ACERCAMIENTOS El continuum de las “Cosas amadas” (Leyendo El hombre y su piedra de Cristián Cayupán) | Eugenia Toledo Renner


La poesía es tan vieja como la vida en el planeta. Los poemas se han tejido con la historia de la humanidad; por ello los encontramos desde sus raíces. En cuanto nace el lenguaje, nace la poesía. Generaciones y generaciones de poetas han hecho descubrimientos, creado o inventado nuevas formas de expresión poética hasta llegar a nosotros. La humanidad puede trazar poemas desde los orígenes de sus culturas. En casi cinco mil lenguas, la gente ha usado poemas para expresar quiénes son, en qué creen, qué han hecho y qué se siente al estar vivo. La poesía nunca ha sido estática, siempre en movimiento, movimiento interior y exterior, tratando de evidenciar la luz y la sombra, la libertad, la historia, lo concreto y lo filosófico. En resumen, lo humano y lo bueno que se obtiene de “la continuidad de las cosas queridas”, como nos dice Cristián Cayupán, joven poeta de nuestra región de la Araucanía (Puerto Saavedra, 1985) que presentamos aquí.

Desde este contexto Cristián Cayupán ha construido en sus libros Tratado de piedras (2014, Editorial Conunhueno), Terruño (2015, Mapu ñuke Ediciones) y ahora El hombre y su piedra (2016, Ediciones Inubilistas) una estructura que obliga al lector a observar la secuencia del mensaje, incorporándolo a postulaciones ontológicas, metafísicas, antropológicas y míticas. Se reconoce en sus textos la preeminencia de este factor mensaje que caracteriza la función poética en su caso.

El hombre y su piedra es un texto que resiste varias lecturas. Junto a sus otros libros, ya mencionados, está la lectura con el temple de ánimo del hablante lírico que se expande desde la experiencia personal del poeta hacia una expresión cosmogónica, relacionada con su identidad mapuche, y finalmente, para llegar, a la altura de una postura de intención totalizadora o universal que nos transporta, a su vez, a una vuelta al lenguaje primigenio, al lenguaje común, comunitario. El poeta vuelve los ojos hacia la comunicación ancestral y a un deseo intenso de modos de comportamiento ancestral para vivir satisfactoriamente.


En un país carente de una integración y convivencia entre sus partes multiculturales esta propuesta de una vuelta a la sabiduría “filogenética” (también llamada “el concepto continuum” en la antropología social). Creo que en Cayupán este instinto poético es real en su poesía y en el lenguaje referencial que usa a través del cual trata de reivindicar el continuum o la persistencia de las cosas amadas que ya mencionamos[1]. Estas cosas se repiten en el tiempo o deben repetirse, aunque sea en forma distinta, para salvarnos de las sociedades disfuncionales y los tiempos “distópicos” que vivimos.

Se añora y se postula en sus textos una reflexión sobre estilos de vida (por ejemplo, el de su pueblo mapuche y otras culturas y lenguas), porque la evolución de la humanidad nos ha apartado de ellos, destruyendo además el orden natural y sustentable de la tierra. Pero la ciencia o la evolución no solo han logrado esto último, sino que también han destruido el sentido común, la comunicación, la convivencia que había guiado desde antaño el comportamiento prístino de los hombres. Las alteraciones producidas por la historia han destruido de raíz las culturas ancestrales o las “han borrado”. A esa trascendencia se refiere el poeta cuando nos dice: “Hay algo que nos hace humanos / no la muerte ni los sentidos sino el lenguaje / ese tratado que desentrañó la gente de antaño” (Alguien atraviesa las puertas de antaño); “Removimos las cenizas de tiempo / y desenterramos un lenguaje olvidado / ese pan sin levadura que ya nadie quiere comer” (Lenguas desahuciadas); “…porque pertenecen a una era anterior a todas las eras / que el hombre pueda conocer” (Epitafio de la sal).

Varios autores nos han proporcionado reflexiones que investigan las cosmogonías de las civilizaciones, algunos de ellos citados por nuestro autor y que vale la pena mencionar, porque nos proporcionan aspectos comunes a la poesía de Cayupán. Nos referimos a Octavio Paz, Gastón Bachelard, Mircea Eliade, el poeta chileno Efraín Barquero y el Prof. Rafael Echeverría citado con su obra Ontología del lenguaje.

Para una interpretación crítica se nos hace útil mencionar, a nivel lingüístico, ciertos polos de referencias en sus poemas, alrededor de los cuales el poeta arma el esqueleto y formula el mensaje temático de El hombre y su piedra. La imaginería de Cristián Cayupán se va desarrollando en torno al contexto de 34 poemas y dos “prosemas”. Los elementos de significado que nos han atraído como más relevantes son los siguientes: Lenguaje (o lenguas): usado alrededor de 38 veces; Piedra, con sus variantes: roca, cantera pétrea, usado 25 veces; Luz: que es reforzado por la secuencia verbal de iluminar, encender, encandilar, alumbrar, que aparece 20 veces; El mito de la casa y sus componentes: puerta, umbral, lámpara, pieza, habitación, mencionado 12 veces; y varios otros como: ser íntimo, convivencia, ancestros, lo humano. Finalmente, aparecen en lugar destacado hombre y mujer entre otros. El término mujer destaca en los poemas “Mujer de la tierra”, “Composición de mujer”, “La vasija de la vida” y “Mujer y hombre, su esencia, su destino”.


Cristián Cayupán inicia su libro con el mito de “El árbol de la vida”, título del primer poema. El árbol de la vida nos dice es camino y está fundado en la raíz del vocablo. El hombre debe saber “que el árbol que buscamos cada día está en nosotros / en lo más íntimo del ser”. Este árbol es la memoria y la historia. Además, apunta al universo, a lo alto. Se sujeta en la tierra y asegura sus raíces en la piedra. Y ¿qué es la piedra? El poeta la define: “El mundo es una sola piedra girando alrededor del hombre”. De lejos la piedra y el hombre se confunden, dice Cayupán, y ambos “fueron nombrados con el mismo respeto / con que fue esculpido el lenguaje ancestral”.

En el arte pre-hispánico se le otorga una dimensión trascendental a la noción de piedra. La piedra es un símbolo en la cosmogonía del pueblo mapuche y también es parte de su vida diaria. Sus referentes más conocidos son el símbolo cultural en el “toquicura”, el sitio de la piedra violada en la comunidad Chilko ko por una forestal chilena y la piedra Manquian que conocemos en nuestra zona.

Pero probablemente el monolito más antiguo conocido es la Piedra del Sol que representa la compleja cosmogonía azteca junto a las piedras del sacrificio y otras. La piedra es el símbolo de lo empírico. También nos conecta con el cuento del mexicano Carlos Fuentes llamado “Chac mool”. Todos son mitos que establecen que la piedra es lo primero y lo último, lo que queda, lo que permanece, mientras todo lo demás se desgasta, la piedra sufre transformaciones. Sujeta a las leyes naturales, el hombre proviene de ella y se refugia en su seno: “Cuando comenzó a decir la última palabra de su vida / el mundo también declinó / Sepúltenme en la piedra -dijo- y ella en mí” (El hombre y su piedra).

Inmediatamente a la vuelta de la página, el tercer poema del libro nos abre una puerta y descubrimos que desde el centro de la tierra algo alumbra como una “piedra desnuda” del “tamaño de una sombra femenina”. Dedicado este poema a Ana Ñanculef Carilao, el poeta expresa que esa luz que se busca se ve solo a través de la mujer que ilumina desde el centro de la tierra y a través de ella. Es vientre, vasija o lugar desde donde hombre y mujer perpetúan la especie. La luz es dadora, es generosa y gracias a ella - la que ha dado a luz - según se lee al final del poema, se restaura la comunión necesaria en la mesa fraterna de la concordia que busca el poeta: “Una mano verdadera es cuando te la estrecha una mujer de la tierra / con esa suavidad humana que solo el hombre reconoce / porque no somos sino el pan de un mismo grano ancestral / escritos en el canto de una mesa fraterna” (Mujer de la tierra).

Hombre y mujer son uno, de la misma materia, tal como la piedra y la casa que construye el poeta (el albañil), lugar donde van a encontrar “los orígenes del ser” y donde “el tiempo reconstruye sus muros / haciéndola cada vez más profunda”. Y desde allí el pasado revive, porque el pasado es la memoria del ser humano, todos estos son los fundamentos de la nueva casa (La casa en la roca).

Y sigue el poeta: desde el edificio de la casa (y la lámpara) hombre y mujer se constituyen en hacedores del lenguaje. Son harina y agua. Traen el lenguaje de vuelta desde el pasado, aquellos rescoldos del tiempo, en forma de recuerdos “como un lenguaje salido de un árbol humano” y también lo reconocen en el fuego sagrado, “como si cada palabra fuera un leño resignado” (Fuego sagrado).

De esta manera se va reconstruyendo el lenguaje. El poeta ha aprehendido la palabra, porque esta alumbra y alimenta. No seguirá las huellas de la tecnología ni la ciencia ya que quiere volver a lo Humano, a sus ancestros y a la piedra primogénita. A la casa y la mesa del padre: “Quiero conocer a mis antiguos /…/ ¿quién es aquella persona que nombra las cosas / con una sola palabra dibujada en sus labios / para hacer que perdure el lenguaje? / ¿Qué busca en el fondo de esa piedra / sino el origen de esos genes? / porque cada vez quiero conocer aún más / el rostro de mis antepasados” (Algo que me incita a volver).

Finalmente, acercándose a los pensamientos de Rafael Echeverría, el poeta en su búsqueda filosófica y ontológica sabe que el drama de la sociedad moderna o su gran tragedia ha sido la pérdida de lo humano por el poder. Frente a este postulado, Cayupán señala que el poeta no es un mago, ni es el héroe occidental Prometeo, sino el que sabe desenterrar, como un antropólogo, el necesario lenguaje ancestral. Puede despertar las fuerzas secretas de un lenguaje prístino y ancestral a través de la poesía y sus recursos, imágenes, metáforas y mitos, porque el nombrar es nueva creación. Creación o recreación de lo ancestral. Y porque sabe que cada palabra conlleva la pregunta sobre el ser del hombre y su identidad, quizá la pregunta más esencial de la historia. Todo hunde sus muros en el lenguaje, la filosofía, la tecnología, las estructuras sociales, los comportamientos, las artes, las creencias, etc.; es decir, todo lo que constituye la cultura[2]. “Algo se ha perdido para siempre en su interior / al no dignarse a encontrarlo inventó las palabras / para transmitir su dolor / a sus descendientes /…/ Desde entonces mira a sus adentros / a través del cerrojo que hay en él / porque siente que algo encontrará / de ese pasado que no logra reparar” (El umbral del hombre).

En síntesis, El hombre y su piedra es una explicación del mundo y de una poética más humana, postulada por el poeta desde el inicio del texto. “Con el tiempo mujer y hombre / encarnaron en la palabra adecuada / y esa palabra se hizo tierra” (Mujer y hombre, su esencia, su destino); y también la extendieron sobre la mesa de su hogar, la humilde mesa donde cupo “la palabra humana” donde entendieron “el mensaje del abuelo” y donde el poeta termina la última página de su poema proyectándose hacia el próximo canto. . . porque lo que el tiempo busca en uno es la continuidad de las cosas amadas (La última página).

Nuestra vida entonces se da para quienes están o viven con nosotros. Este es el secreto de la vida, ir a la búsqueda del ancestro como dijo Octavio Paz para llegar al convencimiento de que somos semillas precarias, elementales, para nutrirnos a nosotros mismos a través de nuestro prójimo. Tal mundo propuesto no es sólo imitación, sino concepción de ese mundo.
 Junio, 2016.



[1] El Continuum de un individuo es global, en el sentido de que forma parte del Continuum de su familia, que a su vez es parte del Continuum de su clan, y el de la especie, y el Continuum de las especies humanas forma parte del Continuum de la vida sobre la tierra. El Continuum puede definirse también como la secuencia de experiencias que se da a través de nuestro comportamiento o que guía nuestra conducta, y que se ha socavado a través de los siglos. Una de estas experiencias es la experiencia del lenguaje. (Jean Liedlof: “El concepto de Continuum, en busca del bienestar perdido”).
[2] La obra Ontología del lenguaje presenta tres postulados básicos que son: a) los seres humanos son seres lingüísticos, b) el lenguaje es generativo y c) los seres humanos se crean así mismos en el lenguaje y a su vez éste interviene en la creación del futuro, modelando nuestra identidad (Lourdes Margarita Gómez Montilla: Análisis del texto Ontología del lenguaje de R. Echeverría, www.slideshare.net)


EUGENIA TOLEDO RENNER. Doctora. Free Lance Writer.

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