Patrick Süskind |
Patrick Süskind, escritor alemán nacido en 1949. Hijo
del escritor expresionista, W. E. Süskind, desde 1968 a 1974 estudió Historia
Medieval y Moderna en Munich y Aix-en-Provence. Sus obras giran en torno al
aislamiento del individuo en la sociedad, y durante los años 80 colaboró en
guiones televisivos. Su primera obra fue un monólogo teatral, El contrabajo
(1984), aunque el éxito le llegó con El Perfume (1985), que lo reveló
como un gran narrador. Esta novela, traducida a más de veinte idiomas, cuenta
la vida de Jean-Baptiste Grenouille; habla de soledad, de la búsqueda de
identidad de un hombre y de cómo éste trata de justificar su existencia.
La
historia se desarrolla en el Siglo XVIII. En un París maloliente nace su
personaje Grenouille, pues “En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades
un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a
estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras
apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y
grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido”,
dice Süskind.
Nace un chiquillo entre pescados y tripas
apestosas que es expulsado del vientre de su madre, con la convicción de ésta
de dejarlo morir, como a sus otros 5 hijos, pero él, rebelde desde que nace,
hace que su llanto sea escuchado y a su madre la procesan, muriendo decapitada.
A Grenouille nadie lo quiere, y con razón, pues es un ser extraño que no huele
a nada, pero que es capaz de descifrar hasta el más sutil de los olores. Ve y
“oye” con su olfato a largas distancias, sin embargo, él no tiene olor a humano
ni a nada, cosa que le angustia y le duele. Extrañamente con quienes convive
mueren al poco tiempo en que se separan. Él, el más grande perfumista de todos
los tiempos, aprende las formas más sofisticadas para extraer los aromas de
cualquier cosa, viva o muerta. En su desesperación por no tener su propio olor,
encuentra a una bella doncella y en su afán de robarle su esencia, la mata,
pero no logra hacer propio aquel olor. Aunque asegura el narrador que:
“Escenario de este desenfreno -no podía ser otro- era su imperio interior, donde había enterrado
desde su nacimiento los contornos de todos los olores olfateados durante su
vida. Para animarse conjuraba primero los más antiguos y remotos: el vaho
húmedo y hostil del dormitorio de madame Gaillard; el olor seco y correoso de
sus manos; el aliento avinagrado del padre
Terrier; el sudor histérico, cálido y maternal del ama Bussier; el hedor a
cadáveres del Cirnetiére des Innocents;
el tufo de asesino de su madre Y se revolcaba en la repugnancia y el odio y sus
cabellos se erizaban de un horror voluptuoso”. Triste, loco, se va al campo solo. Vive en una barranca, come raíces e insectos; grita, gime, sufre, goza. Se da festines de aromas, se droga con los olores:
“¡Ah, qué momento sublime! Grenouille, el hombrecillo, temblaba de excitación, su cuerpo se tensaba y abombaba en un bienestar voluptuoso, de modo que durante un momento tocaba con la coronilla el techo de la gruta, para luego bajar lentamente hasta yacer liberado y apaciguado en lo más hondo”.El séptimo año se enrosca hasta poner a un palmo de su nariz su sexo; aspira, y nada. Siete años sin baño, sin cambio de ropa y no es capaz de tener olor a humano. ¡Oh tristeza! Pero no tanta, pues sentía que: “Este acto violento de exterminación de todos los olores repugnantes, era realmente demasiado agradable, casi su número favorito entre todos los representados en el escenario de su gran teatro interior, porque comunicaba la maravillosa sensación de agotamiento placentero que sigue a todo acto verdaderamente grande y heroico".
Y de
regreso a la civilización, pero esta vez a la ciudad de Pierrefort, con su
aspecto espeluznante, cabellos hasta las rodillas, barba rala hasta el ombligo,
uñas como garras de ave. Inventa una historia creíble: Lo secuestraron y
mantuvieron encerrado en una celda infame durante siete años. Lo encuentra un
médico que tiene la teoría del fluido letal, que consiste en que todo aquél que
se alimente de raíces llegará a tener un aspecto más cercano a la muerte que a
la vida. Y qué mejor ejemplo que Grenouille, al que somete a una cura con
caldos de pichón, frutas, vino de los pirineos, manjares jamás conocidos por
semejante garrapata. Lo viste elegantemente y, lo más importante, Grenouille,
se fabrica un perfume con base de violetas. Por primera vez siente algo de
simpatía por sí mismo. Deslumbra a todos con su disfraz de caballero.
Grenouille
sigue en la búsqueda del olor más hermoso para sí mismo y continúa matando a
bellas doncellas. Pero con la número 26, la más celestial de todas, logra por
fin oler a humano haciendo una base de excremento de gato y otros residuos
apestosos, además de flores y sobre todo, los extractos de sus víctimas. Comete
un error y es capturado y condenado a morir decapitado. El día que es llevado
al cadalso se pone unas cuantas gotas de su exquisito perfume. ¿Qué pasa? Que
ejerce una atracción arrebatadora ante la multitud. Lo adoran, se vuelven
locos, se desata una orgía; los verdugos no pueden matar a esa criatura divina.
Siente repudio por los que lo adoran. A estas alturas de la historia el lector
está igualmente fascinado con el personaje, por eso el autor hace bien en no
matarlo. Aunque después Grenouille,
fastidiado, regresa a París, donde le da la gana morirse. Se baña con su
excitante perfume, camina cerca de un grupo de jóvenes, quienes al verlo desean
estar cerca de ese ángel humano; untárselo, ser él, y acaban amándolo tanto que
se lo comen a pedazos. Süskind describe en forma extraordinaria la belleza en
el horror.
Grenouille quería una identidad que era
representada por el olor. Quería justificar su vida (haciéndose asesino y el
mejor perfumista del mundo). Necesitaba reconocimiento. ¿Es necesario destruir
a alguien para poder ser? ¿Cuánto nos parecemos al asesino perfumista?
Angélica López Gándara. Autora del libro El peor de los pecados, es colaboradora permanente de la revista Siglo Nuevo, suplemento del periódico El Siglo de Torreón, donde también se ha desempeñado como editorialista. Ha publicado sus textos en las revistas Estepa del Nazas, La Manzana Cultural de Veracruz, Intermezzo, Edukt y Acequias, al igual que en los libros colectivos Enseñanza Superior, Voces del desierto, Sinfonía a dos voces, Cien puertas de Torreón y Coral para Enriqueta Ochoa. Obtuvo el Premio Estatal de Periodismo Cultural "Armando Fuentes Aguirre", en el 2000 y 2015. Ha participado en diferentes foros literarios y culturales de la región, como presentadora de libros y conferencista, principalmente; de igual forma ha colaborado con las principales instituciones culturales de la Comarca Lagunera.
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.