente que se había despertado debido al terrible y encarnizado sonido del despertador que había recibido como parte de su regalo de cumpleaños en la oficina. Miró su techo de madera, dio media vuelta entre las sábanas calientes y se levantó con un estrepitoso andar que la condujo hacia el baño de la habitación.  ¿Quién era ese nombre desconocido? No podía recordarlo del todo bien, pero sí sabía que jamás lo había visto antes y era precisamente la incertidumbre de no saber quién era la que la condujo de nuevo a la cama intentando buscarlo de nuevo y así tratar de reconocerlo. En efecto volvió al despacho adornado de libros, solo que esta vez, sin siquiera mirar al hombre, tomó asiento, levantó uno de los libros y entabló una conversación con su sueño.


2
Durante meses acudió más al estudio de ese hombre que a su propia vida. En las noches trataba de acostarse más temprano para alargar la estancia; tomaba tazas de leche caliente solitarias que, según ella misma, ayudaban a conciliar el sueño. Logró incluso el cambio de turno en su trabajo de tal manera que pudiera dormir mucho más en las mañanas y continuar con su rutinario discurrir al frente de ese hombre que se había convertido en su amigo, en su confidente. Por alguna razón, se sentía cómoda en aquel sillón de madera que daba justo con el borde superior del escritorio, se sentía cómoda con los títulos bibliográficos que siempre cambiaban de sueño a sueño, pero que siempre conservaban su caratula antigua y su característica elegancia de librería antigua.

El Creado, como tiernamente lo llamó en la tercera o cuarta visita al estudio, no hablaba mucho. De hecho solo recordaba haber escuchado su voz en la primera visita con aquella pregunta fría y calculada que la hizo reflexionar durante todos esos meses. La real razón para sus constantes visitas era que, a pesar de su silencio taciturno, tenía una capacidad de empatía sorprendente. Podía contarle sus días, las horas que pasaba en su trabajo, sus problemas, sus tristezas y en general las cosas cotidianas que a nadie más revelaba por su incapacidad de relacionarse con otros. Para ella, el mundo que le tocaba vivir no tenía nada que ver con su existencia y con las constantes crisis que la agobiaban en la cotidianidad de su casa. Su capacidad de abstraerse del mundo físico le trajo más de un problema en todos los escenarios de su vida; era como conocer a un ente, un ser que no encajaba en la realidad y que tendía salir volando por las ventanas cuando las puertas ya estaban aseguradas.

Con él por primera vez deseaba ser visible, escuchada. Deseaba desesperadamente durante los días que llegara la noche para dormir y, una vez dormida, esperaba jamás despertar.


3
Más o menos a los tres meses de haber entrado por primera vez al sueño empezaron a llegar las cartas. Eran entregadas dentro de grandes sobres de color marrón que jamás tuvieron un remitente en alguno de sus lados y mucho menos una razón. En el interior de estos peculiares paquetes siempre había un pequeño retazo de hoja con una pequeña frase escrita en color rojo y una firma que parecía decir “Creado” muy para sorpresa de ella que empezó a confundir la realidad con aquello que aparentaba ser un sueño, pero que ahora no resultaba tan claro.

“Te espero en la noche” decía el primer mensaje que recibió y que con devoción colocó dentro de un cajón de su mesa favorita siempre ubicado al lado de la biblioteca de la entrada principal. Al cabo de dos meses había recibido ya un total de quince cartas que resultaron suficientes para hacer algunos descubrimientos: las cartas siempre llegaban los miércoles entre las diez de la mañana y las doce del medio día muy en concordancia con el único día de la semana que no trabaja y en el que podía recibir las cartas directo de la mano del cartero. Además, descubrió luego de una inspección exhaustiva que los pequeños papeles tenían todos la misma medida a lo largo y a lo ancho en un mismo papel amarillento de olor a viejo, era inevitable no pensar en los libros del estudio. “Ten cuidado con el insomnio” decía otro mensaje que parecía complementarse con uno posterior: “tu sueño no es igual sin ti”.


4
Cuando la mesa de las cartas ya estuvo llena de pequeños papelitos ella decidió trasladar el refugio para tan delicadas frases justo debajo de su cama. Siempre quiso guardar algo allí pero jamás tuvo algo que guardar y mucho menos cualquier cosa para recordar. Los sueños se hicieron tan profundos y recurrentes que perdió su trabajo encantada decidiendo definitivamente su marcha de ese mundo que nunca le perteneció. Dormía horas enteras mientras su mente se concentraba en el cada vez más común estudio cuya librería siempre cambiaba dejando un mundo de sorpresas y una sola continuidad: el hombre que siempre parecía llorar a la luz de la luna. Las pocas horas que estaba despierta en el día eran usadas para minuciosamente examinar los pequeños mensajes que ocultaba debajo de su cama. Siempre descubría nuevas cosas ocultas y mensajes secretos que intentó descifrar bajo teorías que ella misma creaba para descifrar las notas que le daban la única motivación de despertar. “Detrás de los libros estoy yo” decía uno de los más recientes mensajes al cual sometió intensamente al escrutinio de sus teorías sin ningún éxito aparente.

Conocía perfectamente cada mensaje y cada rincón del estudio en el que sumergía durante horas. Para ella dormir y despertar ya no eran actividades contrarias, más bien resultaban en acciones que se complementaban y daban ahínco a la atípica historia que vivía a diario. Dejó todo de lado por sentarse en aquella silla que siempre se acomodaba a su columna y que con el tiempo se hizo parte de su cuerpo.


5
¿Quién enviaba las cartas? Ella sabía perfectamente que Creado era un sueño, pero no logró dar explicación a las pequeñas notas que parecían reproducirse entre ellas debajo de su cama. Tampoco importaba mucho, cuando dejó de percibir la diferencia entre dormir y despertar también dejó de preocuparse por lo que sucedía dentro de cada lapso de tiempo por lo que todo se mezclaba irremediablemente en el diario acontecer.

Jamás intentó preguntar por el remitente de las notas e incluso dejó de recibir las cartas de la mano del cartero para simplemente despertar los miércoles, tomar el sobre abandonado en su portal y volver a dormir con una pequeña sonrisa en el rostro. Al Creado le habló mucho de aquellas notas, pero su silencio no la dejaba usar mucho la imaginación, en el fondo estaba agradecida con él por el solo hecho de salirse de los sueños y enviar un delicado mensaje. Las notas cobraban mucha más importancia dado que en sueños él nunca habló y sólo por ese medio logró saber lo que pensaba, conocer lo que sus propias barreras mentales le negaban.


6
Un día, sin razón aparente, el sueño estuvo en blanco. Cerró los ojos viendo el techo de madera que ya mostraba rastros de moho en su estructura y los abrió viendo la misma imagen sin nada en el intermedio. Era la primera vez que sucedía algo tan aterrador y no tuvo idea de qué hacer; trató dormir de nuevo sin resultado y desesperada pensó en todo lo que había sucedido hasta la fecha. Su vida dependía de que Creado apareciera y sentado lograra escuchar el llanto de su alma.

En un último intento sacó las miles y miles de notas que se multiplicaban debajo de sus cama y las leyó con más fe y necesidad que nunca. Detalló cada una de las letras escritas con ese color escarlata que resaltaba sobre el amarillo del papel. Sintió cada una de las frases y se imaginó a Creado diciéndolas, escribiéndolas en el escritorio que todas las noches retumbaba al son de los relámpagos. Un ejército de lágrimas empezó a caer sobre las hojas corriendo de a poco el color de las letras y dañando muchos de los papeles que con tanto afán había protegido del ojo que no fuera el propio. Exaltada se levantó con una nota, la rompió en dos partes y la envió a una bolsa de basura que llevaba meses estando copada. Así lo hizo una por una con las otras hasta que no quedó ninguna y luego pensó que ya no tenía nada de extraordinario ver su propia letra plasmada en las notas de un papel que se había agotado justo ese día.



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Andrés Ramírez. Colombiano, nacido el día 10 de Junio de 1992 en la ciudad de Bogotá. Es Profesional en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda.  Actualmente se dedica a la investigación académica y, paralelamente, a la escritura de cuentos y textos cortos. Ha publicado algunos de sus trabajos en diarios nacionales como El Espectador y en páginas generadoras de contenidos para jóvenes como Cultura Colectiva.


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