Si tuviéramos que describir, hallar o proponer la poética
utilizada por Fernando Trejo en Base Atenas (Mantis Editores, 2016) diríamos, o
más bien diría y estando satisfecho, que la pregunta la responden ciertos
versos con tono aforístico de José Ángel Valente, incluidos en su libro Al dios
del lugar (Tusquets, 1989): “Quedar / en lo que queda / después del fuego, /
residuo, sola / raíz de lo cantable”. Se trata, pues, de una revisión
generacional, un listado de los nombres que conforman la estructura de la
familia con todo su pasado, presente y futuro. El poeta pone sobre la página al
hijo, al padre y al abuelo, figuras que van intercambiando roles tal y como
dicta la memoria. En el recuerdo entonces, en lo vivido alguna vez, se
encuentra la materia prima de estos poemas que algo comparten también con la
poética de Solana (FETA, 2014), anterior libro del Fernando.
Existe en varios de los textos cierta narratividad que va forjando
un árbol genealógico. No es un secreto que en los últimos años Fernando ha
tenido especial interés por escribir la muerte, esa tarea que parece imposible
pero termina produciendo una especie de escritura sanadora, un saldar deudas
con uno mismo y con los otros. Así, Base Atenas transita entre el libro médium
y el libro memorial, la escritura-homenaje. En poemas como “Fotografía con
brazo enyesado” conviven el padre y el hijo en un jardín de niños, un Maverick
con toda su carga emotiva y la música de Chico Che; una vez inmerso en el mundo
de la memoria, una vez recreada esta postal con un tono melancólico aunque
seguro, el poeta se preocupa por regresar al presente, porque el pasado es el
residuo del ahora y es imposible habitarlo: “Me deslizo, entonces, / sobre la
resbaladilla, / desaparece primero tu moreno brazo, / desaparezco yo después, /
y como si así se me escapara el miedo, / me olvido que tu Maverick / suena, y
se aleja y a traviesa la memoria / detrás de la puerta del jardín”.
Un libro se llena de fantasmas, irremediablemente, cuando la vida
del poeta está llena de los mismos. En Solana, Fernando Trejo nos contó
sobre Carlos, su primo fallecido; nos contó la desgarradura desde la herida
abierta, desde la sangre. En Base Atenas cuando se habla de fantasmas se habla
de cicatrices: la herida yace en algún sitio pero es ligeramente borrosa y
parece no causar dolor: “Papá, / en casa existen ruidos / que no he hecho yo, /
ni tú / y tampoco mamá / ni Carolina. / No tengamos miedo,
decías. // Ruidos / que son Carlos / en la caricia naranja de la tarde”. Es
decir, Fernando escribe ahora sobre Carlos y todos los fantasmas que habitan la
familia no a través de una serie de correspondencias y de escritura médium sino
a través de un diálogo con los vivos. Base Atenas es sobre todo un libro sobre
la vida, más que de la muerte, es un libro sobre la enseñanza que pasa de
generación en generación a pesar de todo: “Y mi hijo no / se contenta / si un
domingo no visita / la casa del abuelo / aunque esté toda / repleta de
fantasmas”. Nótese que el abuelo aquí es quien anteriormente era el padre
porque a la línea generacional se agrega Iñaki, el hijo de Fernando.
Cuando hablamos de la figura paterna, podemos dirigirnos de
inmediato a muchísimos poetas y a muchísimos padres escritos en diferentes
contextos e intenciones: Jorge Manrique, Mark Strand, Jaime Sabines, Sharon Olds,
Eduardo Milán y una lista interminable, pero si algo distingue al Padre escrito
por Fernando Trejo es que la muerte que se canta no es la suya sino la de Otro
que aparece, además, reflejado en el rostro de los vivos. Es una sola muerte la
que se canta porque el abuelo, el padre y el hijo terminan siendo uno: “Papá /
entonces, supo cómo desde joven / se puede morir dentro / hasta volverse
artero, / un cuerpo de metal”. Lo que nos revela Fernando en estos versos es la
participación afectiva en la realidad del Otro, de su padre; podríamos pensar
que si Trejo escribe sobre esta muerte, y lo hace con una belleza y una carga
emotiva aplastante, reconoce el sentimiento sin haberlo vivido, porque la
sangre tiene una cualidad empática cuando se trata de la familia.
Así como el miedo es vencido por una caricia, la muerte es
trascendida por la herencia, por lo que nos queda de los muertos: “Yo le heredé
a mi abuelo / un lunar blanco en la punta de mi fleco. / Por eso papá cree /
que ve a su padre en mí. / Lo cuido porque soy / un mechón de canas / que le
trae de golpe / los recuerdos de su padre. / Por eso cuido a papá, / porque soy
/ el más parecido de sus canas”. El tema de la herencia familiar tiene relación
también con la vida como un tipo, como un proceso cíclico que se enseña y ha de
repetirse de generación en generación, de sangre en sangre: “Papá tuvo también
quince años, hijo. / Fue un niño, / como tú, jugando al tren. Pero creció, /
como crecerás tú. / Y se casó con tu abuela / y regresó a la ciudad”.
La radio de banda civil y su historia, que da título al libro, se
traduce directamente en una forma particular de codificar los sucesos de la
vida diaria. El poeta se pregunta repetidas veces el porqué de las cosas; una
suerte de posibles respuestas plaga los poemas de la Base Atenas que de pronto
se nos revela “Era un cuarto con libros. Empotrado a una plancha de madera, un
radio de banda civil Cobra”. Un padre que llama a sus hijos, que los codifica,
bajo el nombre de Cristalito, y el porqué de las cosas que el cristal no
entiende y sin embargo se responde: “Hermana y yo / te vimos y / te lanzamos un
beso transparente, porque cristales somos, / papá. // Qué frágil la materia”.
Base Atenas, que obtuvo el Premio Centroamericano de Poesía
Rodulfo Figueroa en 2015, es un cuaderno de vida, un registro del mundo que se
construye a partir de lo que resta del fuego, de la ceniza de los que se han
ido pero viven en las canas, las fotografías y las canciones del mundo:
Papá:
es válido nombrar
la sombra que se quiebra.
Hoy mi hijo acarició el pasillo
con sus pequeñas manos
y trajo entre los polvos
un poco de tu voz
Este texto fue leído durante la presentación del
libro
en el marco de la Feria Internacional de la
Lectura Yucatán
y el 2do Encuentro Literario del Sureste
Mérida, Yucatán 11/03/17
DANIEL MEDINA (Mérida, Yucatán, México;
1996). Es autor de las plaquettes de poesía Mímesis para gusanos (2015)
y Casa de las flores (2016). Poemas suyos figuran en las
antologías 8° Carruaje de Pájaros y Karst. Escritores
de la península yucateca en 2016, así como en diversos medios digitales e
impresos como Blanco Móvil, La Gualdra (suplemento cultural de La
Jornada Zacatecas) y Parteaguas. Recibió el Premio
INBA-CEDART de Poesía 100 años de letras mexicanas (2014), el IV Premio
Nacional de Poesía Joven Jorge Lara (2014) y una Mención Honorífica en el I
Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía (2015). Es director de
Ediciones O.
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