A este escritor lo conocí en el cine. Y
luego tuve que ocultar mi gusto por él durante muchos años, ya que en los
talleres literarios que frecuentaba era mal visto, era un bestseller, era mal escritor, era literatura menor. Los
problemas de ser joven y tener gustos diferentes a la élite. Pues bien, acostumbraba
ir al cine con frecuencia, la mayor de las veces sola. Y como buena
adolescente, me encantaban las películas de terror, misterio, sobrenaturales,
fantásticas y demás. La película fue Carrie,
el autor Stephen King (Maine, 1942). En
vacaciones, me encontré el libro en la famosa biblioteca de ¿adivinen?, mi tío
Juan. Por ese entonces comencé la lectura de King, convirtiéndose en otra
placentera actividad de verano.
Lo
mejor de King, es su primera fase. Estas obras donde el terror está en lo
cotidiano y no hay monstruos extraterrestres dispuestos a arruinarnos el final. Fue el primer autor
que leí que se atreve a matar a un niño, y peor, que me hizo esperar la muerte
de ese bebé y sus consecuencias durante cada una de las páginas de Cementerio de animales.
En El resplandor, logró hacerme sentir la
miseria de Jack Torrance en cada uno de sus intentos por regresar a la breve
fama que tuvo con la publicación de un cuento. La rabia que comenzó a crecer en
el personaje ante la imposibilidad creadora, que lo lleva a la destrucción, no
sólo de su persona, sino de todo lo que decía amar. Y ese fracaso, tan humano, lo combina con
fuerzas extrañas que al final pueden ser tan cotidianas como el simple odio,
hacia si mismo, la familia, o la responsabilidad. ¿Lugar común? Tal vez, pero
Stephen King nos adentra en esa intimidad donde los pensamientos que no nos
atrevemos a mencionar, se vuelven cada vez más perturbadores en Torrance, al
grado de olvidar los motivos que lo llevaron a cuidar el hotel en donde se
desarrolla la acción de la novela.
Recuerdo
lo romántico que nos pareció a mis hermanas y a mí, al grado de enamorarnos del
personaje conocido como John Smith, cuyo improbable nombre en la realidad le da
toda la fuerza en la ficción. Un simple profesor de secundaria, con un nombre
por demás común, se convierte en el salvador de la humanidad al sacrificarse,
eliminando la gran amenaza que representa la bomba nuclear. La novela La zona muerta, leída en el piso de la
sala, un caluroso julio, deseando que no tuviera fin, ni el libro, ni el
verano.
Y así
podría hablar de cada una de las novelas que releo de vez en cuando de King, La tienda, Maleficio, La mitad oscura, El misterio de Salem’s Lot, Dolores
Claiborne, Ojos de fuego. Todas ellas del siglo pasado. Y un sinfín de
cuentos, en diferentes compilaciones. Hablo de King y de su obra del siglo XX
donde manejaba el terror de manera tal que no necesitábamos ver al monstruo. El
suspenso muy medido que nos permite imaginar o crear a cada uno su propio
miedo, ese es el King con el que me quedo.
Después
comenzó a publicar textos que caen en su mayoría en lo que el mismo escritor
llama “la repulsión, un acto reflejo, un nivel inferior o truco barato”. La
historia de It, aunque pertenece a su
obra del siglo XX, cae en ese nivel inferior. Gran desilusión la mía cuando
acomodada para el verano con mi gigantesca novela, después de pasar agradables
horas leyendo, me enfrento con el final.
Eso (It), comienza narrando los
profundos terrores de la infancia que todos hemos tenido alguna vez; enfrenta a
esos niños con el adulto que ya son, y la historia va funcionando, creando un
retrato de la niñez bastante entrañable. Pero lo termina de manera fácil, con
trucos de ciencia ficción que no le agregan nada y sí le quitan la resolución
inteligente al miedo infantil. Y no porque se deba solucionar, pero al menos
darle un final digno.
Stephen
King es un escritor que admiro por la calidad que tiene para jugar con
nuestros temores, no importa de qué sea la historia, siempre logra
identificarnos con algo que sabemos que es inquietante, porque sabemos que no
está bien, o que no debería estar ahí. A pesar de los académicos, sigue
llevándonos a los profundos terrores contemporáneos, al igual que los
escritores clásicos que son su fuente de inspiración: Poe, Stoker y Lovecraft,
entre otros.
Aunque
tiene mucha producción que no me gusta, le reconozco y agradezco que me ha
llevado a través de los años, a un viaje por las profundidades de lo malsano
del ser humano, en una región inventada en Maine. Creador de lugares míticos,
como buen escritor. De
adolescente creí en la existencia de Derry y de Castle Rock, lugares a los que
hasta la fecha he querido viajar. Ahora solo me queda ir a Maine algún día, y
tomar el tour que tienen para conocer los escenarios del horror de King.
TERESA MUÑOZ. Actriz con formación teatral desde 1986 con Rogelio Luévano, Nora Mannek, Jorge Méndez, Jorge Castillo, entre otros. Trabajó con Abraham Oceransky en 1994 en gira por el Estado de Veracruz con La maravillosa historia de Chiquito Pingüica. Diversas puestas en escena, comerciales y cortometrajes de 1986 a la fecha. Directora de la Escuela de Escritores de la Laguna, de agosto de 2004 a diciembre 2014. Lic. en Idiomas, con especialidad como intérprete traductor. (Centro Universitario Angloamericano de Torreón). Profesora de diversas materias: literatura, gramática, traducción, interpretación, inglés y francés. Escritora y directora de monólogos teatrales. Coordinadora de Literatura y Artes Escénicas de la Biblioteca José Santos Valdés de Gómez Palacio, Dgo.
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