Hablar de Chalío es
hablar de Manzanillo, pero sobre todo, decir Chalío es decir mar,
playa, calor, martillos, clavos, enjarre y ladrillos; pero es también
decir viejo mañoso y el “Tren Chocado”.
Quería dedicarle esta
memoria a Chalío porque es imposible no recordar las enseñanzas del
viejo, así como imposible intentar olvidar los años en que
anduvimos de chalanes, cuando trabajábamos echando pala y pico.
Debo confesar que el
oficio de albañil lo aprendí con Chalío, él es el culpable de que
yo sepa hacer mezcla. Chalío me enseñó a echarle dos de arena, uno
de cemento, uno de cal y tres de agua.
Con Chalío aprendí a
comer tortas de frijol sin queso, a tomar agua de limón sin azúcar,
a ir por los chescos a la hora del amigo, a levantarme a las cinco de
la madrugada porque nos ganaba el sol y a subirme todo mugroso a la
ruta del Valle de las Garzas.
Chalío siempre fue un
maestro, cada ida a Manzanillo era para aprender algo nuevo. Llegar
al puerto para mí era toda una experiencia, porque sabía que Chalío
estaría ahí listo para irnos a la playa a ver a las morras, a
echarnos un tejuinazo y un raspado de tamarindo. Me enseñó a caminar
descalzo a la tres de la tarde y también me enseñó que es posible
recibir un ladrillazo a media maceta sin decir agua va.
Ahora que recuerdo,
fue en una de esas idas a la playa de San Pedrito cuando me di cuenta
que Chalío conocía al “Tren Chocado”, una mujer de la vida
alegre, de esas de cascos ligeros. Esta dama, por lo que después me
enteré, tenía el oficio de aprovecharse de los viejos, de quitarles
el poco dinero a cambio de unas cuantas sobadas.
Después me enteré
que la abuela Chofi se dio cuenta de lo que andaba haciendo su
viejito y cuando llegaba a Manzanillo yo le decía a propósito a la
Chofi, que Chalío andaba con el “Tren Chocado”, a lo que siempre
me respondía que el “Tren Chocado” sólo quería al viejo
pendejo para sacarle dinero, que porque a Chalío ya no se le paraban
ni las moscas.
Pero yo no le creo a
la Chofi, porque Chalío siempre regresaba bien contento de con el
“Tren Chocado”, cosa que a la abuela le daba coraje, porque a
ella ya no le hacía caso.
Aún recuerdo esa vez
que Chalío agarró a la Chofi a patadas, porque ella tuvo la mala
suerte de reclamarle su relación con el “Tren Chocado”. Desde
ese día la Chofi quedó jorobada, porque rodó por las gradas hasta
abajo. Pero también recuerdo esa vez que Chalío entró corriendo al
baño, que porque la Chofi le había enchilado los calzones, esto
como respuesta a su agresión.
Sin duda alguna Chalío
y Chofi eran cosa que no se aguantaban, pasaron sus últimos quince
años de vida sin hablarse, pero nunca se separaron, sino hasta que
Chalío fue llamado a rendir cuentas con el altísimo. Y hoy que los
dos están enterrados juntos, uno arriba del otro, estoy seguro que
en algún lugar ya se hablan.
Son muchos recuerdos
los que tengo de mi abuelo, muchas enseñanzas que no las hubiera
aprendido en otro lugar, y por ello prefiero recordarlo así, y no
traer a mi mente la última imagen de él en su caja de madera
pintada de caoba, ni recordar cuando lo llevaron al panteón, ni
mucho menos cuando le estaban echando tierra y flores encima.
Prefiero recordarlo
cuando nos subíamos al camión con el lonche de frijoles que mi
santa madre nos preparaba. Prefiero verlo echando cotorreo con los
otros viejitos con los que platicaba todas las tardes en la banca de
la esquina, cuando se cagaba de la risa con su buen amigo el Colón.
Sí, recordar al buen Chalío es y será siempre traer a la mente los
buenos años que viví en Manzanillo y por supuesto al “Tren
Chocado”, que sabrá Dios dónde andará.
Por cierto, hay dos
versiones de por qué le decían el “Tren Chocado”: una que
porque así tenía la frente y la otra que porque estaba loca, que
porque en algún momento de su vida se le descarriló el tren.
IHOVAN PINEDA Poeta,
ensayista y profesor. Maestro en Literatura Hispanoamericana por la
Universidad de Colima. Autor de los libros Estarnos queriendo y
pasado mañana (2008), De cómo las cosas han cambiado
(2011), Principios de Incertidumbre (2015) y Bitácora de
recupreación (2017). Fue distinguido por el Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes con la beca del Fondo Estatal para la
Cultura y las Artes 2013-2014 en la categoría de Jóvenes
Escritores. Ha publicado a nivel nacional e internacional en revistas
impresas y electrónicas: Tragaluz; Casa del Tiempo de
la Universidad Autónoma Metropolitana; Revista de Poesía La Otra
de la UNAM; Revista de Lenguas Modernas de la South Carolina
University de Estados Unidos; Crítica Revista Cultural de la
Universidad Autónoma de Puebla; Círculo de Poesía;
Cronopios; COFIBUK Literatura y arte; Bitácora de
vuelo; Rojo Siena Editorial, Interpretextos;
Caracol Azul; Vía Literaria-Proyecto Ululayu; Horizontum,
finanzas y cultura; AO Revista Literaria; Voces del extremo
de España; Marcapiel, revista de literatura; Revista
Cinosargo; y Revista Levadura. Su obra ha sido antologada en los
libros En Memoria del Terremoto publicado por la Universidad
de Colima; Anuario de Poesía Mexicana 2004 del Fondo
de Cultura Económica; Apuntes de literatura colimense de la
Universidad de Colima; antología poética Locos de los 70´s de
Fides Ediciones; y en Toda la mar, la presencia del mar en la
poesía colimense de la Secretaría de Cultura del Gobierno del
Estado de Colima. En 2016 fue integrado en la Enciclopedia de la
Literatura en México de la Fundación para las Letras Mexicanas del
Gobierno Federal y en 2018 al Catálogo Biobibliográfico de la
Literatura en México.
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