OPINIÓN Juan José Millás en Muros de Nalón | Ignacio Ballester Pardo

Foto tomada de huffingtonpost 

Juan José Millás (Valencia, España, 1946) veranea en un pequeño y hermoso pueblo de Asturias, a orillas del río que le da nombre: Muros de Nalón, desde hace unos años, se caracteriza por ser clave para las historias que durante tales meses crea uno de los escritores más sugerentes de las últimas décadas.


Seguramente por su esposa, la psicoanalista Isabel Menéndez, se recoge durante las vacaciones estivales en Muros de Nalón, adonde es posible llegar desde Avilés en el tren de Cercanías Feve que tiene como destino Cudillero. Un par de paradas antes del famoso y colorido puerto pesquero, puedes detenerte entre los mil habitantes con los que el novelista comparte el gin tonic de media tarde.
Se trata de una válvula de escape a la que, como concepto, alude Kamila Wiśniewska en la tesis con la que se licenció en la Universidad Jaguelónica de Cracovia, Surrealismo cotidiano en los articuentos de Juan José Millás (2016): «el carácter de los personajes tiene su arraigo en el ámbito hostil en que viven, y del que intentan protegerse distanciándose del mundo, lo que por su parte también conlleva un sufrimiento» (59). El protagonista, cercano al tono autobiográfico, suele padecer tanto en sus novelas como articuentos esa compleja distancia entre la ficción y (lo que llaman) la realidad, la mente y el cuerpo: separación potenciada en los últimos meses de cuarentena.
            En varias ocasiones se ha referido Millás a dicho municipio. En la emisión del último programa de radio de la Cadena Ser en que colabora, «A vivir que son dos días», con Javier del Pino, el también periodista participó desde el norte del país. Decía: «estoy asombrado. Estoy en medio del campo, con un aparatito que mide un palmo. Entonces yo me imagino que la gente enciende la radio...». Veamos cómo es ese lugar desde el que emite las ondas; y, sobre todo, desde el que confiesa escribir buena parte de lo que publica durante el año.
            Con la intención de recorrer esas mismas calles en agosto, cruzo la vía del tren y dejo a la derecha un camino de tierra entre enormes (y, calculo, centenarios) árboles que dan al cementerio en el que es común el apellido de su mujer.
            Estoy llegando a su calle, junto a la asilvestrada y perfectamente conservada portada del Palacio de Valdecarzana (siglo XVI, estilo plateresco). Por aquí pasa el Camino de Santiago, del que hablan numerosas y numerosos peregrinos en la oficina de turismo (regentada por una chica de Torrevieja) a un lado del hórreo (famosa construcción destinada a la conservación de alimentos) bajo el que almuerza un grupo de jóvenes. Son las únicas personas sin mascarilla.
            El resto pasea hasta el ayuntamiento, la iglesia y un cómodo albergue frente al prado neblinoso y el restaurante la Casona, que ya prepara las mesas para ofrecer el generoso menú (menestra de verduras y sardinas, llamadas aquí parrotxas) con postre, bebida, pan y café por 10 €. Dependen de que no llueva. Contra todo pronóstico se abre el cielo y el vecindario se despliega tranquilamente entre el sonido de las campanas.
            Dicen que el autor de La mujer loca (para el que tanta presencia tiene el psicoanálisis) suele sentarse en otro bar, en la explanada que comunica un estanco con la panadería que ofrece empanadas gallegas. A partir de ahí discurre la senda costera hasta el río y la Playa de Aguilar.
            No hay mercado municipal, pero los sábados forman uno por el que, seguro, Juan José Millás se desplaza ensimismado, pensando en el sofrito que tan bien le va contra la ansiedad. Es curiosa, dice, la vida que transmiten los cadáveres de pescados lustrosos entre la algarabía.
            Típicas son las terrazas (tan codiciadas ahora) en las que tomar algo, fijarse en los labios que en estos momentos representan los ojos de la gente y darle forma a la “Anatomía del beso”, magistral artículo de El País Semanal donde el autor traza la evolución del ser humano con el parteaguas de la pandemia. Parte de dicha motivación se debe al antropólogo Juan Luis Arsuaga, con quien publica este mes de septiembre el libro La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara, 2020).


¿Hasta qué punto nos define el espacio que habitamos? ¿Cómo se refleja la íntima localidad para alguien que viene de la capital, se sigue levantando temprano, camina todavía con abrigo y escribe y lee (generalmente en ese orden) la historia que en otros momentos del año no puede fluir con el detenimiento y la intensidad que puede gozar ahora en el confinamiento temporal; es decir, en la gozosa reclusión voluntaria ajena a la actividad física y virtual?
Quién sabe si dentro de unos años, como le ocurre a la actriz murense Margarita Robles (1894-1989), Millás ocupe el pueblo que ha dejado entrever en recientes libros; hasta intuirse, por alguna entrevista, que le gustaría trasladarse a vivir a aquí: otra forma de regresar al mar de su infancia.
            Este domingo se reanudará el programa y, con toda probabilidad, Millás, ya desde Madrid, habrá dejado el frescor mental y físico de Muros de Nalón, al que ya tanto le debe la literatura.



IGNACIO BALLESTER PARDO (Villena, Alicante, 1990). Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, con una tesis sobre poesía mexicana que dirige Carmen Alemany Bay. Es miembro del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti y del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea. Con Alejandro Higashi coordina el número 23 de la revista América sin Nombre (2018), dedicado a la «Madurez de la joven poesía mexicana». Es autor del libro La dimensión cívica en la poesía mexicana contemporánea: herencia, tradición y renovación en la obra de Vicente Quirarte (Tirant lo Blanch / Universidad Autónoma del Estado de México, 2019). Cada domingo comparte sus líneas de investigación en el blog Poesía mexicana contemporánea. 

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