Supongo que mis hermanos y esta servidora, que les escribe esta cantidad de tonterías sin remordimiento alguno, sentíamos que así se acortaba la distancia en que las fiestas harían su arribo…
Tal era la emoción navideña que compartía con mis hermanos, unos años menores a mí, que una ocasión se nos metió la idea de poner el árbol de navidad en pleno julio, y nuestros padres, no sé si por disfrutar nuestra ocurrencia, si por ser tolerantes con nosotros, si por dejar que nos entretuviéramos en algo o por descubrirnos hasta que ya habíamos edificado todo nuestro numerito, permitieron que corriera –cual sueño cumplido– nuestra voluntad, y así nos fuimos hasta diciembre, con el árbol muy bien colocado, esferas y luces que encendíamos a diario.
Supongo que mis hermanos y esta servidora, que les escribe esta cantidad de tonterías sin remordimiento alguno, sentíamos que así se acortaba la distancia en que las fiestas harían su arribo…, los regalos, las luces, la bonhomía de la gente, la alegría, el descanso y la partida al pueblo, para reunirnos con toda la familia y disfrutar las posadas.
Todo transitaba viento en popa, hasta que en un lapso de seis meses, era obvio, comenzaron a acudir visitas a casa, y entonces observábamos los tres hermanos tarambanas, como se sonrojaban nuestros padres y se daba paso a la explicación de esa locura que no era la de ellos, sino la nuestra. Puede ser que desde ahí, la excentricidad haya ido ganando terreno…
No sé si mis padres se acostumbraron a tener intruso en casa, pero todo cambió en casa, con ese intruso. Debo decir que nosotros fuimos muy felices ese año y, recordarlo, nos provoca la más genuina risa a carcajadas.
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