1)
Pero la vida sigue y te arrastras como ella
trepas
al bocanal de la noche persiguiendo letras
como las
moscas persiguen los olores fétidos, la muerte
te
sientas frente al espejo y te miras
observas
detenidamente las arrugas
apostadas
ahí donde solía besarte la luna convirtiéndote en sirena
hace
tiempo que en lugar de sirena eres una ostra
muda,
inmóvil, pero te esfuerzas por romper la coraza
asomar
el rostro al acantilado, morder el filo del viento
el color
negro te sigue pareciendo hermoso
en el
interior de los huesos
el
invierno crece helado y perfecto.
2)
A veces
me invaden ciertos pensamientos
dejo de
ser la mujer que lava la ropa todos los jueves
poco me
importa si la casa sigue sucia
o la
estufa sigue fría
o no hay
pollo ni frutas en la nevera.
Hay días
en que me vuelvo un caracol rosado
que va
dejando una estela negra por donde pasa
y se
arrastra sigilosamente hasta el venero más próximo.
De ahí
succiono toda la vida que puedo
hasta
saciar el vientre.
Con la
panza llena de poesía
cambio
de forma, paseo descalza,
sonriente,
segura y perezosa sobre los tejados.
3)
Intento
ser buena madre
pero me
falta ternura
me sobra
intolerancia
cada vez
que doy un beso
se me
saltan los dientes
me
crecen patas como a una araña
en mi
cabeza crece otra cabeza que grita
mientras
la casa se derrumba en pedacitos
El sol
se oculta detrás de la ventana
para no
mirar el descuartizamiento
Nadie me
enseñó a cuidar hijos
tuve que
aprenderlo sola
nadando
por la orilla del río
hasta
mar adentro
Fue una
muerte terrible
Para
evitar que me crecieran quelíceros
me quedé
en el abismo
y en el
más profundo de mis orificios
sembré
girasoles
Ahora
hilvano todas las noches
una casa
nueva
Abrazo a
mis hijos para no arrancarles la cabeza.
4)
He
dibujado mi muerte de muchas formas,
con y
sin carboncillo.
Vuelvo a
mi cuerpo tras abrir los ojos
y
descubrir en la ventana un poco de sol,
polvo
amontonado por el tiempo,
telarañas
que no he barrido nunca.
Con la
mirada fija en una hormiga
pienso
en el vacío,
en la
luminosidad de las estrellas,
en las
cicatrices que hay en la carne.
Me pongo
en movimiento,
enciendo
la estufa,
porque
me tocó nacer en este siglo
en que
las mujeres trabajan
dentro y
fuera de casa.
Decido
ser ambidiestra
y
levantar la cabeza
mientras
camino por la cuerda floja
abrazando
muérdagos y espinos.
La
escritura es el fuego que recarga el alma
cuando
el futuro ya no da para más
y la
única forma de evolucionar
es
quemarse toda
hasta
que aparezcan alas.
Fotografía Photo by Dariusz Grosa from Pexels
LINDA GONZÁLEZ. Fue colaboradora de la revista artesanal Cariátides. Ha sido publicada por revistas virtuales como Remolinos (Lima, Perú) y Letralia, Tierra de Letras (Cagua, Venezuela), además del suplemento editorial Hojalata (Nuevo Laredo, Tamaulipas). Acreedora a una Primera Mención Honorífica en el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2007, con el poemario Gemidos para arrullar a una loba herida. En Julio del 2018, su cuento “La oruga que veía el cielo”, apareció en el libro virtual Escritura de cuentos de hadas para mujeres, antología del taller literario titulado con este mismo nombre e impartido por la escritora Marisol Vera Guerra. Se puede leer más de su obra en su blog personal: https://lindagonzalezg.blogspot.com
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