Alberto es un amigo de la
familia desde hace ya varios años. Cuando yo era niño, él casi siempre estaba
en las reuniones. Lo recuerdo igual esa época: medio calvo, de gorra, lentes y
mostacho. Bebía, sí, claro que bebía, pero no recuerdo nunca haberlo visto
borracho. Ahora me tomo una cerveza, estoy a dos sillas de distancia y Alberto ya
tiene una mirada perdida. Son las cinco de la tarde. Apenas bebió tres
tequilas. Es el cumpleaños de una niña pequeña. Recuerdo que hace años, cuando
yo lo veía, todos le preguntaban por su madre. No sé cuál sea su nombre, pero
la madre de Alberto ya no tenía memoria y olvidaba incluso hasta el nombre de
su hijo. Ah, se me olvidaba: Alberto tiene poco más de cincuenta años. Sin hermanos.
Soltero. Debía cuidar a su madre. Todo mundo le decía ¿No se te hace tarde, Beto? Salúdame a tu mami. Cuídala. Anda.
Alberto, desde siempre, ha sido vigilante nocturno de los centros comerciales.
Se desvela, cambia turnos. Cuidaba a su madre. Ya tiene tiempo desde que ella
murió. Ahora lo observo y Alberto tiene la mirada perdida. Alza su vaso. Salud,
Alberto, salud. Javier era adicto a la cocaína. Javier tiene poco más de
treinta años. Hace unos días se metieron a robar a su casa. Lo golpearon, le
quitaron su coche. Javier sonoriza a grupos tropicales y de cumbia para los
pueblos. Javier perdió a una novia porque era también una adicta. Lo dejó y se
fue con otro que sí podía pagarle sus cosas. Cocaína. Piedra. Cristal. Ahora
Javier ya no inhala. Bebe poco y fuma, pero ya no inhala. Alberto dice mi
nombre. Alza la mano. Me acerco. Alberto inclina un poco la cabeza y comienza a
preguntarme si no conozco a alguna mujer que quiera salir a pasear con él, al
cine o a tomar un trago. Yo miro mi vaso, la mesa y levanto la cara. Le digo
que no, que lo siento mucho, pero que no conozco a nadie. Es más: que casi no
conozco mujeres. Alberto suspira, dice que está bien, que no me preocupe y
vuelve a tomar su vieja posición. Mira al resto de la gente en la fiesta, llama
al mesero y pierde su mirada esperando otro tequila. Everardo camina detrás de
su hijo. Su esposa, Laura, cuida a su hija que tiene apenas unos meses de haber
nacido. Laura le es infiel a Everardo. Esa hija no es suya, sino fruto de la
aventura que tuvo con otro hombre cuando le dijo a Everardo que iría a un
retiro espiritual. Meditación. Equilibrio. Paz. Él lo sabe, pero no le importa.
Ama a esa niña y ama a ese niño. Everardo corre tras el pequeño cuando quiere
jugar con los demás. Lo cuida. Laura ya no le importa. Él quiere a sus hijos y
no existe nada más. Laura observa que Everardo se aleja. Mira a su hija,
sonríe. La abraza y cierra los ojos. Alberto ya tiene en la mano otro tequila. Bebe.
Sus ojos comienzan a ponerse rojos, deja su boca un poco abierta. Cuando lo
miro, noto que saca un celular que yo le ayudé a configurar cuando lo compró.
Pantalla táctil, sistema operativo versátil, miles de aplicaciones a su
disposición. Alberto seguía gastando saldo en mensajes y le enseñé a escribirse
mediante estas nuevas redes de datos. Internet. Paloma verde. Cuadros azules.
Una efe. Ahora Alberto desliza su dedo sobre el cristal y parece buscar algo en
ese abismo diminuto. Noto su cara triste. Leonardo camina con dos platos de
comida rumbo a su mesa. Ahí lo espera su madre. Leonardo intentó suicidarse
cuando tenía catorce años. Se quiso colgar con sus cortinas, pero se
desprendieron por el peso. Su madre llegó a auxiliarlo y lo vio con el nudo en
el cuello. Leonardo pasó la peor depresión de su vida a los catorce años. Ahora
tiene veinticinco. Alberto, en silencio, dibuja una palabra con sus labios. Mujeres. Lo leo. Me acerco. Le pregunto
si tiene internet en su teléfono. Sí, paga doscientos pesos al mes. Préstamelo,
Beto, quiero que veas algo. Abro el navegador. Entro a una página porno. Le
muestro los videos de la página de inicio. Le doy el celular a Alberto. Ten,
Beto. Él contempla las miniaturas. Mujeres diminutas. Penes diminutos. Hombres
diminutos. Lo infinito. Alberto sonríe. Noto el brillo en sus ojos. Una gota
que nace. Gracias, me dice. Y se dirige hacia el baño sin prisas.
ANTONIO
MIGUEL MUÑOZ ORTIZ ̶[̶M̶i̶g̶u̶e̶l̶ ̶G̶u̶e̶r̶r̶a̶]̶ ̶ (Puebla,
1996). Primer Lugar en la categoría Cuento del XVII Premio Filosofía y Letras
de la BUAP. Finalista del Primer Concurso de Cuento Breve de Rock: Parménides
García Saldaña organizado por Ediciones Ají. Tercer lugar en la categoría
Ensayo del Premio Nacional al Estudiante Universitario “Carlos Fuentes”
organizado por la UV. Algunos de sus cuentos, crónicas y ensayos aparecen en
revistas digitales como Círculo de Poesía, Letralia, Marabunta, La Rabia del Axolotl,
Espora y Mundo Nuestro. Escribe, toca y canta en Arquetipos. FB: Antonio Miguel
Muñoz Ortiz. Twitter: @tonortiz
0 Comentarios
Recordamos a nuestros lectores que todo mensaje de crítica, opinión o cuestionamiento sobre notas publicadas en la revista, debe estar firmado e identificado con su nombre completo, correo electrónico o enlace a redes sociales. NO PERMITIMOS MENSAJES ANÓNIMOS. ¡Queremos saber quién eres! Todos los comentarios se moderan y luego se publican. Gracias.