[El poeta David Huerta cumple, hoy, siete décadas de vida. Nacido en la
Ciudad de México el 8 de octubre de 1949, el escritor recibirá este año, para
cerrar 2019 con entera satisfacción, el máximo premio literario que anualmente
entrega la FIL de Guadalajara, además de tener, ya (hace cuatro años), el
Premio Nacional de Letras que reconoce el gobierno de la República. Para
celebrarlo hemos recuperado una conversación mantenida con él a propósito de la
salida de su libro Historia, reeditado por el Conaculta hace una década. David
Huerta ha guardado silencio literario durante varios años que ya sobrepasan los
diez. A continuación, presentamos a un David Huerta en primera persona.]
1
Mi papá Efraín Huerta fue un padre presente y cariñoso, pero yo con
quien crecí fue con mi mamá. En alguna forma su influencia es más determinante,
más constante que la de mi propio padre, a quien, desde luego, yo admiraba y he
aprendido mucho leyendo sus poemas (lo que no hago yo exclusivamente: lo puede
hacer quien quiera y tenga curiosidad de abrir los libros de Efraín Huerta).
Sin embargo, a mí me gustaría decir esto un poco para emparejar las cosas.
Naturalmente, para mí, mi padre fue, incluso, un maestro. No exagero si lo
llamo de esa manera. Fue un maestro que me dio ideas y orientaciones
fundamentales; pero también de mi mamá recibí muchas enseñanzas.
La relación de mi mamá Mirilla Bravo con la poesía
fue como lectora, y porque estuvo casada con Efraín Huerta. Mi madre estudió
trabajo social, y poseía gran conocimiento jurídico. Fue precursora de muchas
de las luchas que se libran ahora en nuestro país, y en el mundo, a favor de la
liberación de la mujer, por la igualdad normativa entre los hombres y las
mujeres, etcétera. Pero era muy buena lectora, inteligente y sensible.
2
El amor es un viejo tema en la poesía lírica de siempre. El género toma
sus fuentes de la poesía europea de los siglos XII, XIII y XV. Los poetas
provenzales de esa época fueron sus inventores. En español tiene sus
características y peculiaridades, y en México lo ha tocado de una manera
magistral Ramón López Velarde, por ejemplo.
Es muy curioso pensar en este sentimiento (el amor)
como algo que le sale de por sí a la gente. Pero eso no es verdad: el amor es
un invento, un artefacto cultural. No nace espontáneamente de los organismos,
de las mentes o de los corazones humanos. Es un dispositivo de discursar y una
manera de relacionarse.
¿Cómo tratar el asunto del amor sin que al poeta se
le califique de caer en la cursilería? Lo que es negativo y está
sobrecodificado es lo que yo llamó “amor trivial” en mi libro Historia.
Quiero decir que los elementos para expresarlo, para experimentarlo y para
pensar en él están dados, por ejemplo, por la música popular y por las
telenovelas. Esto ha rebajado las calidades del discurso acerca de esa
experiencia. El primer poema en mi libro ataca el amor trivial. La gente no
vive su experiencia amorosa por sí misma, sino determinada por lo que ocurre
fuera de ella, ya en los medios de comunicación, o en la literatura popular y
en las canciones.
¿Cuántas personas no se han enamorado de acuerdo
con el guion que les marca un bolero? Eso a mí me parece un poco catastrófico,
porque a la gente no le permite vivir lo bueno o malo que a ella le toca vivir.
Es curioso que ahora que el comunismo ya fracasó y se viniera abajo en su
versión soviética estalinista, el capitalismo esté logrando esa igualación a la
que el comunismo aspiraba. Y esa igualación es también de los sentimientos, de
las experiencias, de lo que la gente trae en la cabeza.
¿Que el amor es un tema pasto de la cursilería?
Naturalmente. Pero esto depende de dónde uno se coloque. ¿En el horizonte de
las telenovelas? Por supuesto; pero si ponen el marco tan absoluto y diferente
de la poesía de Petrarca, en el siglo XIV, o de la poesía de Garcilaso de la
Vega, el amor entonces es realmente muy interesante.
No pretendo decir que yo hablo del amor que sí vale
la pena, simple y sencillamente trato de ver cómo al margen de lo que llamo
el amor trivial pueden ocurrir cosas realmente interesantes y
dignas de ser materia poética.
3
En cuanto a las formas de composición poética, Historia no
conforma una unidad. Incluso, salta a la vista antes de leerlo que hay unos
poemas muy cortos y otros que llenan la página (lo que llamamos mancha
tipográfica), que son poemas en prosa, no poesía en prosa, como dice la
cuarta de forros, sino piezas escritas con una prosa más o menos rítmica. Es un
libro muy variado, misceláneo, como nos enseñó a decir Borges hace muchos años.
Es muy diferente la lectura de una y de otra
página, pero la intención y la estructura de mi libro Historia está
en otra parte: en la intención de los poemas que lo enmarcan. El primero y el
último son los que señalan esa pauta de crítica o de reprobación o de rechazo
del amor trivial puesto de manifiesto en el primer poema e ilustrado por el
último. Todos los de en medio son variaciones sobre el desconsuelo amoroso.
4
Muchos poemas modernos, aunque se escriben sin signos de puntuación, continúan
escribiéndose en verso. Eso a mí me llamaba la atención, y ya lo hago. Algunas
veces escribo poemas sin puntuación, pero en verso. El hecho de que el verso
empiece y termine indica modulaciones. Si fuera un poema normal esas pausas
están marcadas por puntos y comas. Hay otros signos, los diacríticos, signos
intencionales, como las admiraciones o los de interrogación. En el poema que se
escribe en verso pero sin puntuación, la unidad sintáctica de sentido y
gramatical es el verso. El hecho de que un verso termine indica una pausa, y
puede también indicar una modulación de sentido o de intención. Debe hacerse
una pausa y a partir de ahí podemos hacer otro tipo de consideración.
Generalmente, los poemas se escriben en verso y con puntuación. Cuando el poema
en verso se escribe sin puntuación, ésta la da la estructura versal.
No sé si esto sea suficientemente claro, pero yo le
recomendaría a la gente que se enfrenta con este tipo de textos que los lea más
de dos veces, que les dé esa oportunidad. Un poema no es como un pañuelo
desechable que se utiliza y se tira y no vuelve uno a preocuparse de él, sino
es una obra que vale la pena estudiar desde diferentes ángulos y, por lo tanto,
releer y revisitar. Quienes leemos poesía, y lo hemos hecho toda la vida,
sabemos que un soneto de Quevedo, aunque se haya leído hace 50 años, no se ha
abandonado. Por lo menos yo y muchos que conozco leemos continuamente los
mismos poemas, porque siempre aparecen bajo otra luz. Creo que lo mismo puede
hacerse con los poemas modernos.
5
Siempre el poeta escribe en verso medido y encimado. En el verso libre
se ejerce una libertad distinta, no irrestricta, sino una libertad acotada. No
se ha perdido escribir en verso, ni escribir con ritmo, buscando una estructura
rítmica. Se han abandonado otros módulos: la rima y la medida, pero no
elementos más esenciales como el ritmo.
6
El poema es un producto de la mente y, por supuesto, los sentimientos,
las emociones y los afectos juegan un papel fundamental. Yo nunca he visto a un
poeta que escriba dormido. Escriben despiertos y su inteligencia está también
despierta cuando lo hacen. Por desgracia hemos dado en rebajar el papel de la
inteligencia en el trabajo. En el arte, por ejemplo, en la literatura y en la
poesía. Ese papel es fundamental. Lo que pasa es que ahí está una mitología
sobre el poeta acerca de que es intuitivo, irracional y no sabe cómo crea sino
es como el burro que tocó la flauta.
No dudo que ocurran hallazgos felices más allá del
margen, un poco, de la voluntad; pero, en general, los escritores que conozco,
en verso o en prosa, están conscientes de su oficio y lo tienen más o menos
bajo control.
Si yo digo todo esto me acusan de intelectualista,
por eso indiqué al principio que los afectos, las emociones y los sentimientos
tienen, y tendrán siempre, un papel fundamental en la creación artística;
siempre acotados y modulados por la inteligencia formal y por la inteligencia
expresiva o por las ideas que están puestas ahí, en los textos.
7
La expresión coloquial no es un rasgo de la poesía moderna. Desde el
siglo XVI algunos críticos le reprochaban a Garcilaso de la Vega, el príncipe
de los poetas castellanos, algunas expresiones demasiado rastreras o humildes
en su poesía de corte clásico. Creo yo que Garcilaso hubiera podido defenderse
muy bien: él entendía los valores de la lengua en sus diferentes expresiones.
Escribía, casi siempre, en un estilo elevado, lo cual no le impedía introducir
en algunas obras expresiones comunes y corrientes que oía en la calle.
No.
Nada hay muy nuevo en la poesía moderna. Ni el
verso libre ni el coloquialismo son nuevos en la poesía, sino son recursos de
siempre. Francois Villon, el gran poeta francés de la Edad Media, utilizaba el
habla de las calles de París, de los ladrones, con mayor maestría que muchos
escritores modernos. Los maestros de todas estas cosas, supuestamente modernos,
están en la antigüedad, en la Edad Media.
Fotografía: Magis Iteso
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