En mi infancia, mi mamá acostumbraba a juntarnos en la cama y leernos un rato antes de dormir. Tradición que continué con mis hijos. No había momento que disfrutara más, que ese en donde hay que escoger la lectura del día, acomodarnos en la cama y comenzar a leerles. Pero, ya saben, las lecturas con niños suelen salirse de control y depende mucho de las ilustraciones y de lo cansado o no de los participantes, para crear nuevas historias a partir del libro que tienes en tus manos. Para mí era mejor que no supieran leer (todavía) porque así el cuento podía tener cuantas ramificaciones se me ocurrieran en ese momento y un simple libro de cuatro páginas se podía convertir en toda una novela de media hora de duración.
Finalmente, la inexorable marcha del tiempo los llevó a aprender a leer y a descubrir que muchos de los cuentos que les leía no estaban escritos. No sé, pero quiero creer que aquellos momentos los convirtió en los seres humanos creativos que son ahora. Ahora son personas con quienes puedo compartir gustos o disgustos ante tales o cuales autores o títulos. Nos hemos recomendado cosas que no disfrutamos o que hemos amado con el tiempo. Y una de esas últimas recomendaciones viene de Alicia. Nunca había oído hablar de Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938), hasta que mi hija me contó de ella.
La primera vez me presentó La hija del sepulturero, confieso que no me atrajo porque el libro está todo subrayado, lleno de anotaciones, y comentado (no por ella, cabe aclarar) así que es inleíble. Al menos por mí, no me gustan los libros rayoneados.
Después,
en la librería de viejo encontré muy bonito, muy barato y muy bien cuidado Blonde, novela donde habla de Marilyn
Monroe y por supuesto que la compré para regalársela a Alicia pero con la
intención de leerla antes. No me atrapó especialmente, supongo que tiene mucho
que ver la traducción tan españolada de la edición de Alfaguara. O tal vez no
era mi momento Oates.
Fue hasta que me habló de Violación: una historia de amor, un título bastante difícil de digerir, ¿cómo juntar dos palabras tan opuestas en el mismo título? ¿En qué momento una violación puede transformarse en historia de amor? Le pedí prestado el libro. Tenía algo de miedo de leerlo, lo confieso, pero también es cierto que hay heridas que nunca cierran, así que me senté con el firme propósito de leer sin prejuicios para conocer a esta escritora que ha estado tantas veces nominada al Nobel.
La leí en una sentada. Tal vez fueron dos horas; no es tan difícil tomando en cuenta que es una novela corta de ciento sesenta y tantas páginas. No podía parar de leer. Un capítulo me hacía desear pasar al siguiente. Violación: una historia de amor es un relato crudo, bastante realista. Una crítica feroz a la sociedad que se ha vuelto un ente permisivo ante el abuso y totalmente acusador y creador de culpas hacia la víctima.
Terrible en sus escenas de violencia y aterrador cuando relata el juicio a los culpables, especialmente cuando dice “el jurado quiere creer en la inocencia de los acusados en un gesto de magnanimidad cristiana”. ¡Claro! La mujer siempre va a ser la culpable de lo que le pasa porque es ella quien decidió caminar por ese sendero, vestida de cierta manera y, sobre todo, llevar una vida que no concuerda con la que la sociedad machista espera de ella.
Oates nos cuenta de las heridas de la violación, no las que sanan cuando la carne deja de sangrar o el moretón desaparece, sino esas que se llevan siempre dentro. Habla de las heridas que no se ven pero que en cualquier momento vuelven a fluir, las que ningún medicamento pueden sanar, esas que producen un silencio alrededor: el silencio de la familia que no acepta el “error de sus hijas”, el silencio de la víctima, que nunca regresa a ser la persona que fue.
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