Les compartimos un fragmento de la entrevista que El gráfico
realizó a Juan Villoro en 2016. Y los invitamos a seguir la lectura en la
publicación original.
Escritor
y periodista, amante del rock y del cine, el mexicano Juan Villoro muere por el
fútbol. “En la ciudad del Che Guevara, Fito Páez y otros inconformes, Lionel
Messi comenzó a deslumbrar con el balón a los cinco años. Su habilidad era
única pero parecía cumplir un sueño colectivo, largamente custodiado”, escribió
apasionadamente en un monumental libro dedicado al Barcelona y titulado Cuando
nunca perdíamos. Es que este catedrático vivió en esa ciudad española, en la
que además nació su padre, el filósofo Luis Villoro. ¿Cómo no hacerse hincha,
aunque sea por herencia, de ese equipo catalán? ¿Cómo no ratificar ese
sentimiento si, además, es contemporáneo de La Pulga y de Guardiola? Pero si
encima idolatra a Maradona, se convierte en testigo directo de un Boca-River y
de un River-Boca para vivir en carne propia semejante pasión, estamos ante
alguien que, sin dudas, casi hace del fútbol una religión.
-¿Cómo llegás al fútbol?
-Mis
padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años y mi padre enfrentó el
predicamento de los divorciados: ¿cómo entretener a su hijo? El fútbol resultó
el mejor remedio. Me aficioné de inmediato y creí que él también era un hincha
furibundo. Lo conmovedor fue que, muchos años después, descubrí que en realidad
el fútbol le gustaba a medias y sólo iba al estadio para estar conmigo.
-Tu
papá era hincha de Pumas y vos te hiciste del Necaxa. ¿Cómo lo tomó él?
-Mi
padre fue filósofo y extendió su labor intelectual a todas las cosas de la
vida. Apoyaba a los Pumas porque era el equipo de la Universidad. Fiel a su
visión del mundo, jamás se hubiera entrometido en algo que coartara mi libertad
de elección. La verdad es que yo le habría agradecido mucho que lo hiciera,
dadas mis incertidumbres. Así es que jamás trató de influir en que apoyara a su
equipo.
-También
amás al Barcelona. ¿Cómo conviven dos equipos en vos?
-El
Barcelona era un equipo fantasmagórico en los años sesenta. Mi padre nació en
esa ciudad y me llevó a verlo por ahí en 1963 o 1964, al estadio de Ciudad
Universitaria. Cuando el fútbol satelital comenzó a llenar las pantallas, me
pareció lógico seguir al Barcelona, que representaba a la ciudad perdida de mi
padre. En cuanto al Necaxa, era el equipo que apoyaban mis vecinos. Yo quería
ser de mi barrio y por eso me aficioné a esa escuadra. La paradoja es que ahora
juega en Aguascalientes, a ocho horas de aquí en autobús, pero cambiar de
equipo es como querer cambiar de infancia.
-¿Qué
te significa el popular Atlante?
-Fue
el “equipo del pueblo”, muy apoyado por la gente de izquierda y los sindicatos,
pero luego la franquicia se vendió y perdió todo su carácter, como tantas cosas
en la liga mexicana.
-Llama
la atención que ustedes, en México, a diferencia de Argentina, digan que “le
van a” en lugar de “soy hincha de”. ¿Cuál es la diferencia más allá de lo
semántico?
-Hay
una diferencia identitaria, que he discutido bastante con amigos argentinos.
“Irle” al Necaxa significa seguirlo a una distancia prudente, entre otras cosas
porque es posible que caiga al abismo. Ahora está en Segunda División. En
cambio “ser de” Rosario Central implica asumir la suerte del equipo, pase lo
que pase. La calidad del fútbol argentino genera más estímulos de pertenencia,
de eso no hay duda.
-¿El
mexicano tiene alguna particularidad, en tanto hincha, respecto del argentino?
-La
característica principal del hincha mexicano es que se sabe desentender del
resultado. Su pasión no requiere de evidencia, es una eficaz forma del
autoengaño. Por eso se resigna con facilidad. El verdadero espectáculo en
nuestros estadios está en las gradas, donde el público siempre hace más
esfuerzo que los jugadores.
-Escribiste
un texto muy lindo sobre el Barcelona de Guardiola en un libro que se llama
Cuando nunca perdíamos. En ese relato, te mostrás muy emotivo. ¿Qué sentimiento
te genera el Barça?
-Guardiola
representa todo lo que alguien como yo puede desear en el fútbol: la
recuperación de la infancia, la lealtad, el juego estético, el triunfo sin
trampas. Como te dije, mi padre es de Barcelona y eso refuerza mi vínculo
sentimental con esa ciudad, donde he vivido varios años. Por último, conozco a
Pep y es una persona admirable. Cuando escribo de esos temas, no dejo de ser un
hincha. Escribir
lo que no se es
-¿Qué
te permite el fútbol?
-Cumplir
a través de la palabra lo que no logré en la cancha. Fui un esforzado extremo
derecho y terminé mis días en la hierba como un lateral de relativa torpeza.
Pero la literatura existe para asignarte vidas posibles y ahí le puedes anotar
a Brasil en Maracaná, en el último minuto del partido, en claro off-side, y
salirte con la tuya.
-O
sea, también te acerca a lo íntimo de tu persona.
-Hay
un contacto muy emocional con el fútbol, una pérdida de la coraza civilizada,
algo de tribu y de infancia loca. Cuando tu equipo mete un golazo, te abrazas
con desconocidos en las tribunas a los que repentinamente adoras como hermanos
del alma. Y por el contrario, cuando hay una desgracia en la cancha, puedes
pasar una semana de melancolía. Esos misterios emocionales son una extraña
forma de estar vivo.
-“Un
estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen
sitio para tener un hijo”, expresaste alguna vez. ¿Podrías ampliar el concepto?
-Si
tu hijo es hincha, puedes compartir el fútbol con él a lo largo de la vida. En
ese sentido, tu paternidad está garantizada, pero eso también puede ser una
limitación, pues de repente sólo hablas de fútbol. En Navidad le regalas a tu
hijo unos botines; si vas de viaje, le traes la camiseta del equipo de ese
lugar, generas una rutina que depende de los goles. En cambio, si no tienes una
relación tan especializada y vinculada con los estadios, no te queda más
remedio que enfrentar los muchos desafíos de ser padre. Fuera del estadio está
la vida, ajena a la protección garantizada del padre, donde el hijo deberá
buscar su camino.
-¿En
qué se emparenta -si es que lo compartís- el fútbol con la vida en general?
-En
que no tiene guión ni sentido aparente. Un jugador mete un golazo y el árbitro
lo anula injustamente, del mismo modo en que a la mejor persona del mundo le da
parálisis cerebral. Otras veces, la diosa Chiripa te depara una remontada de
embrujo o que una chica que no mereces se fije en ti. Son muchas las
semejanzas, pero como dijo el gran Beckett, hay una diferencia esencial: la
vida no tiene partido de vuelta.
[...]
-Habitualmente
se discute si es mejor perder jugando bien o ganar jugando mal. ¿Tenés alguna
postura al respecto?
-Esa
es una falacia. Te puedes resignar ante la derrota (en especial si eres
mexicano y más en especial si el rival es Argentina), pero el triunfo es
decisivo. Prefiero que el Necaxa gane jugando espantosamente a que sea un
maravilloso ballet infructuoso. El romanticismo tiene un límite. Por eso es tan
importante la lección de Guardiola, que demostró que la belleza puede ser una
forma de la eficacia. ...Continuar leyendo AQUÍ
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