CUENTO El pintor y su musa | José Martín García Campos


Las cosas no iban tan bien entre Omar y Eva, a él le daba por fugarse de la realidad contemplando el más allá de las estrellas y ella ocupada en la alacena, racionando todo para que les alcanzara para comer la siguiente semana.
          Deberíamos ir a ver la aurora boreal, sugería Omar entre sueños; Eva tenía dos tipos de respuestas a esas ocurrencias: con qué dinero y deberías ponerte a trabajar. Pero Omar era pintor, un hecho trágico para su familia que ansiaba en él un gran arquitecto, o un preciso ingeniero, ya si la suerte no estaba de su lado, un cumplidor oficinista, pero jamás imaginaron que el futuro estuviera pintado al óleo; como era de esperar, apartaron en demasía la comunicación cuando éste decidió ir vivir con Eva.
          Y el "pero" anteriormente escrito tiene que ver con el hecho de ser pintor, en realidad, Omar trabajaba el doble que Eva, a diario terminaba un lienzo, terminaba con las manos manchados presa del lápiz de sus dibujos y adelantaba un mural que el viejo Morán le había encargado para su triste casa. Sin embargo, ella no veía lo mismo que él y cada mañana se arrepentía de su miseria, sin hacérselo saber, al menos no con crueldad.
          Eva era una experimentada telefonista, había trabajado en dos call center antes de toparse con Omar. Tres ollas, dos sartenes y un juego de vajillas representaba su mejor venta.
          La monotonía de su día a día se rompió cuando conoció al pintor de una exposición independiente. Había caído en esa galería con pinta de cantina por azahares del destino: una lluvia intransigente era igual a un techo necesario. Pidió una Coca y le dieron la mejor noche de su vida. Eva no tenía idea que en aquel lugar toda bebida tenía una "carga especial", ni tampoco que el tipo de la esquina se le acercaría porque le parecía la cosa más extraña que jamás hubiese visto: no pintaba alguien como ella en un lugar como aquel. Omar con la habilidad tremenda de sus dedos y dos óleos fantásticos que fingía entender: la fórmula perfecta para romper con la rutina en la que ella se había anclado.
          Se enamoraron, era un amor rebelde. Cómo un pintor, le dijeron sus papás, ¿te quieres morir de hambre? Se salió a los dos meses de su casa y empezó a rentar un departamento céntrico. Lo invitó a vivir con ella. Hacían el amor cinco veces al día. La pintaba seis.
          Todo era un oasis de la perfección hasta que la última lata de atún se terminó y alguien tenía que hacer algo al respecto. Su sueldo no alcanzaba, las risas se fueron esfumando y las preocupaciones aumentaron.
          Cómo puedes estar ahí como si nada, que no estás viendo que casi nos morimos de hambre y tú ahí con tus cuadros. Pero Omar si estaba haciendo algo, estaba pintando, estaba haciendo lo que amaba y con la mujer que amaba. Ella, en cambio, estaba tan preocupada y acostumbrada a hacer solo una cosa que jamás se ocupó en pensar lo que realmente quería.
          Lluvia. Deberíamos salir a mojarnos ahorita que está lloviendo. Y si nos enfermamos, ¿quién va a pagar el doctor? Al final escucharon la tormenta en la obscuridad, pues un rayo los despojó de luz.
          Eva abandonó a Omar el único día que éste no llegó a dormir. Empacó sus cosas, lloró por cinco minutos oliendo la ropa de él, se despidió de ese departamento utópico, le dejó una nota de despedida y una Maruchan en la alacena.
          La mañana siguiente, Omar llegó sonriente, en sus manos, tenía un oficio donde aprobaban una exposición que le dejaría de ganancia una suma de cien mil pesos. Le habían dicho que su obra no era suficiente en cuestión de números para cubrir las paredes de ese afamado lugar donde habían expuesto los mejores. Él sabía que necesitaba una musa y la encontró esa noche lluviosa, se enamoró de ella, la pintó seis veces al día hasta tener una colección que le abrió la oportunidad que tanto había esperado.
          Jamás le dijo nada, porque él creía que no le iba a creer y volvería a decirle que se pusiera a trabajar. Cuando encontró la nota que le había dejado se bañó con sus lágrimas. Jamás volvió a pintar igual.
          Eva fue ascendida dos semanas después. Una tarde, por azahares del destino terminó dentro de una famosa galería: una lluvia intransigente era igual a un techo necesario. Ahí se encontró a sí misma, no en un sentido filosófico, sino en uno pictórico. Se reconoció en cada uno de esos momentos marcados por la eternidad del óleo. Su boca emitió una sonrisa; su corazón se desmoronó.

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JOSÉ MARTÍN GARCÍA CAMPOS es licenciado en Ciencias de la Comunicación. Ha publicado su trabajo literario en las revistas Navío, Clarimonda, Seis Mil 83 y Delatripa, así como en el suplemento Letras para llevar de la Gaceta Nicolaita de la UMNSH. Fue becario en el Encuentro Regional de Literatura Los signos en Rotación del Festival Interfaz del ISSSTE. Su libro de cuentos Confesionario fue ganador en la categoría Ópera Prima de los Premios Michoacán de Literatura 2016. Es titular del programa de radio  (UVE Radio) llamado El Eco de las Letras, cuyo contenido pertenece al ámbito literario.

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