Seamos
sinceros, la poesía ya no rima. Los que estéis familiarizados con la literatura
actual —o en general— sabréis perfectamente que los poetas actuales usan el
verso libre sin ningún tipo de pudor. Esto tiene una explicación más que
razonable: no hay motivos para ser pudorosos. Uno se puede seguir sorprendiendo
ante la reacción de algunos cuando leen un poema en verso libre y dicen
—incluso exclaman—: «¡Pero si no rima!». Se te quedan mirando, extrañados, titubeando
y con los sesos a punto de estallar, como si acabasen de descubrir que los
trenes ya no expulsan humo negro cuando están en marcha.
Mis
favoritos, desde un punto de vista algo sádico, son aquellos que leen un
poema de Roger Wolfe (máquina) y, haciendo uso de una magnífica vanidad,
señalan que «eso no es poesía. Es un
texto en prosa dividido en versos». Tras aquellas palabras te
puedes hallar en mitad de un debate interno sobre si mandarles a la mierda
directamente o mediante un maravilloso soneto con versos endecasílabos, de arte
mayor y rima consonante. De esta forma, probablemente, suspirarían aliviados y
dirían «¿Ves? Así, sí». Incluso he llegado a leer a algunos que escriben
comentarios como «Que no te engañen.
Eso no es poesía». Y es que, claro, todos conocemos el majestuoso
Tribunal Poético, institución dedicada expresamente a determinar lo que es
poesía y lo que no, ¿verdad?
A
menudo, estas cosas hacen que me replantee qué cojones está pasando con la
educación. Recuerdo que, en el colegio, nuestras primeras incursiones en la
poesía corrían de la mano de autores como Antonio Machado, Federico García
Lorca y demás poetas inmortales, sin llegar a meternos en profundidad en los
contextos históricos ni movimientos literarios. Siempre eran poemas sencillos,
que sirvieran para explicar las diferentes figuras retóricas y tipos de métrica
y rima, y buenos comienzos que eran. Luego, en la ESO, al menos en mi caso, uno
de los trabajos que más nota valía era sobre las Rimas del amigo Gustavo
Adolfo Bécquer. Yo tuve que hacer un trabajo de análisis de casi cuarenta de
sus poemas. Por aquel entonces no era un ávido lector que digamos, pero ya era
perfectamente capaz de notar que, en algunos casos, el poeta sevillano tiraba
por dónde le salía de su bendita y gruesa... inspiración, alejándose de la rima
y métrica tradicionales. Nadie esputaba ni meaba sangre tras aquello. Todo lo
contrario; nos enamoró. Leías uno de sus poemas, mirabas su retrato y tú mismo
te decías «Oye, pues yo un peaje le pagaba».
Más
adelante tenías que estudiar y leer a la Generación del 27, aunque también
estaba por ahí Miguel Hernández, repartiendo cebollas y limones o
algo de eso. No recuerdo con profundidad aquel curso, pero aquello debió ser un
baño de sangre y heces ante tanta rebeldía poética. Habrían gritos
desconsolados, sollozos, peleas a cuchillo e indicios de canibalismo en el
aula. Si no, no me lo explico. La gente tuvo que hacer pantalla azul durante
esa etapa. Yo leía a Pedro Salinas y me emocionaba, sin pararme a descomponer
los versos para determinar si había o no rima, o si todas las sílabas
cuadraban. No era necesario.
Entre
medias existían otros autores más clásicos, como Lope de Vega y Fray Luis de
León. Ya con Quevedo los profesores se veían algo más cohibidos y algún que
otro docente atrevido te enseñaba poemas suyos igual que si te mostraran
pornografía. Ahora me estoy dando cuenta de que nos volvieron medio idiotas y
comienzo a entenderlo todo.
En
cierto modo, es un gran hallazgo el hecho de que la emoción que siente una
persona ante un poema se base en ABBA. Lo simplifica todo. Algunos de mis
antiguos compañeros, al leer mis poemas, reaccionaron igual. No lograba
explicármelo. Juraría que nuestros apuntes tenían el mismo contenido, o si no
las notas habrían bailado mucho más. Lo que estaba claro es que fuera de las
aulas a la mayoría la literatura ni le iba ni le venía. Al menos la poesía era
algo ajena a sus vidas.
Por
lo visto, tras terminar el instituto e ir alguna carrera —a poder ser de
ciencias— consideraban suficiente todo lo impartido, y pensaban que ya
lo habían visto y leído todo. Ellos solitos, por sus propios pies, llegaron a
la máxima de «si no lo hemos dado en clase es que no valía la pena» que, a su
vez, sería un eslogan perfecto para el SEPE (Servicio Público de Empleo
Estatal).
Otro
de los problemas con los que te puedes topar y, sí, he dicho problema,
es que algunos son capaces de asegurar que el rap es la nueva poesía.
Este tipo de afirmaciones hacen que me pregunte: si los raperos son los nuevos
poetas, ¿qué somos los poetas? Por supuesto que hay raperos verdaderamente
buenos, a los que se les puede considerar poetas, buenos poetas, con letras que
enganchan y sacan algún que otro sentimiento a relucir. Pero es innegable que hay
otros que son malísimos, angustiosos y, casualmente, famosos. Esos que me
ayudan a confirmar el lado opuesto de lo anteriormente expresado: no todo lo
que rima es poesía. Luego viene el trap. Ya está.
Hace
tiempo escribí un poema al respecto de todo esto. Debo admitir que tuve un
ataque de creatividad o algo por el estilo a la hora de ponerle título. El
poema en cuestión se llama “No rima”. Lo sé, orgasmo. Y dice así:
Pero... si no rima, me dijo.
Joder, claro que no rima,
no debe rimar, no lo necesita,
el poema está bien pulido tal cual.
Manosearlo demasiado podría dejarle marcas
de humanidad y podría corromperlo.
No, no rima, al igual que no rima
tus discusiones con el tipo del seguro
ni tus disculpas hacia tu mujer
porque no has logrado rendir como debes
en la cama.
No joder, no rima, y sí,
es un poema. No he inventado nada.
Conoces a Lorca, todos lo conocen,
y no todos sus poemas riman, y
aunque sepas que Salinas era poeta
pero en tu vida lo has leído,
tampoco rimaba. Ni Borges,
Kerouac, Cummings…
Saca a relucir que te gusta escribir
y prepárate para que te pidan consejo
para rimar algunas palabras, en busca de motes
pegadizos o de frases referentes al sexo.
Puedes escribir todo lo que te plazca;
"anoche vi a una mujer chupándosela a un viejo
en el parking del supermercado"
"conozco a dos tipos que por veinte euros
te dejan manosearles la polla, y por cuarenta
ellos te la manosean a ti"
o, "hay dos tipos de personas: las que lloran
por emoción, y las que lloran por
aburrimiento". Lo que sea. Se fijarán
en que no rima y ya lo descartarán
como poesía. Dirán que escribir
en verso libre es sencillo,
cualquiera puede hacerlo,
y no lo niego.
El que tenga pintura puede pintar,
el que tenga piernas que baile,
el que sepa leer y escribir, pues que escriba,
y, por favor, el que tenga cabeza
que piense antes de hablar.
Gracias
a este poema —a mí me gusta considerarlo un poema, e igual tú no estás de
acuerdo. Tal vez deberíamos recurrir al Tribunal Poético y salir de dudas. Vete
tú a saber, creo que logro expresar mejor lo que quiero decir. De hecho, este
poema es mi mejor explicación al respecto. Lo otro, todo lo anterior, no ha
sido nada más que un pretexto para despotricar sobre las personas a las que
odio. Y sí, he dicho odio. Odiar es bueno, y no siempre debo recurrir a la rima
para que te llegue mi rabia. ¿Ves a dónde quiero llegar a parar?
Artículo ya publicado en
NoCreasNada
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ARTURO ZAFRA MORENO (1996,
Caravaca de la Cruz, Murcia). Finalista en I Antología Internacional de
Poesía Contemporánea de Estudios Universitarios, finalista en I
Premio Internacional de Poesía Experimental Barco Ebrio, finalista en
el II Concurso de Poesía ¿Versamos?, seleccionado en Por
Amor a la Poesía, y seleccionado para aparecer en la antología
poética V.E.R.S.O.S, promovida por el concurso +Poesía de
Ediciones DeLetras. Ha colaborado con varias revistas y sitios web: Letralia, Almiar,
la antología universal de poesía Arte Poética: Rostros y Versos, Resonancias, Poesi.as, Espacio
Luke, La poesía alcanza, El Humo, Lengua
Suelta, Poesía Cuatro, Bitácora de vuelos, Letras
Salvajes y artículos en Opulix. Autor de los
poemarios Réquiem del licor (2015), Viento embriagado (2015),
y Delirios y ataduras con el nudo mal hecho (En Huida, 2018).
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