#LasImprescindibles Tres crónicas de Clarice Lispector | Yaazkal Ruiz


Diciembre llega y con él, los cien años de nacimiento de Clarice Lispector, escritora brasileña y una de las grandes voces de la literatura latinoamericana. Reproducimos tres crónicas que tomamos del libro Revelación de un mundo, publicado por Adriana Hidalgo editora, 2004. 
Al abrir el libro, descubrimos que cansada del trabajo periodístico, Clarice Lispector acepta escribir crónicas para el Jornal do Brasil. Con franqueza lo dice, necesitaba dinero. Lo hace durante siete años, entre 1967 y 1973. Algunos de los temas que aparecen en estos textos heterogéneos, inclasificables e inesperados son el amor, el tiempo y la muerte, bajo dimensiones pocas veces exploradas con tanta maestría. En cada línea la autora refleja su compleja personalidad y, si bien se habla genéricamente de «crónicas», Clarice desafía al género y atraviesa sus fronteras. Son interminables los itinerarios que pueden trazarse a través de estas narraciones: siguiendo el hilo de los temas, de ciertos personajes; de los objetos y situaciones que captan su atención, de las preocupaciones literarias, metafísicas, entre otros.
CLARICE LISPECTOR (Chechelnik, 1920 - Río de Janeiro, 1977). Narradora brasileña, nacida en Ucrania. Cuando era pequeña, se trasladó con su familia a Recife. Después se instaló en Río de Janeiro, donde estudió Derecho. Estuvo en Nápoles, trabajando en el hospital de la Fuerza Expedicionaria Brasileña, y después en Suiza y Estados Unidos. Su primera novela, Cerca del corazón salvaje (1944), la hizo merecedora del premio Graça Aranha. Después de publicar La manzana en la oscuridad (1961), despertó el interés de la crítica literaria, que la situó, junto con João Guimarães Rosa, en el centro de la ficción de vanguardia. En su obra se descubre un uso intenso de la metáfora, atmósfera íntima y ruptura con la peripecia basada en hechos, principalmente en La pasión según G. H. (1964) y Aprendizaje o El libro de los placeres (1969).
De su vasta producción literaria, merecen recordarse además las novelas Agua viva (1973), La hora de la estrella (1977) y Un soplo de vida (1978, póstuma), así como los libros de cuentos Lazos de familia (1960), La Legión Extranjera (1964), ¿Dónde estuviste de noche? (1964, traducido también como Silencio) y La bella y la bestia (1979, póstuma).

EL GRITO

Sé que lo que escribo aquí no se puede llamar crónica ni columna ni nota. Pero sé que hoy es un grito. ¡Un grito de cansancio! ¡Estoy cansada! Es obvio que mi amor por el mundo nunca impidió guerras ni muertes. Amar nunca impidió que por dentro yo llorase lágrimas de sangre. Ni impidió separaciones mortales. Los hijos dan mucha alegría. Pero también tengo dolores de parto todos los días. El mundo me falló, yo le fallé al mundo. Por lo tanto no quiero amar más. ¿Qué me queda? Vivir automáticamente hasta que la muerte natural llegue. Pero sé que no puedo vivir automáticamente: necesito amparo y amparo del amor.

Recibí amor. Dos personas adultas quisieron que yo fuese su madrina. Y tengo un ahijado de bautismo: es Cássio, hijo de Maria Bonomi y de Antunes Filho. Y me ofrecí para ser madrina suplente de una joven que quiere mi amor. De ella es la carta que sigue, de Río: «Sabes, ayer me desperté vivaz. Y fue así porque vi un montón de cosas siempre vistas y nunca vistas, amé el movimiento de la vida, sabes cómo es, un día en que una tiene ojos para ver. Y fue tan lindo que te di mi día. El regalo es medio insignificante para la linda tan linda gente que me mandaste (voy a conversar con ella cuando esté sola), pero fue tan bonito y grande y claro. Hoy soy la misma pesada de siempre, que no sabe telefonear ni decir que quiere a su madrina».

Lo más curioso de las dos ahijadas adultas que tengo —una completamente distinta de la otra— lo más curioso es que soy yo quien ha sido ayudada por ellas. ¿Qué será lo que les di al grado de que me quieran como madrina?

Volviendo a mi cansancio, estoy cansada de que tanta gente me encuentre simpática. Quiero a los que me encuentran antipática porque con ésos tengo afinidad: tengo profunda antipatía por mí.

¿Qué haré de mí? Casi nada. No voy a escribir más libros. Porque si escribiera diría mis verdades tan duras que serían difíciles de soportar por mí y por los otros. Hay un límite en ser. Ya llegué a ese límite.


DECLARACIÓN DE AMOR

Ésta es una confesión de amor: amo la lengua portuguesa. No es ella fácil. No es maleable. Y, como no fue profundamente trabajada por el pensamiento, su tendencia es la de no tener sutilezas y reaccionar a veces con un verdadero puntapié contra los que temerariamente osan transformarla en un lenguaje de sentimiento y vigilancia. Y de amor. La lengua portuguesa es un verdadero desafío para quien escribe. Sobre todo para quien escribe quitando de las cosas y las personas la primera capa de superficialidad.

A veces ella reacciona ante un pensamiento más complicado. A veces se asusta con lo imprevisible de una frase. Me gusta manejarla —como me gustaba estar montada en un caballo y guiarlo con las riendas, a veces lentamente, a veces al galope.

Yo quería que la lengua portuguesa alcanzase lo máximo en mis manos. Y este deseo todos los que escriben lo tienen. Un Camões y otros iguales no bastaron para darnos para siempre una herencia de lengua ya hecha. Todos nosotros que escribimos estamos haciendo del túmulo del pensamiento algo que le dé vida.

Estas dificultades, nosotros las tenemos. Pero no hablé del encantamiento de lidiar con una lengua que no fue profundizada. Lo que recibí de herencia no me llega.

Si yo fuera muda, y tampoco pudiera escribir, y me preguntaran a qué lengua querría pertenecer, diría: al inglés, que es preciso y bello. Pero como no nací muda y pude escribir, se volvió absolutamente claro para mí que lo que yo quería realmente era escribir en portugués. Y hasta habría querido no haber aprendido otras lenguas: sólo para que mi abordaje del portugués fuera virgen y límpido.


¿CÓMO SE ESCRIBE?

Cuando no estoy escribiendo, yo simplemente no sé cómo se escribe. Y si no sonara infantil y falsa esta pregunta que es de las más sinceras, yo elegiría a un amigo escritor y le preguntaría: ¿cómo se escribe?

Porque, realmente, ¿cómo se escribe? ¿Qué se dice? ¿Cómo se dice? Y ¿cómo se empieza? Y ¿qué se hace con el papel en blanco que nos enfrenta tranquilo?

Sé que la respuesta, por más que intrigue, es esta única: escribiendo. Soy la persona que más se sorprende al escribir. Y todavía no me habitué a que me llamen escritora. Porque, salvo las horas en que escribo, no sé en absoluto escribir. ¿Será que escribir no es un oficio? ¿No hay aprendizaje, entonces? ¿Qué es? Sólo me consideraré escritora el día en que yo diga: sé cómo se escribe.


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