Regreso a Bitácora de vuelos. Les diré que no
lo había hecho por apatía, porque a veces, hay algo dentro de uno que nos mueve
hacia otro lado y ese otro lado fue el descanso, las caminatas, las tardes de
tomar café frente al parque. Un parque cada vez más árido porque nadie se
preocupa por él, tal vez tampoco yo, pero el parque me queda a más de cuatro
cuadras. Uff, para nada que es una buena justificación.
He analizado dos situaciones que
me ocurrieron recientemente y de ahí este texto. La primera de ellas tiene que
ver con mi prima Ariadna. Es una muchacha muy alegre, o cuando menos, se
esfuerza en siempre estarlo. Digo esfuerzo porque quienes la conocemos, sabemos
que su espíritu tiende a la depresión. Una depresión mal fundada, ¿debemos de
tomar en cuenta las opiniones de las personas cuando están van en el sentido de
cuestionar, sin razón alguna, la forma en que nos vestimos, nos maquillamos,
elegimos un deporte en lugar de otro, una actividad en lugar de la otra? ¿Es
esto posible? Ariadna cae una y otra vez en las garras de tales comentarios y
se pone triste, muy triste. Le hemos insistido muchas veces que no haga caso,
que la forma de vestir, mientras no perjudique a los demás, es aceptable; que no
hay ningún daño si usa un color y otro. ¿Por el hecho de usar blusas color
púrpura, ofende, maltrata, abusa… asesina a alguien? ¿Por el hecho de usar
mechas azules, discrimina, violenta, abusa, a otro? No y creo que parte del respeto
que demandamos debe iniciar con nosotros.
Otra
situación me ocurrió con la asistente de la coordinadora académica que trabaja
en la escuela, se me ocurrió frente a ella, abrir la bocota. Cuando fui a
recoger la constancia, le señalé que no había escrito de manera adecuada el
párrafo segundo ya que presentaba un error de concordancia. La señorita se
enojó muchísimo, no tienen idea, y me señaló que ella había estudiado lo
suficiente como para ocupar ese puesto, que no sabía que era error de
concordancia porque esto y aquello. Le dije que no pasaba nada, que todo estaba
bien, que la carta me la llevaba así, pero no la pude parar. Me asusté en ese
momento, pero tal acción, me hizo reflexionar sobre ese nivel de intolerancia
que portamos en nuestro interior. El puesto lo tenía por sus méritos y no por
los míos. Recientemente había recibido un reconocimiento por su trabajo y que
eso contaba mucho más de ese señalamiento, o mejor dicho, mi atrevimiento.
Lo anterior, me lleva a una anécdota
que me contaron en el taller de escritura. El maestro, el gran maestro, no
aceptó el señalamiento de un alumno cuando éste, tenía razón señalando un
detalle en el capítulo tres de uno de los libros más importantes de dicho
maestro. El maestro se dedicó a decirle que él era el gran maestro, que su obra
era la más vendida en el mercado, que formaba parte de cuanta academia de la
lengua existía. Por supuesto, que esa fue la última vez que el alumno asistió a
dicho seminario. Lo que concluyo en este apartado es que un libro vale por la
manera en que nos identificamos con éste y no porque un autor lo defienda a
capa y espada o se defienda él como creador. Y además, qué importa si no nos
gustó, o sólo nos gustó una parte, es decir, ya nos encontraremos con otros
libros que nos engancharán desde el primer momento e incluso, con otros libros
de ese autor que darán en el clavo.
El mundo se ha vuelto muy
complejo y más aún nuestra forma de estar en él, y defendernos. Estamos en
posición siempre de combate ¿Tenemos verdaderamente una razón para estarlo? Es hasta
enfermizo. Considerar que somos mejores que otros, tampoco, porque el otro, ese
otro que a veces odiamos porque tienen un punto de vista diferente, o porque
nos cuestionó en algún momento, hecho que consideramos un atrevimiento, una
insolencia, tiene virtudes, habilidades, conocimientos, etc, que lo hacen, como
nosotros, irrepetible.
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