CUENTO Jawari | Ariana Hernández


No somos criminales, señor, algunos ni siquiera sabemos leer, pero no somos tontos; hicimos lo correcto. Antes de que me juzgue, déjame contarle cómo empezó todo; hace unos meses había desaparecido la niña Citlali del pueblo, no teníamos ni la menor idea de qué pudo haberle pasado; tenía la vaga esperanza que se había fugado con un soldado del ejército francés que se habían instalado a las orillas del pueblo, ¡Ojalá, Dios perdone mi lengua insensata! Por haber calumniado a la niña Citlalli, ¡Que Dios la tenga bien en toda su santa gloria!
Después de varios días de su desaparición, su padre, el alcalde del pueblo, la buscó hasta por debajo de las piedras, pero como le había dicho antes desapareció sin dejar rastro alguno; él preguntó entre los habitantes del pueblo y nada; sin embargo, una pista apareció ante la sorpresa de todos, el cura de la parroquia le informo que “el tal Jawari” había sido visto hablando con ella, claramente el viejo dueño de la hacienda se aferró a esta pista más que a su vida misma, no, he imagínese que cuando Jawari no apareció, todo el mundo creyó que sus sospechas eran claras, ¡él era el culpable! Él se había llevado a la niña Citlali y, sin embargo, no sabíamos por qué o con qué fin lo había hecho.
Él no era muy alto ni musculoso, no tenía nada de especial y hubo un tiempo en el cual casi pudo camuflajearse entre nosotros. Se había criado en el pueblo, como el hijo bastardo de una mujerzuela, no tenía nada de especial el escuincle ese, la mera verdad. Hasta decían que su propia madre ni lo quería, no me sorprendió le digo porque ese no tenía nada de especial, le cuento; cuando se hizo mayor comenzó a trabajar como peón del patrón, iba de arriba-abajo el jovenzuelo ese con los pocos centavos que le daban; para que le miento ese nunca me cayó bien, a decir verdad, era bien alrevesado cuando tuvo suficiente dinero para comprarse un terrenito acá cerca del pueblo lo rechazo y prefirió construir una choza hasta la punta del cerro, se trataba de un muchacho extraño, le digo.
¡No!, y cuando se enteró el patrón casi se muere, no miento su piel se puso tan paliducha que todos creímos que se iba a petatear pero como nuestro Dios es tan grande no lo permitió; creo que desde allí comencé a sospechar que tenía algún tipo de amistad con el chamuco, de veras, déjeme y le explico, la niña Citlali estaba chula, era en verdad bonita, y cuando se ponía uno de esos vestidos traídos de la capital casi parecía una muñequita, ¡Qué iba a fijarse en un indio como ese!, se lo digo enserio, si de niño era feo pues de grande siguió igual, no a ese los años no le favorecieron en nada.
Le digo que se trataba de un sujeto muy extraño, no, algunas veces lo veíamos bajar del cerro todo demacrado y era lógico, estoy segura que era partidario del diablo pues verá nunca venía a misa y nunca habló con nadie a excepción de la niña Citlali. Era obvio que se la llevara pues ella era un alma pura y generosa, perfecta para él que necesitaba un sacrificio para el chamuco ¿y que le dio a cambio? Ya sabe esos indios y sus ritos. Bueno, la cosa mala le dio la capacidad de convertirse en un animal.
Si y no solo yo, sino otros más vieron una sombra muy parecido a un perro bajar del cerro, le digo ¡Qué se trataba de Jawari transformado en aquella criatura!, el cual sólo realizaba actos crueles, mataba a las gallinas y destruía los cultivos, le digo que se trataba de la cosa mala. Pero volviendo a la niña Citlali, sólo una vez creí haberla visto, estaba mal cuidada y su piel se había oscurecido por el sol, pero, considerando la distancia a la cual me encontraba no puedo asegurar sobre la veracidad de mis palabras. Sin embargo, una vez Doña Rosa, una buena cristiana del pueblo la encontró en medio del cerro, parecía tan desorientada, estaba tan vulnerable, pero parecía contenta de su vida, todos en el pueblo supimos que la criatura la había hechizado, le había echado magia negra, de esa que sólo los indios conocen.
Como buena persona que soy, la acogí en mi casa, le di refugio y luego cuando su padre llegó de la capital, se la devolví, la pobre gritaba y suplicaba para que la dejamos ir, seguramente para volver con su captor, estaba hechizada, ¡Qué le digo!
Inclusive le pedí al padre que rezara un ave María y un padre nuestro para que le devolviera la serenidad a la muchacha, pero ya sabe, la magia producto de la cosa mala es poderosa. Muy poderosa, rara vez la niña habló con nosotros sobre él y durante días o incluso semanas dudamos que él hubiera sido su captor o que inclusive le hubiera hecho daño, claro, eso ocurrió antes de que su estómago comenzara a hincharse.
No éramos salvajes, le preguntamos una y otra vez quien era el padre del niño que cargaba, pero no respondió, así que era lógico que se trataba de él, si se hubiera tratado de otro quizás la hubiéramos perdonando por su pecado; pero ese no era el caso, fuimos con el padre para que nos dijera que hacer, su única respuesta fue dejar que el producto naciera para ver si era niño o demonio.
Pero yo ya sabía la respuesta; Ella iba a tener a los descendientes de aquella criatura, ¡a los productos de Satanás! ¡Dígame usted que debimos haber hecho! ¡Exacto…nada! ¡Era la única opción! Así que esperamos angustiados hasta la época de nacimiento, era un marzo lo recuerdo bien, aquella terrible tarde hubo un aguacero tan fuerte que creí que se trataba de una segunda inundación, como lo hizo Dios en la época de Noé, ¡Dios estaba castigándonos por no haber detenido el nacimiento de aquella criatura!
El día de su nacimiento yo era la partera y cuando le saqué a aquella criatura, era todo lo que temía y más: tenía 2 cabezas, 3 extremidades y lo peor es que se encontraba vivo y gritaba tal y como los lamentos de los mismos pecadores condenados a la lumbre eterna, ¡No!, ni siquiera toda el agua bendita de la iglesia pudo cristianizar a semejante monstruosidad, así que hice lo que debimos haber hecho, lo destruí condenándolo al fuego eterno, lo quemé vivo; por suerte la niña Citlali estaba inconsciente y no pudo escuchar sus gritos. Se lo comuniqué al padre y al resto de los habitantes, quienes estaban de acuerdo conmigo para realizar el siguiente acto de purificación y condenar al culpable a reposar por la eternidad en la limpieza de la bondad cristiana, esa fue la razón por la que linchamos a Jawari.



ARIANA HERNÁNDEZ (Oaxaca, México, 1997) Universitaria y aspirante a escritor de medio tiempo.

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