Hoy
quiero hablar de un tema que me atañe personalmente y del cual llevo algunos
meses dándole vueltas. Todo el mundo sabe que las películas de Disney son
adaptaciones de varios cuentos populares, eso no es novedad. Sobre todo, de los
famosos cuentos de Hans Christian Andersen como La Sirenita o La reina de las
nieves, o sea Frozen.
Tampoco
es una novedad que junto con estos cuentos y de otros autores Disney siempre ha
intentado dar una versión más edulcorada de lo que realmente sucede en el
cuento original. Pero no voy a hablar de este endulzamiento por parte del
departamento de guionistas de Disney. Lo que he estado pensando durante estos
últimos meses, con visita incluida al parque de París, es sobre lo que se
transmite al niño/a mediante estas versiones más suaves.
Disney
intenta que los niños no sufran esos finales tan tristes a través de sus
versiones animadas, desde Blancanieves
allá por el año 1937. Mira que han pasado años, guerras, cambios de siglos,
pero todavía se sigue vendiendo la película original. Y qué decir de Cenicienta y las mutilaciones de partes
del cuerpo de algunos de los personajes.
La
pregunta recurrente es: ¿por qué? Disney se empeña en edulcorar sus versiones y
adaptarlas al público infantil de varias generaciones. Mi primera opción es
pensar que en la época en la que Walt Disney pensó en estos cuentos para sus
películas las guerras daban golpes duros a las sociedades occidentales. Es de
todos conocidas sus alianzas con el gobierno estadounidense, creando películas
propagandistas.
Otra
opción que se me ocurrió es el tema de la muerte para un niño. Si se deja de
mostrar la dureza de la vida, la violencia que se ejercía claramente en estos cuentos
se lograba que el niño/a evadiera esa cruda realidad. Por cierto, un éxito
hasta el día de hoy.
La Sirenita
es una de mis películas favoritas de pequeña, la vi mil veces y me encantó esa
historia de amor tan fascinante entre una sirena y un príncipe, ¡cómo no! Pero
qué decepción me llevé, cuando ya de mayor, leí el cuento original de Andersen.
No crean que lo leí al cumplir la mayoría de edad. Lo leí hace un par de años
cuando se lo compré a mi hija pequeña. Yo, muy ilusa, ni pensé en la dureza del
cuento.
Cuando
le conté el cuento a mi hija nos quedamos las dos con un desasosiego muy
extraño. La niña no entendía por qué la sirenita no se había quedado con el
príncipe y encima había muerto. Mi duda, latente desde ese momento, es si fue
buena idea enseñarle la versión cruda y real o si lo mejor era enseñarle la
versión edulcorada y con final feliz de Disney. Como madre/padre tienes un
instinto casi inconsciente de que tus hijos no sufran, cosa que es imposible.
Si sabes lo dura que es la vida tu misión es intentar mantener su infancia
intacta, libre de dolor y que sufran lo menos posible. Entiendo que muchos no
estarán a favor de mis opiniones. Pero tras ver el sufrimiento de mi hija por
una simple historia, pensé dos cosas, una que sería mejor que aprenda cuanto
antes que la vida no es maravillosa y, por otro lado, que sueñe y en sus
cuentos y fantasías guarde un pedacito en su imaginación y que ahí, en ese
rinconcito sea feliz.
Así
que me quedo con la versión animada y dejo los cuentos macabros para su
adolescencia turbada por las hormonas. Al final no puedo llegar a una
conclusión sobre si es correcto o no edulcorar los cuentos. Para Disney no hay
duda y llevan años triunfando con esta ideología y dudo mucho que cambien con
el tiempo. Su imperio es la conclusión más rompedora, aunque no todos estemos
de acuerdo con ello. A mí no me ha hecho daño crecer con una Cenicienta dulce
ni con una Ariel casada y feliz con su príncipe y no creo que tampoco le haga
mucho daño a mi hija.
URLA POPPE
www.urlapoppe.com
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