LA
CAJITA
Cultivaba conejos en una maceta.
No sé decir, con precisión, si cultivaba o criaba conejos en una maceta. Lo que
sí puedo asegurar es que eran conejos. Blancos, muy blancos y enanos. No
crecían más allá de lo que cabe en el puño de un niño. La vez que me los
mostró, extendiendo su mano, creí que eran maníes en movimiento. Después me
informó que eran rusos y que se les decía conejos albinos. Esto ocurrió hace
como catorce años en un departamentito parisino. Vina después desapareció.
Cuando, finalmente, lograron abrir la casa, no quedaba ni el rastro de las
bibliotecas que tapizaban las paredes. La policía comprobó, en migraciones, que
el último ocupante fue un andaluz apellidado Moro. Esto lo recuerdo ahora que
me trajiste tu regalo y abrí la cajita.
GRITO
EN EL CIELO
Cuenta el Libro Mayor (aunque nunca supimos cuál era ese libro) que cuando
las tortugas despierten, desde el centro de la tierra, se habrán de sacudir
hasta las montañas más altas y se habrán de abrir hasta los mares más
profundos. Cuenta, además, que las tortugas están allí todas calladitas pero,
cuando ese día despierten, con sus bramidos habrán de cubrir todo el orbe
conocido. Será entonces cuando nosotros pegaremos el grito en el cielo pero todo
será como un intento mudo. Nadie escuchará. Nadie vendrá por un rescate. Y
todos los muertos –hasta los muertos– querrán escapar de sus prisiones
soterradas. Tal vez entonces se quiera escribir un nuevo libro. Tal vez
entonces comience el paraíso.
ORIFICIO
ACICALADO
Qué cosa curiosa debe haber sido
el invento del bidet. Los periódicos de la época muestran amplias crónicas de
la primera demostración pública de la novedad. Hacer llover desde abajo era
toda una situación diabólica en el que el hombre volvía a desafiar la creación
y a la naturaleza.
“¡Por el ajenjo y
el bidet!” era el grito de orgullo y brindis inaugural que Gertrudis llevó a
los estrados y plazas públicas junto a sus adláteres. “¡Por el orificio
acicalado!”, brindaba por lo bajo Mr. Canning Pack mientras el muchacho del
corralón de Aycoitía, embebido de prosaicos novelones de dudoso erotismo,
soñaba con arrebatarme totalmente los sentidos y asirse de mí hasta el hueco
poplíteo. Por suerte, las
sociedades avanzan.
LA
OTRA LECTURA
Todo lo desparejo puede
emparejarse como todo lo torcido puede enderezarse como todo lo humedecido
puede secarse o como todo lo caído puede, nuevamente, alzarse. Pero no todo lo
roto tiene compostura. Así pensó el príncipe cuando al acariciarse el corazón
sólo encontró el zapatito. Esto nos lo leía la abuela en un viejo libro de su
infancia. Sucedía que a ese libro le faltaban páginas y la abuela siempre
acomodaba los hechos. Eso lo sabemos ahora, que ya somos grandes.
RICARDO
ALBERTO BUGARÍN (General Alvear, Mendoza,
Argentina, 1962). Escritor, investigador, promotor cultural. Publicó Bagaje (poesía, 1981).
En microficciones ha publicado: Bonsai en
compota (Macedonia, Buenos Aires, 2014), Inés se turba sola (Macedonia, Buenos Aires, 2015), Benignas insanias (Sherezade, Santiago
de Chile, 2016) y Ficcionario (La
tinta del silencio, México, 2017). Diversas publicaciones periódicas y revistas
especializadas han publicado trabajos suyos tanto en Argentina como en Ecuador,
España, Italia, USA, Venezuela, Chile, México, Perú, Colombia, Bolivia y
Uruguay. Textos de su libro Bonsai en
compota han sido traducidos al francés y publicados por la Universidad de
Poitiers (Francia).
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