La verdad es que no recuerdo el momento exacto en que conocí a
Alicia y su mundo maravilloso. No existe un acontecimiento que me haga recordar
“ah, fue entonces”, sino que la lectura de Las
aventuras de Alicia en el país de las maravillas, parece ser un texto que
ha estado en mi vida por siempre.
Vengo de una familia que fue unida en sus primeros tiempos y eso
quiere decir que siempre hubo un primo con quien compartir los juegos y las
travesuras, pero ninguno con quien empatar en sueños y conversaciones. Siendo
una niña demasiado imaginativa, me encontré sola con mis fantasías. En uno de
esos raptos de soledad, supongo fui atrapada por esta novela que algunos llaman
cuento otros fábula), donde los personajes más disparatados y las situaciones
más imposibles, cobran vida.
Siendo mi personaje más entrañable, pasaron por mis manos varios
ejemplares de Las aventuras de Alicia en
el país de las maravillas, hasta quedarme hoy, solamente con mi versión de
Penguin, ilustrada por John Tenniel y con las dos historias de Alicia.
Para mis primos, que vieron la película de Disney, todo era una
mariguanada y el autor un loco que había escrito desde su problema de
drogadicción. Esa es generalmente la manera como ven la historia las personas
que están establecidas en la sociedad.
La verdad es que Lewis Carroll (Reino Unido, 1832) era matemático,
filósofo y uno de los más conocidos representantes del nonsense. Esto último se podría traducir como “el sin sentido” y se
refiere a una corriente en la literatura que, al menos en Reino Unido, fue
explorada primero por Edwar Lear, cuyas canciones, historias y dibujos siguen
vigentes y, según George Orwell constituyen una “perversión de la lógica” y
“una especie de chifladura afable”.
Ilustración de Salvador Dalí. Más información en Yorokobu
Alicia en el país de las
maravillas, es la primera
lectura verdaderamente famosa de esta corriente que además da lugar al
nacimiento de las vanguardias del siglo siguiente, incluyendo el Dadaísmo, que
surgen a raíz del nonsense y sus
juegos del lenguaje. Todo el texto maneja realidades lingüísticas diferentes
que nos permiten, como niños y como adultos dispuestos, aceptar esos otros
mundos poéticos, esos sentidos que puede tener una palabra dependiendo de quién
y cómo la usa, según nos recuerda Humpty Dumpty, en la segunda parte llamada A través del espejo y lo que Alicia encontró
ahí.
Independientemente de haber nacido como un cuento inventado en
una “dorada tarde” de paseo por el río, para tres niñas ansiosas de una
historia, la peculiar combinación de fantasía, disparate y absurdo, mezclada
con paradojas lógicas y matemáticas, así como sátiras morales, hacen que un
simple cuento se transforme en un clásico del pensamiento de finales del siglo
XIX.
Por supuesto que mis primeras lecturas y juegos alrededor de
Alicia eran meras inocentadas, situaciones ideales en las que, si me veía fijamente
en el espejo, pronto podría pasar al otro lado; o amigos imaginarios cuya
personalidad disparatada, me acompañaron en mis tardes de soledad.
Con el tiempo me identifiqué con el personaje: Alicia es una novela de iniciación. En
una época en que la adolescencia era algo que no existía, Carroll consigue
describir los avatares del viaje hacia la edad adulta: el miedo a lo
desconocido, la rareza corporal, el encuentro y enfrentamiento con la
autoridad, el dejar atrás la seguridad del hogar y caminar por el bosque donde
todo lo conocido pierde nombre para volver a ser y ser nombrado.
Los dos cuentos aparecen en una época en que la literatura para
niños sirve para moralizar, para enseñar, para asustar. Alicia, dentro de ese ambiente represivo y conservador, representa
los valores contrarios, es la respuesta a la asfixia de la época, es la
historia sin opresión y sin moraleja, a pesar de tener muchos de los elementos
de la fábula: animales y objetos que hablan, transformaciones inesperadas (un
niño en un cerdo que “resulta más bonito así”), personajes fabulosos como la
Falsa Tortuga y el Grifo. Tampoco es el cuento de hadas tradicional, no hay
deseos cumplidos, no hay príncipes encantados resolviendo conflictos. En ese
sentido, la historia es visionaria ya que es Alicia solamente armada con su
lógica y su valor, quien saldrá del agujero de conejo en que se metió o
regresará del otro lado del espejo. Eso sí, antes de volver, ha perdido todo:
nombre, carácter, humanidad, incluso no sabe si existe o solo es un sueño del
Rey Rojo que se desvanecerá cuando el Rey despierte.
Regresará, sin identidad, pero con una nueva forma de ver las
cosas, no se puede ser inmune a los personajes y situaciones con los que
convivió en ese sueño que incluso no sabe si es de ella soñando o es ella la
soñada.
Las historias de Carroll, entonces, se convierten en un texto
cada vez más complejo conforme pasan los años. Se diría que a medida que sus
lectores crecemos, encontramos más elementos para seguir enamorados del mismo: las
parodias de los poemas recordándonos que absurdo y sátira social van de la mano;
el Conejo Blanco representa a todos los políticos lambiscones; la loca carrera
sin reglas y sin rumbo que realizan los seres más estrambóticos y que nos
recuerda esos juegos que tuvimos de niños.
La risa acompaña cada relectura de Alicia y la duda existencial que luego se convierte en parte de la
literatura borgiana ¿si es el Rey quien nos sueña, qué pasará cuando despierte?
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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