Es
un gusto y un agasajo leer este libro, en varios sentidos, porque Ofelia
Pérez-Sepúlveda fue de las primeras poetas a quien yo leí, más o menos de mi
generación, y que me hizo, realmente, quedar prendado de su palabra. Es muy
significativo para mí, porque me recuerda a aquella época, a principios de los
dos miles, cuando empecé a leerla, y a mí me trajo unos recuerdos muy bellos de
lo que hacíamos en aquella época.
A
inicios de los años dos mil, algunas de las voces contemporáneas que mayor
impacto dejaron en mí fueron las de una tercia de mujeres norteñas, disímbolas
entre ellas, pero de una contundencia arrebatadora. Y las cito porque, para mí,
es importante dejar patente esta admiración. Una de ellas, Dana Gelinas, una
poeta nacida en Coahuila; la también poeta Dolores Dorantes, si bien,
veracruzana, pero ya desde entonces avecindada en la zona fronteriza. Y desde
luego, de la querida Ofelia, nacida en Nuevo León. De Ofelia me sorprendía,
desde entonces, ese medio tono con metáforas tersas que se iban concatenando
sutilmente rumbo a una verdad devastadora.
Recuerdo
mi lectura profunda de su libro La inmóvil percepción de la memoria
publicado en el año 2000, y cómo me afectó esa lectura. En efecto, no conocía a
esta mujer, no conocía a esta poeta, no estaba en mi lado insurgente de la poesía
como lo pensaba en aquella época, pero qué libertaria manera de despertar en el
espíritu; dolores, cicatrices, fantasmas; como el de ese gran personaje de su
obra, que es la madre, que también es la ausencia, y que también es la
incertidumbre. Me identifiqué, desde luego, y recuerdo leer en voz alta los
siguientes versos. Y cito.
De
niña jugaba a la ceguera,
a
lo más, en diez segundos yo era Cristo,
y
recobraba la vista.
Claro
que no lo dije nunca teniendo un hermano ciego,
luminoso
como herida.
Ahora
que mi hermano alumbra otras latitudes
muy
lejos, inalcanzable para mis juegos,
juego
a ser una mujer sola.
Mientras
muchas y muchos escritores tendían al llamado de las musas neo-vanguardistas, y
otros al coloquialismo, Ofelia se arriesgaba hacia un camino mucho menos
concurrido, más silencioso, y que requería una gran paciencia. Es decir, el
poema elaborado de punta a punta, de un conocimiento real de nuestra lengua, de
nuestro vocabulario, de la palabra exacta, y la metáfora no gratuita, si no de
esa metáfora honesta, que naturalmente desarmaba al atento lector de poesía. Y
cito, nuevamente.
Desde
aquí te canto, madre,
con
mi piedra colgando al cuello
exiliada
de la vida,
hasta
que mudes, palomita hermosa,
mi
tristeza en paz.
Hasta
que al vuelo de tus alas
se
me vuelquen en flores los llantos,
y
mis pies me traigan de regreso.
La
piedra y el exilio
es una antología que me ha permitido abrir de par en par esa emoción de hace
más de quince años, cuando me declaré un fiel lector de la poesía de Ofelia
Pérez-Sepúlveda. Los hallazgos están ahí, no han envejecido ni un ápice. Su
palabra sigue intacta y verdadera. No la conozco, no puedo decir que en
realidad es mi gran amiga, sin embargo, su palabra sigue atada a mis emociones
de lector, como si ahora nos reencontráramos después de todos estos años para
decir “Te recuerdo en toda tu dimensión y en todas tus ausencias.” Y cito.
Sabes
que no hay tigres,
ni
perros, ni dientes, ni colmillos,
porque
nadie puede jamás contra sí mismo
cuando
llega la hora en que ella,
desde
el marco de la puerta,
empieza
a transmutar,
y
llega a tus manos,
y
enciende otro cigarro,
y
levanta las cejas,
y
empuña otra cerveza,
y
observa qué bella te veías llorando en el sillón,
mientras
las moscas giraban en esa danza
en
la que fuiste dulce y buena niña.
Y
acabaste con el caldo y sonreíste,
porque
nadie puede contra el verano,
ni
contra la memoria demasiada
que
golpea el corazón y nervadura,
y
que llama por tu nombre desde el filo de la puerta
de
donde ella se fue y por donde se van, también, las moscas
a
seguir en la danza de otro sueño.
Enhorabuena
por esta antología, por esta suma de una obra contundente, certera en apuntar
nuestro montón de debilidades y nuestros radiantes y breves triunfos.
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