En la literatura canadiense hay un antes y un después de Margaret
Atwood, porque ella le dio personalidad en el ámbito internacional. Se puede
decir que ya existe un carácter canadiense en la literatura, algo que la
identifica, gracias a la autora de una obra vasta, plural, que abarca
prácticamente todos los géneros, pues tiene poesía, ensayo, novela y cuento.
Sin duda, se trata de una autora que se ha merecido el Premio Nobel de
Literatura desde hace varios años y no deberían tardar en dárselo.
En charla con Litoral, el novelista, cuentista, ensayista,
editor y catedrático mexicano Hernán Lara Zavala señala que sin duda se trata
de la escritora canadiense más importante por lo menos de los últimos 50 años,
por la vastedad y la prolijidad de su obra, con muchas posibilidades de lectura
en su trabajo, muy famosa en los últimos tiempos debido a la serie de
televisión basada en la novela The Handmaid´s Tale (El
cuento de la criada), de la canadiense, quien también intervino en la
producción original.
Indica que esta obra es un buen ejemplo de lo que es capaz Atwood, una
escritora muy pulcra y cuidadosa con el lenguaje, pero que igualmente es muy
experimental, por lo que su forma de narrar no es sólo lineal, sino que rompe
los esquemas y genera mundos muy complejos. Es una gran lectora y una mujer
culta, por lo que en la novela mencionada hace una especie de continuación
de 1984, de George Orwell, realiza un paso delante de este clásico
de la literatura universal para advertirnos de los excesos de los autoritarismos,
de los poderes omnímodos de cualquier signo.
Para entender mejor, la novela se sitúa en un mundo futuro, en un país
en lo que fuera Estados Unidos, gobernado por una minoría que domina a una
sociedad a partir de una represión teocrática, poder absoluto surgido a partir
de una revuelta ecológica. Sin embargo, en esa sociedad, el personaje principal
más que una criada es una esclava sexual, como muchas que hay y quien tiene
como su más preciado valor, lo que le da integridad y humanidad, a sus ovarios,
es decir a su poder de procreación.
Se trata de una distopía y no una utopía, aclara al continuar con su
explicación, y que sube un escalón más en lo que Orwell trató de retratar y en
lo que tuvo mucha razón. Actualmente vemos cómo regímenes autoritarios atacan a
la prensa y cercan a la ciudadanía, a los movimientos sociales que reclaman
mejores condiciones de vida.
Pero Atwood también es una defensora de lo canadiense, de su nación, así
como de los derechos de la mujer, y en esta novela hace una defensa de ellas,
pero no nada más, sino del significado ilustrado del ser humano. Además, se
debe tener en cuenta que construir una distopía no es cualquier cosa, porque se
debe tener en la mente muy claras las cosas: saber qué se va a denunciar, cómo
se hará y la forma en que se hará creíble, que es lo más importante.
Su avance respecto a 1984 también está en las
limitaciones que el Big Brother pone en el comportamiento, en
las formas de vestir, en las limitaciones al lenguaje, en la censura a ciertas
palabras y en el espionaje total a que somete a las personas, y además
actualiza esa sociedad con tópicos contemporáneos, como por ejemplo la defensa
de la protagonista de sus ovarios, lo que es un guiño a la terrible situación
que se da en la actualidad, que es la renta de vientres para maternidad.
Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 18 de noviembre de 1939) es una autora
tan completa y compleja, creadora de universos propios, metafísica, que se
requerirían años de estudios para conocer por completo su literatura, en la que
abarca muy profundos e inteligentes ensayos y una rica producción poética. En
sus novelas, además, no se repite, cada una es diferente a la otra, destaca al
anotar que para su gusto ella se ha merecido más el Nobel que Alice Munro,
escritora también canadiense que ya lo recibió.
La mayor parte de sus protagonistas son mujeres, lo que le da un valor
extra a considerar a su obra, hace hincapié Lara Zavala, al subrayar que su
mayor aportación es haberle dado identidad a la literatura canadiense, algo que
también logró Leonard Cohen, el poeta, músico y novelista fallecido en
noviembre de 2016.
Respecto al compromiso con su país, recuerda que en su pequeña
novela Surfacing (Resurgir, 1972), lo que hace es
tratar de responder qué son los canadienses frente al mundo, cuál son sus
características, reflexiona sobre el papel de su país en el concierto
internacional, y sale al mercado literario en el momento en que es impulsada
una política autonómica de la Canadá francesa, motivada a partir de la figura
pro gala del presidente francés y héroe de la Segunda Guerra Mundial, Charles
De Gaulle.
Sin dejar de recomendar la lectura de su poesía completa y de su obra
ensayística, si es posible mejor directamente en inglés, menciona que otra de
sus novelas, The Blind Assassin (El asesino ciego,
2000), es el tipo de temas y formas literarias que le gusta abordar a Margaret
Atwood. En este caso es una pieza un tanto detectivesca, con un crimen por
resolver, pero en la que no hay detective, las protagonistas son dos mujeres
que deben desentrañar lo ocurrido.
Margaret Atwood ha llevado a la literatura canadiense a un punto de no
regreso, con una personalidad propia como también lo consiguió Cohen. Es una
mujer muy culta, de infinidad de lecturas, lúcida; es una intelectual a la
vieja usanza, es decir que no sólo tiene opiniones sobre temas políticos sino
de la cultura en general, y en particular la literatura, con gran sabiduría, lo
que es evidente en sus ensayos.
Lara Zavala, maestro en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de
México y con estudios de posgrado en la Universidad de East Anglia, Inglaterra;
ganador del Premio Orden por la Cultura Nacional 1996 otorgado por el
Ministerio de la Cultura de la República de Cuba y el de la Real Academia
Española 2010 por Península, península, por mencionar algunos,
recomienda también leer su novela Alias Grace, la cual habla de la
investigación sobre una posible asesina, pero aborda igualmente el tema de la
posesión de una mujer sobre otra, pero en términos psicológicos, una especie de
vampirismo.
Otro libro interesante suyo es Negociando con los muertos,
de ensayos, en los que hace hablar a varios escritores sobre la escritura.
Margaret Atwood es una escritora multipremiada, entre cuyos reconocimientos sobresalen dos veces el Booker (2000, 2019) y el Governor´s (1966, 1985), el Príncipe de Asturias de las Letras (2008), Arthur C. Clark (1987), Hammett (2000), Canadian Booksellers (1977), Commonwealth Literary Prize (1987), Queen Elizabeth II Diamond Jubilee Medal (2012) y en 2017 el National Book Critics Circle Lifetime Achievement Award, el Premio Franz Kafka y el De la Paz del Comercio Librero Alemán.
MUESTRA POÉTICA
El hombre que existió
En el campo con nieve va abriendo mi marido
una X, concepto definido ante un vacío;
se aleja hasta que queda
oculto por el bosque.
Cuando ya no lo veo,
en qué se ha convertido
qué otra forma
se mezcla en la
maleza, vacila por los charcos
se esconde de la alerta
presencia de animales de la ciénaga
Volverá
al mediodía; o puede que la idea
que tengo yo de él
sea lo que me encuentre de regreso
y con él amparándose tras ella.
Puede que me transforme a mí también
si llega con los ojos del zorro o los del búho
o con los ocho
ojos de la araña
No puedo imaginarme
qué verá
cuando abra la puerta
Salida de la maleza
Yo que había sido borrada por el fuego
me fui cubriendo
de verde
(qué
estación más luminosa)
Con el tiempo los animales
vinieron a habitarme,
primero uno
a uno, furtivos
(sus conocidas huellas
quemaban); y después
al haber ya trazado nuevos límites
volviendo, más
seguros, año
tras año, de dos
en dos
pero inquietos: no estaba preparada
del todo para que me habitaran
Les pudo parecer que
pesaba demasiado: pude haberme
volcado;
Me daba miedo cómo
el brillo de sus ojos (verdes o ámbar)
llegaba al exterior desde dentro de mí
No estaba terminada; de noche
no veía sin candiles.
Él escribió, Nos vamos. Contesté
No me queda ya
ropa que ponerme
Llegó la nieve. Fue de gran ayuda
el trineo; quedaba atrás su rastro
como si me empujara a la ciudad
y una vez rodeada la primera colina, me encontré
de repente
deshabitada: ya se habían ido.
Hubo algo que casi me enseñaron
y que al irme no había aún aprendido.
Alabemos a las mujeres tontas
—las cabezas huecas, las descerebradas, las rubias explosivas:
las adolescentes tercas demasiado tontas para escuchar a sus madres:
todas las que tienen relleno de colchón entre oreja y oreja,
todas las empleadas de lujo que nos desean un buen día, y nos dan el
cambio
mal, mientras se retocan el superpeinado en el espejo,
aquellas que meten el caniche recién bañado en el microondas,
y aquellas cuyos novios les dicen que el chicle de clorofila es
anticonceptivo, y
se lo creen;
todas las que se muerden las uñas de nervios porque no saben si hacer
pis o
salir del wáter, todas las que no saben escribir pis ni wáter, todas las
que se
ríen, complacientes, de chistes tontos como éste, aunque no los
entiendan.
No viven en el mundo real, nos decimos, benévolas: pero, ¿qué clase de
crítica
es esa?
Si se las arreglan para no vivir en él, tanto mejor. También nosotras
preferi-
ríamos no vivir en él.
Y en realidad no lo hacen, porque tales mujeres son ficciones:
compuestas por
otros, pero con igual frecuencia por sí mismas,
aunque hasta las mujeres tontas son menos tontas de lo que aparentan: lo
aparentan por amor.
Los hombres las adoran porque hacen que hasta los hombres tontos
parezcan
listos: las mujeres por la misma razón,
y porque les recuerdan las cosas tontas que han hecho ellas,
pero sobre todo porque sin ellas no habría historias.
¡No habría historias! ¡Imagínate un mundo sin historias!
Pues eso es exactamente lo que tendríamos, si todas las mujeres fueran
sabias.
Las Vírgenes Sensatas cuidan sus lámparas, se proveen de aceite, y llega
el esposo, como debe ser, llamando a la puerta principal, a tiempo para
la cena;
no hay lío, no hay follón, no hay historia.
¿Qué se puede contar de las Vírgenes Sensatas, insulsos parangones de
virtud?
Se muerden la lengua, cierran sus boquitas inteligentes, se cosen su
propia
ropa,
alcanzan reconocimiento profesional, lo hacen todo bien sin esfuerzo.
Son en cierto modo insoportables: no tienen vicios narrativos:
sus sonrisitas sensatas son demasiado sabias, saben demasiado de
nosotras y
nuestras tonterías.
Sospechamos que tienen corazones mezquinos.
Se pasan de listas, no en detrimento suyo, sino en el nuestro.
Las Vírgenes Necias, en cambio, dejan que las lámparas se apaguen:
y cuando el esposo llega y llama al timbre,
están en la cama durmiendo, y tiene que entrar por la ventana:
y la gente grita y tropieza con cosas, y las identidades se confunden,
y hay una escena de persecución, y de rotura, y el placer de la trifulca
consiguiente:
nada de lo cual se hubiera producido si a estas chicas no les faltasen
unos
cuantos veranos.
¡Ah, la Eterna Mujer Tonta! Cómo nos gusta oír hablar de ella:
cuando escucha los entramados pseudo-artísticos de la creíble serpiente,
y
acaba comiendo la muestra gratuita de la manzana de Árbol de la
Sabiduría:
dando así origen a la ciencia de la Teología;
o mientras abre la fraudulenta caja-sorpresa que contiene todos los
males
humanos, y es tan tonta que cree que la Esperanza servirá de alivio.
Habla con lobos sin saber qué clase de bestias son:
¿Dónde has estado toda mi vida?, le preguntan. ¿Dónde he estado toda mi
vida? responde ella.
¡Nosotras sí lo sabemos! ¡Lo sabemos! Y reconocemos un lobo cuando lo
vemos.
Cuidado, le gritamos en silencio, pensando en todas las cosas
inteligentes que
haríamos en su lugar.
Pero atrapada en las páginas blancas, no nos oye, y va brincando,
canturreando
y retozando hacia su destino.
(¡La inocencia! Quizá ésa sea la clave de la estupidez, nos decimos,
nosotras
que la abandonamos hace tiempo).
Si escapa a algún peligro, es gracias a la buena suerte, o al héroe:
esta chica
se ahogaría en un vaso de agua.
* * *
A veces es tontamente temeraria; por otro lado, puede ser igualmente
miedosa, aunque también tontamente.
Padrastros incestuosos la persiguen por claustros en ruinas,
a los que ha sido llevada con artimañas que no engañarían a un palomo.
Los ratones la hacen gritar: va por este mundo amenazante gimoteando
entre
castañetear de dientes,
corriendo —pero correr implica el uso de las piernas, y es poco airoso—
desvaneciéndose, más bien.
(Sin piernas) huye despavorida, equivocándose de camino en cada cruce,
un foulard blanco en la oscuridad, y nosotros huimos con ella.
Huérfana y carente de tías bondadosas, toma decisiones matrimoniales
poco apropiadas,
y tiene que evitar cuerdas, cuchillos, perros asilvestrados, macetas de
piedra
que caen de los balcones,
dirigidas a su agitada cabecita por esposos ladinos y viles que van a
por sus
huesos y sus pesos.
No la compadezcas, cuando la veas ahí desvalida retorciéndose las manos:
el miedo es su armadura.
¡Admitámoslo, es nuestra inspiración! ¡La Musa como pelusa de polvo!
¡Y la inspiración de los hombres, también! ¿Por qué, si no, se
compusieron
las sagas de héroes,
de su fuerza cuasi-divina y sus hazañas sobrehumanas,
sino para la admiración de las mujeres a quien se juzga tan tontas como
para
creérselas?
¿De dónde, si no, quinientos años de poemas de amor,
por no hablar de esas canciones suplicantes, lastimeras, llenas de
gemidos
y sollozos musicales?
¡Dirigidas directamente a las mujeres tan tontas como para encontrarlas
seductoras!
Cuando una hermosa mujer cae en desgracia, o se tira a ella,
alegando sus buenas intenciones, su deseo de agradar,
y abusan de ella, sobre todo si el que abusa es famoso,
si es lo bastante tonta o lo bastante lista, la pillan, como en las
novelas
clásicas,
y aparece en los periódicos, desconcertada y llorosa,
y de ahí directa al corazón.
¡Te perdonamos! Exclamamos. ¡Lo comprendemos! ¡Ahora hazlo
otra vez! Fuente: Notimex
Fotografía: kbia.org
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