—Anda
pinche compadre, pasa el pirigüillo, no ves que hace harto frío, se me enfrían
retiarto las manos, ándale no te hagas güey.
—Aguanta
la risa compita, estaba viendo las luces de la marquesina, la arena está a
reventar, vamos a pasar a darle una miradita.
—Niguas,
yo no paso, ya no quiero acordarme….
—Ayy
compadre, ¿te acuerdas cuando estaban nuestros nombres ai merito, con esas
lucesotas, te acuerdas?
—Vamos a
caminarle, que el frío me está matando, y no te acabes la cañita, que la noche
será larga.
—Ira
compadre, ai abajo del puente está vacío, vamos a llegarle, no vaya a ser que
nos ganen el lugar. ¿A poco no te acuerdas cuando debutamos?
—Me
acuerdo de todo compadre, nada se me ha olvidado, lo traigo presente siempre. Todavía
huelo aquel aroma del camión de redilas que nos sirvió para cambiarnos, de
nuestra ropa nuevecita, mi capa, nuestras máscaras, nuestras botas de medio uso
que le compramos a don Chencho, el zapatero.
—También
cuando salimos del pueblo y de las arenas de las ferias y nos juímos a la
capital; ayyyy, esa bonita arena coliseo donde nos subimos por primera con profesionales,
contra el sádico y el malandro. ¡Cómo recuerdo ese día! Me temblaban tanto las
patas que Blue Demon que iba pasando me dijo, “ora tú, no tiembles, telele”.
—Ya
compadré me estás haciendo llorar, ya no le sigas.
—Aguántate
compadre, tú empezastes.
—¿Qué
habrá sido de mi Herminia y mi chamaquita? Hace tanto que se fueron que ya no
recuerdo sus rostros, este pinche pirigüillo que me ganó, siempre andaba en el
agua y por eso se fueron, era bien desobligado compadre.
—No te
hagas maje compadre, se fueron porque te cacharon en la movida con la Leonora,
la del salón “Los Ángeles”, esa fue la razón, además del chinchol claro.
—Cierto,
ya no sé ni lo que digo, pero qué linda era Leonorita, y que chulo bailaba,
esas rumbas eran de antología, olía bien sabroso y de lo demás ya ni te digo
compadre, ¿Te acuerdas que hasta el santito quería quitármela? ¿Y que nos
dijimos hasta la despedida?
—Si que
me acuerdo compadre, y que también se nos rajó para un máscara contra máscara
junto al gallo tapado… ¡Qué buenos tiempos caray, qué buenos tiempos! Ojalá
pudiera regresarlo y así no agarraba este vicio que nos desgració toditos…
chale compadre.
—Ya ni
llorar es bueno compadre, yo también quisiera regresarlo para ver a mi Herminia
y a mi chamaquita, mi Chavelita, quisiera verlas una vez más. Pásame el trago
compadre, que aparte del frío me están calando los recuerdos.
—Arrímate
más paca compadre, que está lloviendo y no nos vaigamos a mojar.
—Qué
recuerdos compadré, te acuerdas también cuando el matemático nos llevó a su
gira a Japón, ¡qué pelea dimos contra el gran Hamada!
—Ya
mejor le paramos compadre, vamos a tratar de dormir que me duele todo el
cuerpo.
Esa noche, debajo de un puente
vehicular en la ciudad de Zacatecas, José Vázquez Trinidad y Rómulo Ramírez
Pérez que lucharon bajo los alias del “Predicador” y “Guillotina”, murieron. José
“El predicador”, tenía varias enfermedades a la par de su alcoholismo y fue el
primero en irse; Rómulo, al darse cuenta murió de tristeza.
La vida de
los luchadores estuvo ligada desde su nacimiento. Rómulo nació en Sombrerete, Zacatecas
y un día después nació José, en Fresnillo. Ambos tuvieron complicaciones al
nacer, esa fue su primera caída; la segunda, siendo gladiadores conocidos y
famosos, a bordo de un Falcón 75 en la carretera a Acapulco, se accidentaron
junto con dos vedettes; venían en estado de ebriedad. Con el cuerpo maltrecho y
varias fracturas salvaron la vida de milagro.
Isabel
Vázquez Onofre “Chavelita” reconoció el cuerpo de su padre y de su amigo; ella
era la que cada martes le deba al indigente y a su escudero 100 pesos para su
pirigüillo como ellos le decían a la cañita; estuvo al pendiente lo más que
pudo de su progenitor. Los sepultó a ambos en el panteón civil a cinco tumbas
de su madre Herminia; nunca le dijo a José que era su hija por una promesa
maternal. Chave, madre soltera, llevó a su hijo desde los 13 años, al gimnasio
de la colonia para que aprendiera las artes del Pancracio, en parte porque en
él siente el recuerdo de su padre.
El día
del entierro de ambos, José Jr., de 18 años, debutaba en el bando de los rudos en
una arena de Tlaquepaque, Jalisco, bajo el mote del Reverendo. De mascara negra,
con una gran cruz roja invertida en al frente, gano en dos caídas. Las reseñas
de los diarios locales le auguraban buen futuro. El gladiador tiene madera de
luchador, “su llaveo y juego de piernas son excelsas”, escribió el columnista y
remató con la siguiente frase: “no sé por qué, pero este chamaco al volar de la
tercera, me recuerda al Predicador, ojalá estemos ante la presencia de una
estrella naciente”.
EDGAR TADEO MARTÍNEZ MARTÍNEZ.
Es auditor de sistemas de gestión
ISO, escritor aficionado y gran lector.
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