Un equipo de fútbol
es como un piano. Necesitas a ocho personas que lo muevan, y tres que puedan
tocar el condenado instrumento.
Bill Shankly, legendario entrenador del club Liverpool de
Inglaterra.
ESPAÑA Y SU EJÉRCITO DE PEQUEÑITOS JUGANDO A LA PELOTA. NOTA DE
AGRADECIMIENTO
España demostró que
jugadores pequeños con un esquema de juego adecuado, lo pueden todo.
Toques de balón cortos, constantes y precisos, posesión de pelota,
presión a la salida del rival, hambre por recuperar el balón en cada acción,
uso correcto del ancho del campo para luego ir a profundidad, jugar mano a mano
en defensa, tener estilo para ganar y para perder, pensar en el juego como eso;
una serie de acciones que incluyen estética, diversión, trabajo de equipo,
utilidad común, riesgos y colaboración permanente.
Definir un estilo, una manera de jugársela, un modo de habitar el
terreno de juego, llevaron a España a lo más alto con un enorme football que
recordaremos siempre.
En el Mundial de Brasil 2014 se acabó esa magia porque el tiempo
sí que es invencible y porque los rivales aprenden.
Gracias España, verte jugar a la pelota hizo crecer este deporte.
Y total, peor es morirse de miedo, de excusas o de nada.
FOOTBALL E IDENTIDAD. CUANDO EL CAMINO SE PIERDE EN CASA
El Mundial comenzó para Brasil con una enorme traición hacia su
identidad. Más allá de las conocidas triquiñuelas de esa banda de gánsters
corporativos llamada FIFA, de los escándalos en torno a la corrupción y del
justificado descontento social, Brasil aceptó inaugurar su copa del mundo con
una vulgar imposición del nunca mejor llamado show business.
En lugar de mostrarle al mundo uno de sus tantos enormes cantantes
locales, incluso a varios de ellos en conjunto para celebrar de verdad, el rey
del dueto barato que se hace llamar como perrito de pelea, Pitbull, cuyo nombre
real es, ¡Gracias Dios porque mi diversión no tiene límite!, Armando Christian
Pérez, junto a la curvilínea –esto ni modo de negarlo- J.LO, más una rubia
brasileña -como para incluir a alguien local- llamada Claudia Leitte, quien no
se hallaba entre el vacío del escenario, tanto en el decorado, como en todo lo
demás.
Hicieron lo suyo con su magia habitual, es decir, mediante el
playback, saltos locos, sonrisas raras, algo de sudor y ya nos vamos,
obrigados, fue un gustazo participar…
El Mundial comenzó para Brasil con una enorme traición hacia su
identidad musical. Ya habían traicionado a su pueblo con los tratos llevados a
cabo con la FIFA y con los corruptos empresarios siempre dispuestos a mejores
negocios a costa del dinero público. Faltaba lo más importante, el football.
El destino, ese invisible travieso que suele ensañarse con quienes
se empeñan en hacer las cosas mal, jugó con los sentimientos de Luis Felipe
Scolari, Felipao para los cuates de quedarle alguno y con el feeling sufridor
de toda su pandilla. Brasil entraba en escena con auténticas ganas de no jugar,
con ganas patrioteras de cantar el himno nacional bien recio, fuertote,
abrazados todos y con muchas lágrimas. ¿Se acuerdan que llegaban formaditos
tocando el hombro del compañero de adelante?
Salían al campo con decididas ganas de olvidar su identidad, de
olvidar que su juego –ese mismo que convirtieron en el favorito de todos- era
el ataque, la creatividad, el chanfle, la gambeta, los tiros de hoja seca, sus
toques precisos e inmortales, sus taquitos, sus túneles, sus paredes, sus
fintas, sus remates, sus goles, su alegría como de cascarita callejera llevaba
al más alto nivel.
Como si Brasil nunca hubiera tenido cracks: Garrincha, Pelé,
Rivelino, Romario, Bebeto, Sócrates, Zico, Ronaldo, Rivaldo y podríamos
continuar un buen rato. Como si Brasil tuviese que recurrir al drama en lugar
de jugar bonito. Como si Brasil estuviese confundido. Quien renuncia a su
historia, a una manera de ver, vivir y sentir la vida, quien decide que copiar
es ahora lo suyo con tal de sentirse parte de la onda internacional, suele
despistarse. También suele perder. Quien no se reconoce a sí mismo, quien no se
muestra orgulloso de un estilo, de una estirpe, de ciertas tradiciones, quien
le apuesta todo al momento, a la emotividad, al entusiasmo, quien apuesta por
sorprender al rival, por intimidarlo, suele equivocar su camino. Alguien –con
mejores y más precisas herramientas- aprovechará la incertidumbre y en tu
propia casa pondrá 7 clavos exclusivos para un flamante ataúd. Es entonces
cuando llorar si es bueno.
Llorar casi con furia ante la desgracia, llorar para pensar
después, llorar de nostalgia por un futuro que se negó a ser, llorar más para
volver a sentirse orgulloso, para no volver a olvidar la propia historia, para
recordar la grandeza de tu música, de tu identidad, de tu exquisita manera de
jugar. Llorar para limpiarse la vista y el alma. Llorar para intentar recobrar
la memoria.
ESTA VEZ TAMBIÉN FUIMOS MEJORES, PERO RENUNCIAMOS A SERLO DURANTE
90 Y TANTOS MINUTOS. MIEDO EN LA BANCA, MENSAJE EQUIVOCADO
Les contaré una pequeña historia donde ustedes son el
protagonista.
Tu equipo está jugando el 4to partido de un Mundial. Se trata de
ganar o de irte a casa. Todo mundo dice que eres un técnico valiente, único,
arriesgado. Carismático y gracioso, aunque impertinente y quizá por ello,
cercano a todos. Popular. Populachero. Nada sangrón como varios de tus
antecesores. Más humano. Más gente. Más cercano a la banda.
Tu empresa te hace programas dizque especiales -ellos acostumbran
a publicitar a los suyos- todos te alaban y quieren entrevistarte. No has
demostrado mucho, no eres un técnico muy ganador, pero llevas mano, estamos en
el Mundial no gracias a tu labor, estamos en Brasil gracias a que Nueva Zelanda
no se dedica al football y gracias a Estados Unidos que anotó un gol memorable
en Panamá. Zusi se apellida el anotador, nuestro nuevo ídolo y benefactor
gringo. Llega el día importante. Es ganar o irte a casa. En serio, no hay de
otra.
Desde los primeros minutos tu equipo es muy superior a un gran
equipo que hoy tiene un mal día. Transcurre un primer tiempo aburrido, con tu
equipo dominador pero cauteloso, quizá incrédulo de tener al rival en sus
manos.
Llega el segundo tiempo, tu jugador número 10 que no hace gol
desde 2012 con el equipo nacional, el mismo equipo nacional que ahora diriges,
se fabrica un golazo. Todos festejan. El dominio ahora también está en el
marcador. El panorama parece claro…
Minutos después te entran los nervios, algo te dice que no se
puede, te da miedo y sacas a tu jugador número 10 -el mismo que acaba de anotar
ese gran gol que te da la ventaja- y todo cambia. Tu equipo ya no ataca, haces
crecer a un rival que incluso así, poco ofrece. Sin embargo, has enviado un
terrible mensaje: tienes miedo y todo el estadio lo percibe. En la TV quizá lo
vemos mejor, estás muy nervioso. Tu técnico rival, un viejo lobo de mar adicto
a ganar como se pueda, se percata, realiza cambios y arriesga lo necesario.
Tus jugadores dentro del campo luchan contra tu mensaje pero hay
demasiado tiempo en el reloj y tu rival, que es un gran equipo en un pésimo
día, con base a empuje, con fe creciente, algunos pelotazos, deseo inmenso, un
jugador desequilibrante y escaso juego de conjunto, te pone contra tu propia
puerta.
El final es predecible…
Todo es consecuencia de tu mensaje...
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RAÚL REYES RAMOS. León, Guanajuato, 1976. Escritor y artista. Doctor en Artes. Sus proyectos están en su Facebook de autor.
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