No
somos criminales, señor, algunos ni siquiera sabemos leer, pero no somos tontos;
hicimos lo correcto. Antes de que me juzgue, déjame contarle cómo empezó todo;
hace unos meses había desaparecido la niña Citlali del pueblo, no teníamos ni la
menor idea de qué pudo haberle pasado; tenía la vaga esperanza que se había
fugado con un soldado del ejército francés que se habían instalado a las
orillas del pueblo, ¡Ojalá, Dios perdone mi lengua insensata! Por haber
calumniado a la niña Citlalli, ¡Que Dios la tenga bien en toda su santa gloria!
Después de varios días de su desaparición,
su padre, el alcalde del pueblo, la buscó hasta por debajo de las piedras, pero
como le había dicho antes desapareció sin dejar rastro alguno; él preguntó
entre los habitantes del pueblo y nada; sin embargo, una pista apareció ante la
sorpresa de todos, el cura de la parroquia le informo que “el tal Jawari” había
sido visto hablando con ella, claramente el viejo dueño de la hacienda se
aferró a esta pista más que a su vida misma, no, he imagínese que cuando Jawari
no apareció, todo el mundo creyó que sus sospechas eran claras, ¡él era el
culpable! Él se había llevado a la niña Citlali y, sin embargo, no sabíamos por
qué o con qué fin lo había hecho.
Él no era muy alto ni musculoso, no tenía
nada de especial y hubo un tiempo en el cual casi pudo camuflajearse entre
nosotros. Se había criado en el pueblo, como el hijo bastardo de una
mujerzuela, no tenía nada de especial el escuincle ese, la mera verdad. Hasta
decían que su propia madre ni lo quería, no me sorprendió le digo porque ese no
tenía nada de especial, le cuento; cuando se hizo mayor comenzó a trabajar como
peón del patrón, iba de arriba-abajo el jovenzuelo ese con los pocos centavos
que le daban; para que le miento ese nunca me cayó bien, a decir verdad, era
bien alrevesado cuando tuvo suficiente dinero para comprarse un terrenito acá cerca
del pueblo lo rechazo y prefirió construir una choza hasta la punta del cerro, se
trataba de un muchacho extraño, le digo.
¡No!, y cuando se enteró el patrón casi se
muere, no miento su piel se puso tan paliducha que todos creímos que se iba a
petatear pero como nuestro Dios es tan grande no lo permitió; creo que desde
allí comencé a sospechar que tenía algún tipo de amistad con el chamuco, de
veras, déjeme y le explico, la niña Citlali estaba chula, era en verdad bonita,
y cuando se ponía uno de esos vestidos traídos de la capital casi parecía una
muñequita, ¡Qué iba a fijarse en un indio como ese!, se lo digo enserio, si de
niño era feo pues de grande siguió igual, no a ese los años no le favorecieron
en nada.
Le digo que se trataba de un sujeto muy
extraño, no, algunas veces lo veíamos bajar del cerro todo demacrado y era
lógico, estoy segura que era partidario del diablo pues verá nunca venía a misa
y nunca habló con nadie a excepción de la niña Citlali. Era obvio que se la
llevara pues ella era un alma pura y generosa, perfecta para él que necesitaba un
sacrificio para el chamuco ¿y que le dio a cambio? Ya sabe esos indios y sus
ritos. Bueno, la cosa mala le dio la capacidad de convertirse en un animal.
Si y no solo yo, sino otros más vieron una
sombra muy parecido a un perro bajar del cerro, le digo ¡Qué se trataba de Jawari
transformado en aquella criatura!, el cual sólo realizaba actos crueles, mataba
a las gallinas y destruía los cultivos, le digo que se trataba de la cosa mala.
Pero volviendo a la niña Citlali, sólo una vez creí haberla visto, estaba mal
cuidada y su piel se había oscurecido por el sol, pero, considerando la
distancia a la cual me encontraba no puedo asegurar sobre la veracidad de mis
palabras. Sin embargo, una vez Doña Rosa, una buena cristiana del pueblo la
encontró en medio del cerro, parecía tan desorientada, estaba tan vulnerable, pero
parecía contenta de su vida, todos en el pueblo supimos que la criatura la
había hechizado, le había echado magia negra, de esa que sólo los indios
conocen.
Como buena persona que soy, la acogí en mi
casa, le di refugio y luego cuando su padre llegó de la capital, se la devolví,
la pobre gritaba y suplicaba para que la dejamos ir, seguramente para volver
con su captor, estaba hechizada, ¡Qué le digo!
Inclusive le pedí al padre que rezara un ave María y un padre nuestro para que le devolviera la serenidad a la muchacha,
pero ya sabe, la magia producto de la cosa mala es poderosa. Muy poderosa, rara
vez la niña habló con nosotros sobre él y durante días o incluso semanas dudamos
que él hubiera sido su captor o que inclusive le hubiera hecho daño, claro, eso
ocurrió antes de que su estómago comenzara a hincharse.
No éramos salvajes, le preguntamos una y
otra vez quien era el padre del niño que cargaba, pero no respondió, así que
era lógico que se trataba de él, si se hubiera tratado de otro quizás la
hubiéramos perdonando por su pecado; pero ese no era el caso, fuimos con el
padre para que nos dijera que hacer, su única respuesta fue dejar que el
producto naciera para ver si era niño o demonio.
Pero yo ya sabía la respuesta; Ella iba a
tener a los descendientes de aquella criatura, ¡a los productos de Satanás!
¡Dígame usted que debimos haber hecho! ¡Exacto…nada! ¡Era la única opción! Así
que esperamos angustiados hasta la época de nacimiento, era un marzo lo
recuerdo bien, aquella terrible tarde hubo un aguacero tan fuerte que creí que
se trataba de una segunda inundación, como lo hizo Dios en la época de Noé, ¡Dios
estaba castigándonos por no haber detenido el nacimiento de aquella criatura!
El día de su nacimiento yo era la partera
y cuando le saqué a aquella criatura, era todo lo que temía y más: tenía 2
cabezas, 3 extremidades y lo peor es que se encontraba vivo y gritaba tal y
como los lamentos de los mismos pecadores condenados a la lumbre eterna, ¡No!,
ni siquiera toda el agua bendita de la iglesia pudo cristianizar a semejante
monstruosidad, así que hice lo que debimos haber hecho, lo destruí condenándolo
al fuego eterno, lo quemé vivo; por suerte la niña Citlali estaba inconsciente
y no pudo escuchar sus gritos. Se lo comuniqué al padre y al resto de los
habitantes, quienes estaban de acuerdo conmigo para realizar el siguiente acto de
purificación y condenar al culpable a reposar por la eternidad en la limpieza
de la bondad cristiana, esa fue la razón por la que linchamos a Jawari.
ARIANA HERNÁNDEZ (Oaxaca,
México, 1997) Universitaria y aspirante a escritor de medio tiempo.
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