La
historia de mi vida comienza ahora. Escapé del hogar familiar por
incertidumbre. Regresé varias veces por memoria. Y hoy que habitó en el olvido
más cercano creo que mis pies se encuentran cansados de andar. Disculpen si mi
escritura es poco profesional. No fui a la escuela de la manera que hay que ir.
Desperdicié mi tiempo debajo de los pupitres intentando encontrar sustancia en
el oscuro triángulo que cuidan las faldas de las niñas. Esa fascinación mía por
observar me generó morbo. Del morbo pasé rápidamente a la perversión. Lo que
mis ojos veían no eran seres humanos. Un gordo, un hipopótamo, una mujer, una
yegua, un niño, un gato, un policía, un puerco, un ladrón, un coyote. Creaba fábulas
carentes de moraleja por montones. Dos veces conocí el castigo. Cuando toqué el
fuego. Y cuando bebí alcohol. Sólo yo sé lo qué se siente vivir sin miedo.
Con el dinero llegó la avaricia. Mi último
juego de niño consistió en robar unos cuantos dulces de la tienda. Éramos cinco
pequeños ladrones. Tres crearían una distracción en base a una pelea y yo y el
que sobraba tomaríamos una caja de chicles de quinientas piezas que después
venderíamos en los semáforos y así comprar cada uno lo que se le antojara. El
trío luchador falló ya que el tendero no salió de su aparador. El otro y yo que
se supone robaríamos perfectamente no nos percatamos de la atención camaleónica
del tendero. Su ojo izquierdo nos observaba mientras el derecho prestaba
atención a nuestros compañeros. El vejestorio se fue acercando sigilosamente,
pero sin cuidado. Dejo caer sus llaves accidentalmente. Nuestros oídos
resintieron la caída. Mi colega me empujó hacia el estante de las frituras y yo
caí como roca en ellas ocasionándome mi ruina. Con furia me tomó el dueño por
cuello y me bajó los pantalones. Yo pensé que nomás serían unos fajazos o algo
por el estilo. Agarró una cajetilla de cigarros y sacó uno. Le prendió fuego a
uno y se lo llevó a la boca con elegancia. Me tenía agarrado de las manos sin
ninguna dificultad. Ayudado además por el miedo que sentía. Abandonado a la
suerte por mis compañeros me resigné pensando en el modo de vengarme de ellos
después de mi sufrimiento. Cerraba con fuerza mis ojos. Escuchaba los insultos
del tendero. Escuchaba cómo le daba una calada a su cigarrillo porque segundos
después lo llevaría a mi trasero. Sentía la punta ardiente de éste en mi carne.
Una voz fantasmagórica irrumpió en la escena. Con un certero golpe en la
espalda del hercúleo anciano me liberé. Corrí hacia el escondite propuesto para
la fuga por mis traidores compañeros.
Una inmensa duda erizó el vello de mi nuca
¿Quién me había salvado de las quemaduras? Por la prisa de escapar de la
mazmorra olvidé agradecer el gesto de aquel héroe. No pude dormir durante una
semana. Aquella voz espectral penetraba en mi consciencia. Justo en el momento
que escribo estas líneas que lees acepto la posibilidad de que aquella voz haya
sido la suerte.
Tuvimos la idea de robar en la carretera.
Decía él que la gente que viaja suele llevar dinero. Pero lo más importante era
el transporte tan necesario para recorrer grandes distancias en menor tiempo.
Así que diseñamos una trampa a base de troncos y piedras que obliguen detener a
los automóviles. Yo me coloqué a doscientos metros adelante para dar la señal
con un espejo de que un automóvil pequeño se acercaba. No queríamos asaltar un
camión. Sería más fácil atraparnos. Con unos binoculares que yo había comprado
en el tianguis visualicé que un carro venía. Señalicé y él lanzó los troncos y
las piedras a la carretera. En un minuto llegarían al punto y nosotros
huiríamos en el coche robado. Corrí hacia mi compañero que se encontraba
escondido detrás de una gigantesca roca. Observamos impaciente la curva por
donde se supone el automóvil aparecería. El carro se frenó derrapando. Dentro
iban sentado dos adultos y un niño.
Mi camarada al ver que el hombre salió del
carro para retirar los obstáculos disparó al aire. Les pidió que salieran del
auto. Así lo hicieron los pasajeros. La mujer tenía miedo y el niño nos miraba
incrédulo. Decidí ser el piloto. Mi amigo continuaba afuera. Hablando con las
víctimas. Tres disparos rebotaron en la sierra. El eco no se iba rebotaba en
mis oídos volviéndome loco. Lanzó los cuerpos a la barranca. Subió al carro.
Nos pusimos en marcha. El silencio se apoderó de nosotros el resto del camino.
Yo lo miraba de reojo. Me sorprendía la calma de su espíritu.
Llegamos a Ciudad Guzmán en media hora.
Abandonamos el coche y seguimos a pie hasta llegar a la plaza. Con el dinero
que le sacamos al hombre compramos comida. Yo ya estaba nervioso. Mi compañero
era lo que más me sacaba de quicio su indiferencia provocaba en mi horror.
Temía convertirme en víctima de su crueldad espontanea. Ya lo había visto matar
dos veces. Estaba marcado mi cuerpo por eso. Ver morir a la gente no es normal.
Te vuelve loco.
Caminé
por un desierto interminable repleto de oscuridad devoradora de lunas y
estrellas. Los sonidos a mi alrededor cavaban tumbas donde mi muerte imaginaria
iría a dar después de ser asesinado por coyotes buitres cactos indios demonios.
Mis sentidos se agudizaron al extremo de ver enfrente de mí una figura sacada
del más vulgar tarot. Hablándome en un extraño dialecto que nunca había oído
pero que en cambio entendía a la perfección me dijo algo como: jueg sig juk fek
kid lok nok avec moi si los tres juj kake ki o que en castellano lo traduzco:
sigue el sendero más oscuro y no te detengas hasta encontrar las rocas que
sudan. Seguí el consejo de aquella extraña criatura y me interné en las
profundidades del color negro.
Hicimos el amor durante ochenta días mientras
recorríamos el mundo en un condón que logré adaptar para que sirviera de globo
aerostático. Debajo de nuestra consumación las poblaciones de diferentes
naciones vivían en constante armonía caótica. Un olor a gas metano nos hizo
perder el conocimiento. Dormimos por más de tres vueltas al mundo. Una
corriente de murmuraciones respecto a mi paradero nos devolvió en dirección
contraria retrasando el tiempo inevitablemente. Llegué al pasado cuando yo la
conocí y consciente de mi futuro decidí no conocerla y evitar desperdiciar buen
tiempo de mi patética vida.
Su mentalidad de niño de cinco años no lograba
encender su interruptor de maldad. Le clavó el cuchillo a su perro para
sentirse un dibujo animado. Llevó su mirada a la herida fallando su propósito
de mirar más allá. Le dijo a su mamá que el perro se había caído sobre el
cuchillo. La maldad aparece con la mentira en él. Su madre ríe llorando. Y él
sale de la habitación hacia el interior de un retrato descompuesto. Su sueño de
ser puro color es cumplido. Si conociera a Dios se lo agradecería enormemente.
Desarrollando su vida dentro de la pintura el
niño que era yo pero que cuento esto para dar más contenido a mi estilo no se
percata que yo soy el escritor que escribe una autobiografía inventada.
Sigue derecho y cuando llegues a la esquina no
gires. Detente. Y espera a que el Sol se haya ocultado. Estírate y si tu
espalda truena da vuelta a la derecha. De lo contrario ve de frente hasta topar
con las miradas absurdas de las personas que te encuentres. Habrás llegado a la
prehistoria de tu existencia.
Entonces después de lograr mi huida busqué a
los traidores. A Osvaldo le arrancaría un pedazo del cerebro y así su sueño de
ser médico quedaría truncado. Aunque no fuera todavía un adulto la venganza ya
corría por mis venas. Ellos me habían abandonado a merced de un sádico
pederasta. Yo tendría que enseñarles el significado de la palabra amistad. Como
a Claudio le gustaban las películas le arrojaría acido clorhídrico a los ojos
cegándolo de por vida. Para Pablo quien amaba a los animales el castigo era
perfecto. Mi vecino tiene un perro viejo rabioso y él no lo sabe por imbécil y
desgraciado. Lo llevaré a mi casa y una vez ahí lo dormiré con cloroformo.
Aventaré su cuerpo adormilado al patio del perro y dejaré que el dolor lo
despierte. Por último, Gerardo. Su cobardía me costó quemaduras en el trasero.
A él la muerte era un premio que no le podía permitir gozar. Así que construí
una máquina para que sus huesos…
-¿Y por qué empieza a escribir este extraño
texto?
-Una iluminación
-Sea más claro por favor
-Yo creo en ser ateo, no me malinterprete, soy
profundamente religioso. Pero sólo por la literatura de las creencias, no por
la salvación.
-¿Eso significa?
-Apocalipsis de bolsillo es un tributo al
profeta mexicano Juan José Arreola
-¿Conoció al maestro?
-Si, cuando yo era un consumidor de hierbas
aromáticas, él se me apareció.
-¿Y qué le dijo?
-No mucho, hablamos sobre una fotografía que
yo tengo colgada en el pecho
-Descríbanos la fotografía…
-Un recuerdo de mis vacaciones en las
montañas, yo posando junto con unas cabras, una de ellas con el torso de ser
humano.
-Interesante, afirma entonces haber conocido
al Diablo
-No sé si es el apodo del maestro Arreola,
pero si es el algo perverso cuando se lo propone.
-Me refiero… mejor hablemos de “Apocalipsis de
bolsillo” ¿Cuál es su significado?
-Es un texto apócrifo encontrado en mi
imaginación. A través de las palabras juego con el lector dándole a entender la
inutilidad que tiene para mí que me lean, ya que sé de antemano que
malinterpretaran mi idea. Así que no importa si escribo con coherencia o no. Si
me limitó con los signos de puntuación. O si soy breve o muy extenso. Yo creo
que la literatura actual es muy aburrida. Se ha estancado en describir la
superficie de la imagen. Entonces yo hago algo diferente. Me adentro al
espíritu. Vivo de la esencia de la imaginación y no importa hacia donde
conduzca yo llevaré la ventaja ante los demás. Por ejemplo, yo puedo matarlo a
usted y continuar con mi relato, con la historia de mi vida. De mi otra vida.
-¿En verdad cree que puede matarme?
-No le miento.
-Demuéstremelo.
El
escritor se pone de pie y toma un cenicero de plata. Con despiadada frialdad mata al entrevistador
y sale de la sala. Yo. El narrador. Y también asesino. Continúo jugando con el
abecedario. El apocalipsis es…
inFINito.
GERARDO UGALDE. Escritor fantasma. 1989. Zapopan, Jalisco.
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