Se despierta un hombre en la
tarde…va hacia la ventana… ante su mirada un auto gris pasa… timbran… abre la
puerta… sale un cuchillo a sus entrañas, el hombre cae, rueda; el dolor es
intenso, cierra los ojos. Al abrirlos la escena se ha desvanecido; estaba soñando.
Despertándose… otra vez… el hombre va hacia la ventana; el mismo carro gris; el
mismo timbrazo, sólo falta el vil cuchillo. No abre la puerta. Deja correr el
tiempo, suena de nuevo, más tiempo al aljibe.
Va hacia
a la cocina, intentando comprender lo que pasa: ¿Despertaba a otro sueño? ¿Coincidencia?
Bebe agua hasta empanzarse. Absorto por la situación. Era un maldito zombi;
como si le acabaran de comentar que perdería el pene. Se dirige a su
habitación, cambia su playera, decide que hay que encender la televisión; pero
no se sienta a observarla, más bien necesita del ruido para no perder la
cordura.
Horas
más tarde, después de no hacer absolutamente nada concreto, el hombre apaga el
aparato. Realiza una ronda por su departamento. Ante la salida se detiene a
observar la puerta enorme, capaz de devorarlo. “Estupideces”. En dirección a la
puerta va y antes de que la perilla sea tocada por su mano, suena el timbre,
ejecutando sanguinariamente el valor del hombre. Da unos pasos atrás, hasta
caer en el sillón.
Por la mirilla
no logra ver nada, a pesar de la perfecta iluminación y de la imposibilidad de
ocultarse en el pasillo. Coge de manera intempestiva la perilla, la gira, mas
no jala la puerta a él. Pone el seguro de nuevo. Y como un niño asustado se
encierra en el baño. Una vez adentro, respira hondo, intentado darse valor.
Afuera en su sala inicia un caótico concierto de sonidos: muebles que se
mueven, pasos que retumban, etcétera: han entrado, rápidamente se pone contra
la puerta. Pasan más horas. Sale del baño y no hay nadie. Todo luce en norma.
El desorden escuchado estando adentro, estaba dentro de su cabeza.
Abre los
ojos al nuevo día, va hacia la ventana, ya no está el carro gris, ni se escucha
el timbre. Sale y lo primero que percibe es el cuchillo en su estomago. No hay
nadie ante él. Cae de rodillas.
Otra vez
en el baño, soñando, teme salir a la sala; sin embargo, tampoco puede quedarse
ahí para siempre. Abre la puerta. Todo luce bien, entra al deja vu sin ningún problema. Decide que esperará hasta ver caer el
Sol, no debe dormirse. Tiene que mantenerse ocupado, realizar numerosas
actividades en las cuales su cerebro y su cuerpo no descansen. ¿Qué hacer? ¿En
que mantenerse ocupado? Va al patio por una escoba, abre la puerta y el
cuchillo aparece, clavándose en sus tripas; retorciéndose de dolor el hombre va
hacia la cama. Para permanecer vivo debe dormir.
En su
cama, protegido por las sábanas, el hombre teme bajarse; teme tocar el frío
suelo que le recuerda el escalofriante toque de la muerte. La campana de la
ejecución (el timbre) anuncia otra vez la hora señalada. Nos alejamos del hombre, lo dejamos en su cama, sufriendo un castigo inverosímil,
una y otra vez el timbre suena, es el asesino. En el objetivo de la cámara el
cuchillo aparece. Este vuela hacia el hombre, que grita: ¡Nooooooo!
El
día del cuchillo… fin.
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GERARDO UGALDE. Escritor fantasma. 1989. Zapopan, Jalisco.
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