Desde una glamurosa distancia emocional, Joan Didion escribe[1] para combatir el olvido y muestra los cambios de percepción ante la muerte. Como madre y esposa, informa que irrefutablemente todo se desmorona cuando la vida cambia de prisa, te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba en la tranquilidad de un instante. La mujer fuerte, reciente viuda, debe llenar papeles de hospital; limitada a sentarse en la cama, debe descolgar, marcar números, pronunciar sólo palabras correctas, volver a descolgar y seguir informando. Didion palpa, roza la consistencia de las cosas del mundo para saber cómo le afectan, cómo se resisten o entregan, en ésto que anuncia no entender y confiesa: el dolor por la muerte de un ser querido, cuando llega, no es en absoluto como esperamos que sea… es un nudo en la garganta, es ahogo y necesidad de suspirar.
Su escritura autobiográfica convoca a pensar el yo como ese lugar enrarecido, engañoso, a veces imposible de alcanzar e infinitamente multiplicable. La muerte trae consigo ciertos matices de indecibilidad o sin sentido: el dolor por la muerte de un ser querido es otra cosa. Carece de distancia. Viene en forma de oleadas, de paroxismos, de premoniciones repentinas que debilitan las rodillas, ciegan los ojos y cancelan la normalidad de la vida. Prácticamente todo el mundo que ha experimentado el dolor por la muerte menciona este fenómeno de las «oleadas». Es difícil escribir sobre una aflicción misteriosa, de causas conjeturales pero sin cura, la única certidumbre que tenemos es que no existe remedio inmediato, durante ese período indeterminado que denominamos duelo, es como si estuviéramos en un submarino, en silencio sobre el lecho oceánico, sintiendo las cargas de profundidad, a veces cercanas y a veces lejanas, que nos azotan con recuerdos. Didion expone qué hacer mientras dura, conforme pasa ese primer año o cómo habitar en ese crepúsculo antes de que llegue la temporada azul cuando parece que el día no va terminar nunca, porque sucede, que para muchos la mujer fuerte da la impresión de entender que la muerte es irreversible pero no es así, la fortaleza no alcanza. Te sientas a cenar y la vida cambia. La muerte de un otro, descoloca, desencadena, libera recuerdos o sensaciones que creíamos olvidados.
La mayoría de los estudios realizados por psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales proponen todo un corpus de manuales para lidiar con la situación son inútiles. Sentencias como: no bebas mucho, no te gastes el dinero del seguro de vida en redecorar la sala de estar o apúntate a un grupo de apoyo sólo sirven para reforzar que el shock genera incredulidad e insensibilidad. Existe al parecer un tipo duelo “normalizado”, sin complicaciones, quizá con un poco de insomnio, pero sin nerviosismo o hiperactividad del sistema autónomo, sin embargo su testimonio muestra inusual dependencia: Didion no escatima en detalles, su vida era la de su esposo y la de su hija. Aún así, sabe que el duelo tiene límites, una noche de recuerdos y suspiros lejos de la atención pública. El tiempo pasa y los recuerdos se borran. La memoria se adapta, la memoria se ajusta a lo que sea que creemos recordar:
Sé qué es lo que estoy experimentando ahora. Conozco la fragilidad y conozco el miedo. Uno no teme por lo que ha perdido. Lo que ha perdido ya está en el muro. Lo que ha perdido ya está al otro lado de las puertas cerradas. Uno teme por lo que todavía no ha perdido. Me dieron una niña
para que la cuidará y fracasé, le prometí que cuidaría de ella. Que no le iba a
pasar nada. Promesas que yo no podía cumplir. Yo no podía cuidar de ella
siempre. No podía no marcharme nunca. Ella ya no era una niña. Era una adulta.
En la vida pasan cosas que las madres no podemos impedir ni arreglar.
Las escrituras del yo no
exponen verdad, desnudez o literalidad de la vida contada sino una serie muy
versátil de recursos retóricos de autofiguración, imágenes seleccionadas de manera
consciente e inconsciente que generan efectos determinados en determinados
lectores; dan voz
a máscaras, fantasmas o transformaciones y transportan hacia el reconocimiento de oscilaciones
sensibles. Didion pertenece ahí, su escritura está desde
y para el otro
quien como lector hace parte del retrato: nosotros entendemos su dolor, cuánto merece ser contado y las
imposiciones de la cultura desde donde lo cuenta. En sintonía con una sociedad
que ha hecho del individualismo el modelo de
conducta predilecto, su escritura teje puentes, asistimos a una puesta de
guiños, playas, boletos de avión. Todo
un espectáculo con champaña rosada entre tartas de color melocotón, velos de
tul y jazmines.
La autobiografía en femenino no está disuelta por la crisis, no es sólo un gesto de ciego; ante lo inevitable del desvanecimiento y la muerte del
brillo, Didion expone a profundidad su tristeza, muestra con delicadeza detalles aparentemente periféricos pero centrales en nuestra vida. Informa el modo para
sobrevivir al cambio:
Todos sabemos que si queremos vivir, llega un tiempo en que debemos renunciar a nuestros muertos. Dejarlos ir, que sigan muertos. Dejarlos ir hacia las aguas. Dejarlos convertirse en la foto sobre la mesa. Saber esto no hace más fácil dejarlos ir. No quería que el año en el que ambos murieron acabara. Sabía que apenas comenzara el segundo año y los días pasaran, pasarían ciertas cosas. Mi imagen de ellos en el momento de su muerte sería algo que pasó en otro año. Mi sensación de John y Quintana vivos se volvería más remota, suavizada… transmutada en lo que sea que serviría mejor a mi vida sin ellos.
Más allá de la apariencia, el simulacro o lo virtual, los contextos propios de la escritora, con las variaciones estilísticas que propone, deben ser parte de nuestras conversaciones sobre literatura. Sus letras sobre duelo son clave para pensar otras articulaciones entre vida y literatura sin el romanticismo de toda muerte trágica. Sin duda, nos ayudan a seguir con el oleaje cuando la vida cambia en la normalidad de un instante, nos convocan a dejar ir a nuestros muertos en paz.
Fotografía tomada de Internet
[1]. “El año del pensamiento Mágico” (2005) corresponde al primer año de duelo después de la muerte de su esposo, y “Noches Azules” (2011) trata sobre la muerte de su hija Quintana que fue posterior. Ambos libros se encuentran disponibles en la editorial Literatura Random House.
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