Por supuesto, cada 25 de diciembre tengo profundos problemas existenciales. Sobre todo me invade un terrible miedo a la muerte y al vacío.Fue durante la Nochebuena de hace algunos años cuando perdí la fe. De la nada, como se esfuman las nubes en diciembre. Digamos que llegó Santa Claus y en lugar de dejarme algún regalo se robó cínicamente toda creencia que dirigiera, en apariencia, mi vida. Imagino que necesitaba combustible para sus renos.
La fe no es más que un paliativo, y la figura de Dios es una extensión más de nosotros mismos, como el alma o el silencio: esencia de lo invisible, una sombra blanca, un desdoblamiento del Yo, del ser, virus del lenguaje humano, angustia, soledad, espejo, laberinto y melancolía.
Por supuesto, cada 25 de diciembre tengo profundos problemas existenciales. Sobre todo me invade un terrible miedo a la muerte y al vacío. Me siento habitado por la nada, mientras mi familia se dedica a recibir abrazos y felicitaciones que culminan con el olvido del día siguiente. Yo les dedico una sonrisa desde las murallas que erigí para encerrarme, para separarme de ellos involuntariamente.
Somos una familia pequeña, separada. Así como mi fe desapareció un 25 de diciembre de hace algunos años, así desapareció primero el nacimiento, luego el arbolito, finalmente las luces y los regalos. En nochebuena, preparamos la cena —el verbo es a propósito una representación perdida de la ilusión de colectividad— y nos sentamos a compartir nuestra soledad: no hablamos, vemos televisión (este año será Netflix). Somos felices de esta manera. La rica experiencia de la felicidad es saber que siempre será diferente para todos los hombres, que lo trágico puede sacar una sonrisa, y que la risa puede llegar hasta las lágrimas.
Esta navidad no habrá excepción (salvo los deseos de amor de mi ahora inseparable compañera cósmica). En la noche, cuando todos duerman (mi madre duerme en la sala y mi padre en la habitación; hoy lejano el pasado inasible) soñaré que Dios me desea una feliz Navidad junto con todos aquellos seres que no existen salvo en la imaginación del mundo: Santa, el Conejo de Pascua, Cristo, Dioniso…
Fotografía | Imágenes de Google
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