TEXTOS CARDINALES El viento comenzó a mecer la hierba [fragmento] | Emily Dickinson


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¡Qué bueno regresar a mis libros!
—término de los fatigados días—.
Casi compensa la abstinencia,
y el dolor se olvida con el placer.
Como aromas que confortan a los invitados
en el banquete, mientras esperan,
esta fragancia aligera el tiempo hasta que llego
a mi pequeña biblioteca.
Puede haber desolación afuera,
lejanos pasos de hombres que padecen,
pero la fiesta suprime la noche
y hay campanas, interiormente.
Doy las gracias a estos Parientes del Estante.
Sus caras apergaminadas
nos enamoran mientras esperamos,
y nos satisfacen al alcanzarlas.


670

No es necesario ser una habitación
para estar embrujada,
no es necesario ser una casa.
El cerebro tiene pasillos más grandes
que los pasillos reales.
Es mucho más seguro encontrarse a medianoche
con un fantasma exterior
que toparse con ese gélido huésped,
el fantasma interior.
Más seguro correr por una abadía
perseguida por las sepulturas
que, sin luna, encontrarse a una misma
en un lugar solitario.
Nosotros tras nosotros mismos escondidos,
lo que nos produce más horror.
Sería menos terrible
un asesino en nuestra habitación.
El prudente coge un revólver
y empuja la puerta,
sin percatarse de un espectro superior
que está más cerca.


677

Estar vivo es tener poder.
La existencia, por sí misma,
sin más aditamentos,
es suficiente poderío.
Estar vivo y desear
es ser poderoso como un dios.
Aquel que, siendo mortal,
tal cosa consiguiera,
sería nuestro Creador.


824

El viento comenzó a mecer la hierba.
Con ruidos graves y amenazadores
envió una amenaza a la tierra
y otra amenaza al cielo.
Las hojas se desprendieron de los árboles
y se esparcieron por todas partes.
El polvo se arremolinaba,
como agitado por unas manos,
y por el camino se alejaba.
Las carretas se apresuraban en las calles.
El trueno, lentamente, se desató;
el relámpago mostró un pico amarillo
y una lívida garra a continuación.
Los pájaros levantaron
las empalizadas de sus nidos.
El ganado corrió a los establos.
Cayó una gigantesca gota de lluvia, y luego,
como si las manos que sujetan los diques
se hubieran levantado,
las aguas rompieron el cielo,
pero pasaron sobre la casa de mi padre
y sólo rompieron un árbol.

Poemas tomados de El viento comenzó a mecer la hierba. Ed. Nórdica, 2012.

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EMILY DICKINSON fue una mujer inteligente, rebelde y culta que, en su encierro voluntario en la habitación de su casa en Amherst, construyó una de las obras más sólidas de la literatura universal. Como señala Juan Marqués en la presentación, sus poemas «además de ser escritos, en principio, exclusivamente para la inmensa minoría de sí misma, fueron, a un tiempo, complicadísimos y simples, alegres y tristes, transparentes y enigmáticos. Son poemas que acompañan y ayudan a vivir a quien los lee, que enseñan a observar mejor, que obligan a ser más compasivo».

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