RELATO Eduardo y Mónica* | Krishnamurti Góes dos Anjos


No es necesario un gran esfuerzo de invención y construcción ficticio para comprender un cuento con el tema que ese libro propone. Entre secuestros, tiroteos, robos y gemidos con que nos bombardean día y noche, nos invaden también otra sucesión frenética de imágenes: labios rojos y carnosos, pechos, nalgas, muslos y parejas en ímpetu de devorar-se unos a otros.
     Sin embargo, por increíble que pueda parecer, la inspiración en mi caso, no venía – es, a veces sucede – y el plazo para el cierre de la edición, y el editor a cobrarme por él teléfono: como es, ¿envía o no el texto? ¡Qué situación!
     Hasta que, dos días antes del día de la entrega del cuento, por una circunstancia fortuita, necesité coger el taxi para resolver otro problema. Pues. Fue en un taxi que el cuento ha surgido, así listo como va abajo –la inspiración tiene virtudes que ni siquiera el diablo sabe. Así, el cuento no es mío, es del taxero, sin embargo, no se preocupe el lector amigo, no se produce cualquiera pornografía explícita. Si por casualidad no haya verosimilitud, dé los créditos a la imaginación del conductor, y lo enterraron en las leyendas engendradas.

***

Doy con la mano en la concurrida avenida y un taxi, en una arriesgada maniobra, sale de la pista donde está frena cerca a mí. Coche nuevo, potente, último modelo. Los vidrios, automáticos, bajan lentamente y escucho la pregunta:
     –Corona, ¿para dónde vamos?
     Frente a una pregunta tan atrevida, pensé en retroceder, pero no había como. Una profusión de bocinas se queja de la interrupción del tránsito. Entré ceñudo. El joven conductor carraspea tímido y dice:
     –Usted perdóname el tratamiento, pero es la costumbre. Usted sabe…mí madre vive diciéndome que no debo hablar de esa forma con las personas mayores, perdona.
     Mi cara hocico se atenúa un poco y ordeno secamente:
     –Siga para Patamares, por favor.
     Los ojos del conductor brillan anticipando la carrera carnosa. Él le pregunta:
     –¿Tiene preferencia por la ruta? Podemos ir por la Paralela o por la orilla...
     – Por la orilla está bien.
     Nos quedamos por dos o tres minutos silenciosos, hasta que él me dijo:

     –Estoy aquí pensando cómo es esta vida… ¿usted sabe? Vengo del cementerio. Fui a un entierro. Una cosa horrible ¿sabe? Esta vida que cada uno tiene...


     –Sí, es verdad – Yo le respondí, pensando bajo otra perspectiva completamente distinta de la suya.
     –¿Usted sabe? En el cementerio vi a una persona a quien le gustaba. Una muchacha. Dios mío como he amado a aquella mujer...
     –¿Fue? – le pregunté, anticipando por mi turno, un hilo de cuento. La imaginación del escritor es más rápida que un coche de fórmula uno.
     – Fue. Me gustó, pero no he sido emparejado. Ella prefería otro tipo de hombre. Hombre con dinero, ¿sabe? – Y se calló por un rato hasta que mí curiosidad era más grande que su silencio:
     –Es verdad, esta vida tiene cada una... ¿Y usted la vio cómo? Me refiero a ¿cómo fue?
     –Estaba allí. Pero no había más aquella belleza, aquella gracia que había hace algunos años.     Estaba delgada, pálida, con un aspecto de cadáver. – Y volvió a callarse. Juro que en ese momento, si yo tuviera una arma, apuntaba para él y le decía: habla pronto peste. Cuéntalo todo. Sólo puede haber sido caso de crimen pasional. ¡Habla! Pero se volvió espontáneamente con melancolía:
     –Me acerqué a ella, la miré y ella no me reconoció. ¿Usted cree que ella no me reconoció?...
     –¿Verdad? Bien... a veces ocurre, en una situación igual a esa. De repente usted ha cambiado tanto físicamente, el tiempo realiza cambios importantes…
     –Es. Creo que ha sido eso. La última vez que la vi, yo debería tener mís dieciocho años. Hoy tengo veintiséis. Bien, ya han pasado ocho años. No sé... pero Mónica, Mónica es su nombre, ha cambiado mucho también, no se parece ni de lejos, con aquella bella mujer que paraba la calle cuando pasaba… ¡ni de lejos! Hasta que ella, en aquella época, caminó a darme la pelota, pero yo nunca sentí aquel frete massa de su parte
     –¿Frete massa?
     – Sí. Es decir, aquella atracción, aquella voluntad, aquél deseo que las mujeres demuestran cuando si les interesa. ¿Usted debe saber, no?
     – Sé. ¿entonces?
     – Entonces, ella conoció a un hombre así con el cuerpo curado y tatuado. Un hombre hijo de papá.      Buena apariencia, coche deportivo con sistema estéreo poderoso, trajes de marca famosa, teléfono celular, estas cosas que encantan a las chicas. Entonces usted ya puede imaginar. Fue aquella cosa pegajosa, aquél amor, incluso sin la aprobación de su madre. Doña María, buena dueña María… ella no quería. Yo sé porque conozco a Mónica desde la infancia, fuimos casi criados juntos. Doña María era funcionaria pública. Crió la hija allí, con toda atención, con toda la educación, sin marido. Una mujer muy correcta.

     El joven se detuvo. Yo muerto de curiosidad por preguntar: ¿quién mató quién, finalmente?
     –¿Y usted sabe cómo terminó esto?
     –Cómo?!


     –Ella se quedo con este hombre. Fue en la ola. Empezó a hacer trenza rasta, los pantalones en la ingle, silicona en las mamas, tatuajes… una locura. La criatura volvió la cabeza. ¿Eso es amor?     ¿Quién es este loco amor, que hace girar la cabeza de la persona? ¿Esto es amor? Usted, que es mayor, ¿me puede explicar?
     –Creo que ha habido, cada vez más, una inversión completa de valores. La gente piensa que el sexo es lo que conduce al amor, pero en verdad es el amor, el conocimiento de la otra persona primero, es que desemboca en él…
     –Y lo peor, lo peor usted sabrá ahora – interrumpió él entusiasmado con su historia y, en verdad, poco interesado en mis definiciones – lo peor, es lo que el bandido ha hecho con ella. La condujo a una posada en la Línea Verde, ha tenido relaciones sexuales con ella, y sin ella saber, ha filmado y grabado todo. Y, como si no fuera suficiente, lo puso todo en Internet. Mira usted, fue un escándalo sin precedente en el barrio donde vivimos. Mire usted, yo le digo, yo Eduardo Silva, te lo diré, yo que no tenía nada con ella, tuve ímpetu de llenarlo todo con balas. Te juro que tuve voluntad.
     –...
     – Fue eso. Unos pocos años se han pasado. Ella estaba tan devastada que fue para el interior, en la casa de familiares. La pobre madre, vivía sola y el caso no llegó a ninguna parte, sigue sin resolverse.      El tiempo ha pasado. Divertido, cuando amamos y el amor no es correspondido, parece que en su momento, va a morir de amor, pero después cuando el tiempo pasa a veces, pensamos que ha sido mejor que no haya ocurrido nada. ¿Usted sabe? Un amigo común me dijo hoy que ella vive en una capital del nordeste y que trabaja en un gran supermercado. Dijo que cambia de hombre como cambia de ropa. Bueno, pero esto es lo que él ha dicho. Nadie sabe si es verdad......
     –Pero cuénteme – inquirí – usted me dijo que hoy fue a un entierro. ¿Quién fue el cadáver, después de todo?
     –Doña María. Así como Dios quiera. Después de estos acontecimientos, la pobre nunca fue la misma. Tuvo dos ataques al corazón, ha sido operada, pero ahora tuvo otro fulminante. Disgusto también mata.
     –Sé. ¡Y cómo mata!
     Yo me limité a responder en el tiempo. Y me quedo aquí, en este último párrafo, a contestarme si un cuento así, incluso nos puede inspirar a una reflexión fecunda, como dice Giles algo así, “en medio de este acto emotivo del materialismo inmediato donde vivimos, y pisotea cualquier referencia, especialmente en las mentes pequeñas de los jóvenes”. Reflexión que seguramente no será observada “por los dueños de la todopoderosa máquina del consumo que nos mueve”. Nosotros escritores tenemos la costumbre de hacer los registros de esa naturaleza. Pero de todos modos, ¿quién piensa en los escritores?



(*) Nota del Autor: Este cuento fue originalmente diseñado a petición de un editor en Brasil y sería parte de la colección “Amor y el sexo son las Palabras – 19 narradores, sus estilos, intereses y verdades” no publicado aún.



Krishnamurti Góes dos Anjos (1960). Nació en Brasil - Bahia. Libros publicados: El Crimen de la Nueva Vía (Novela, 1999), Gato del techo (Cuentos, 2000), Um nuevo siglo (Cuentos, 2002) e Embrague intelecto y otros cuentos (2005). Ha participado de 22 colecciones y antologías, resultantes de algunos premios literarios. Trabaja como Responsable por los Programas de Planificación en la la Industria de la Construcción en Panamá.


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