
No
hay poema en sí,
cada
poema se realiza en la lectura
Gabriel Zaid
En los poemas que conforman el libro la palabra cae certera. Predomina el desenfado, la frescura en forma y contenido. Aquí el juego rompe con la solemnidad que buscan los poetas de vino tinto y canapé. Sin embargo, también habitan temas serios, reflexiones profundas, en los versos de Amaya.
El poeta decide sacar sus letras de la cripta y escribir para que otros entiendan su visión del mundo. Petronilo es consciente de que su oficio de poeta no tiene ningún sentido si no hay lectores (esto explica su otro oficio: la difusión de literatura y la formación de lectores). Amaya se disculpa porque considera que las creaciones de este libro aún están en proceso: sabe que todo poema está incompleto hasta que el lector encuentre algún significado en su lectura.
Amaya abre debate. Revive la pregunta ¿para qué sirve la poesía? Y contradice a quienes argumentan que es inútil. Deja claro que la poesía le ha servido para mantenerse ecuánime: Hay vocablos para latigar tristezas, / metáforas para encerrar el infierno en duro canto,/ estrofas que diluyen tempestades, / obsesivas, que desarman tentaciones de violencia. Nos deja claro lo que la poesía puede lograr con su fuerza: Mancilla catedrales, / incendia miradas, / beatifica burdeles, / derriba mil palacios, / estalla en tímpanos inocentes / y refuta diplomados / y premios. Sus reflexiones se presentan también con ironía.
El oriundo de Coneto de Comonfort evoca Incurable, el poema de larguísimo aliento del recientemente fallecido David Huerta, en el que fueron necesarias 389 páginas para que el poeta derramara su pensamiento. Amaya se toma en serio el oficio de la escritura: Busco la hoja más amplia / y luego la voy uniendo a otras / pues una es insuficiente / para abrigar la melancolía y sus insomnios. Y continúa: Nos aferramos al filo de las palabras / con el garfio del insomnio.
Vers(i)ones de Tierramarga se compone de seis capítulos, y la vértebra de este poemario son las preguntas: cuarentayocho cuestionamientos se urden entre los versos de Petronilo Amaya. Con el estilo de la mayéutica el poeta se convierte en filósofo, y se presenta humilde ante el conocimiento: ¿No es la orfandad máxima estar pleno de dudas?
Petronilo pregunta: Por qué el poeta anda siempre tras el tiempo perdido: ¿Será porque la poesía se manifiesta en la contemplación, en el sujeto que valora la pereza para dar forma a su pensamiento?; ¿en el lector que busca, ávido, los tiempos muertos para encontrarse en la poesía? Se cuestiona: Por qué el poeta tararea mientras su sangre vuelve transparente las tinieblas. El oficio del poeta es cantar. Aunque los huevos de telaraña y los esqueletos de perra se planten ante nosotros, por nuestra ventana sólo entra la alegría del mundo.
En este poemario encontramos una voz identificada plenamente con la figura del poeta, y desde esa voz se cuestiona la cotidianidad de una sociedad avasallada por la rutina y el hastío: ¿Qué cotidianidades se enredan en el cuello, sierpes enfurecidas?
La poesía de Petronilo Amaya pesa cuarenta años de trayectoria en las letras duranguenses: voz formada con martillo y cincel. Como poeta, labra su propio camino. Mil ejemplares de este poemario circulan en Durango y estados vecinos desde hace casi doce años. Aún así, Vers(i)ones de Tierramarga es un libro que presenta una lectura fresca en el 2023. Es un poemario que resulta una lección de poesía imperdible para las nuevas voces duranguenses. ¿Hasta dónde llegará?
Fotografía del autor tomada de Facebook
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