Le rêve de l'androgyne | René Magritte |
Por la pared de la portería desciende una araña. Hilos de humedad y seda tejen un trapecio, casi invisible, en el que se columpia.
(—¡San Jorge, mata la araña!)
Después de pedir ayuda a San Jorge, José Cilleiro descalza su zapatilla, avanza sigilosamente y…
¡zas!
… el insecto se convierte en una pasta informe, que mancha levemente la pared.
(—¡Jolín, con la gran zorra!… En la casa nueva te quisiera ver. ¿Arañas allí?…)
José Cilleiro contempla la suela de su zapatilla. La huella del crimen es imperceptible. ¡Pero el crimen se ha cometido!
Esto no sucederá en la casa nueva. Todo nuevo. Impecable. Mantener limpia una casa sin ensuciarse la conciencia ni la zapatilla con un cadáver, es cosa fácil cuando todo marcha a pedir de boca.
José Cilleiro contempla su zapatilla.
(—Tampoco zapatillas –piensa–. El uniforme…
Uno no puede andar de zapatillas y vestido con uniforme.)
¿Qué uniforme? El que sea. Nadie ha hablado de uniforme, pero intuye José Cilleiro que ha de ponérselo como todos los porteros de casa grande.
José Cilleiro cierra los ojos. Con los ojos cerrados ve mejor. Ya está vestido de uniforme. De uniforme gris.
(—¿Gris? O marrón. Da lo mismo. Martín lo lleva gris. Por eso digo… Los botones, dorados.)
Esto de los botones tiene para él una importancia enorme. José Cilleiro se los coloca sobre cualquier uniforme. Unas veces, el uniforme es cerrado: ¡Botones dorados! Otras, tiene solapas y sobre la camisa almidonada –gris o caqui– luce corbata de seda: ¡Botones dorados! Ahora es una casaca de faldones largos, como la ha visto en el cine, en el teatro, tal vez al conserje de algún hotel: ¡Botones dorados!
(—¡Ah!… Y se acabó el tú por tú y el José para acá y José para allá… Señor José o Don José, para las criadas. ¿O es que todos somos iguales?… No, señor. La autoridad… Uno ya no es cualquiera.)
Otra vez el cigarrillo se ha apagado entre los labios húmedos y fofos de José Cilleiro. El cigarrillo en los labios de José Cilleiro, es siempre una colilla. Pero una colilla viva, siempre dispuesta a convertirse en un cigarrillo, que levanta, en un esfuerzo, su maltrecha virilidad, para no dejar en mal lugar al portero.
Un chispazo. Una luz. Una chupada… Una nubecilla de humo. Y otra vez José Cilleiro sobre la marcha:
—… y nada del duro y cuentas saldadas. Martín dice que cinco duros es lo menos que se le puede poner hoy en la mano a un hombre. Otros diez… otros quince… Y hasta veinte. Porque los hay de veinte…)
José Cilleiro saca de su bolsillo un cuaderno mugriento. José Cilleiro saca de su bolsillo un lápiz de tinta. José Cilleiro humedece el lápiz con la lengua. La lengua de José Cilleiro, mojada y gorda, queda presa entre los dientes, entre los labios, ocupando el sitio de la colilla.
El lápiz de tinta de José Cilleiro, va imprimiendo sobre el papel, como un cardiograma, las oscilaciones de su pensamiento, sus cálculos, sus cuentas…
(—… cuarenta y dos vecinos… no cuarenta y cuatro. Son cuarenta y cuatro, si se cuentan las oficinas. Eso es, cuarenta y cuatro… Cuarenta y cuatro, por veinticinco… ¡échale guindas al pavo!… Cuarenta y cuatro por veinticinco… Cinco por cuatro, veinte y llevo dos. Cinco por cuatro veinte y dos, veintidós… Dos por cuarto, ocho y… y nada, no llevo nada. Dos por cuatro, ocho. Sólo un ocho… Ya… Vamos a sumarlo… Cero es cero. Ocho y dos diez. Ocho y dos diez… ¡Jolín! Mil pesetazas. Mil pesetas sobre el sueldo. Bueno, suponiendo que sólo den veinticinco, que ya es poner por lo bajo…)
—¡José!
José Cilleiro guarda su lengua en la boca. Arroja el lápiz sobre la mesa. Cierra el cuadernillo. Abre la ventana de la portería. Grita de mal talante:
—¿Eh? ¿Qué se le ofrece?
Pero en seguida, José Cilleiro rectifica su actitud agresiva. Ante la ventanilla está el jersey rojo y verde de Benita, metiéndole por los ojos la juventud provocativa de la muchacha.
José Cilleiro se abrocha los dos botones de la camisa. José Cilleiro estira los puños de la camisa. José Cilleiro estira la camisa, lamentando que esté tan mal planchada. José
Cilleiro traga saliva:
—¿Eh? ¿Qué quieres, pequeña?
—Sí no le molesta a usted, voy a dejar en la portería mi bolso. He olvidado comprar la fruta. Vuelvo en seguida.
—Cuando quieras, muchacha. Tú no molestas.
Sale Benita y José vuelve a apoderarse de su cuadernillo
(—Bien está la chica… Uno ahora, ¿cómo va a decirle nada? Pero después… Señor José… Don José… Ya es uno alguien. Y las dos mil del ala… Que si el sueldo, que si las propinas, que si la casa, que si tal, que si cual… ¡Ah! Y esto de las propinas, calculando por bajo… Los de diez, los de quince, los de veinte… Pongamos otras mil.)
José Cilleiro muerde el lápiz con entusiasmo. Acaba de descubrir una nueva mina:
(—¡Los propietarios! También los propietarios. Porque la mayor parte de ellos compran los pisos para alquilarlos. Entonces uno cobra la renta, lleva, trae… Cuando el señor Bofill dice que una portería es un buen negocio…)
—¡José!
(—Jolín, con tanto José… No parece sino que uno fuera el criado de los vecinos.)
José asoma la cabeza por la ventanilla. Es la señorita Julia. –«Madame Garín. Profesora de Corte y Confección. Diplomada en París»–. Madame Garín es además, para el portero, «La madama que paga puntualmente y nunca pide nada».
—Diga usted, señorita.
—Tengo que salir, José. Le dejo este paquete, que vendrán a recoger del Tinte. ¡Ah! Si traen algún encargo, que lo dejen aquí, en la portería. Lo recogeré a la vuelta.
—Sí, señorita. Descuide. Y vaya usted con Dios…
Para su capote:
(—… al cine, digo yo. Porque ésta va al cine… Y uno aquí, sin moverse en todo el día, como un esclavo. Y todo para ganarse…)
El lápiz de tinta de José Cilleiro vuelve a humedecerse sobre su lengua y a posarse sobre el cuadernillo mugriento…
Tomado del libro El pez sigue flotando.
Dolores Medio (Oviedo, 1911-1996). Fue una escritora española. Estudió Magisterio, ejerciendo como maestra en Nava, Asturias, hasta que en 1945, ganó el Premio Concha Espina de la revista Domingo con Nina, obra que no se publicará hasta 1988. Se traslada a Madrid para colaborar, bajo el seudónimo de Amaranta, con ese semanario, y allí se matricula en la Escuela de Periodismo y en la de Bellas Artes.
En 1952 obtiene el Premio Nadal de novela con Nosotros, los Rivero. En 1963 comienza, con Bibiana, su trilogía Los que vamos a pie, donde se relatan los hechos (autobiográficos, como gran parte de su obra) relativos a una manifestación en apoyo a los mineros que la llevó a prisión, experiencia a su vez relatada en Celda común; ese mismo año obtiene el Premio Sésamo con Andrés.
La otra circunstancia continúa la trilogía en 1972. En 1982 publica El urogallo, cuento escrito entre 1936 y 1939 que no se pudo publicar antes por causa de la censura.
Otras novelas de Dolores Medio son Funcionario público (1956), El pez sigue flotando (1959), Diario de una maestra (1961), Farsa de verano (1974) y El fabuloso imperio de Juan sin Tierra (1981).
Es una de las máximas representantes de la literatura social en España, así como de la estética social realista, siendo muy aclamada durante la década de los 50, hasta bien entrados los 60, momento en el que la literatura social perdió protagonismo. En la actualidad existe una fundación, creada en 1981, que lleva su nombre y que gestiona el Premio Dolores Medio de Novela.
1 Comentarios
GRACIAS POR EL ARTÍCULO SOBRE ÁNGEL ESCOBAR
ResponderEliminarRecordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.