TEXTOS CARDINALES Las edades de Lulú (fragmento), de Almudena Grandes

ALMUDENA GRANDES (Madrid, España, 7 de mayo de 1960 - Madrid, España, 27 de noviembre de 2021). Se dio a conocer en 1989 con Las edades de Lulú, XI Premio La Sonrisa Vertical. Desde entonces el aplauso de los lectores y de la crítica no ha dejado de acompañarla. Sus novelas Te llamaré ViernesMalena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles, Castillos de cartón y El corazón helado, junto con los volúmenes de cuentos Modelos de mujer y Estaciones de paso, la han convertido en uno de los nombres más consolidados y de mayor proyección internacional de la literatura española contemporánea. Varias de sus obras han sido llevadas al cine, y han merecido, entre otros, el Premio de la Fundación Lara, el Premio de los Libreros de Madrid y el de los de Sevilla, el Rapallo Carige y el Prix Méditerranée. Su novela más reciente, Inés y la alegría, ha merecido el Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Con ella inauguraba la serie Episodios de una Guerra Interminable, cuya segunda entrega es El lector de Julio Verne.

Eran conmovedores, conmovedores absolutamente, por encima de cualquier otra cosa, conmovedores más que hermosos, conmovedora su carne, deglutible, y su piel bronceada, el vientre duro y liso, el pelo muy corto, belleza conquistada milímetro a milímetro, sudor y más sudor para prolongar la adolescencia más allá de los veinte, de los treinta quizás, eran adolescentes crecidos, niños grandes, una pequeña pandilla de jovencitos aburridos, están tan solitos, pensé, se aburren, pobrecitos, y se entretienen de la única manera que saben, con sus enormes sexos enhiestos, el único juguete a su alcance, se masajean, se besan, nunca en la boca, se acarician pero no se abrazan, se miran, se gustan, no pueden evitar gustarse, les sorprendí alguna vez palpándose los músculos, frotándose los brazos, comparándose con el compañero que estaba a su lado, mirándole de reojo en el curso de sus juegos, eran deliciosos, conmovedores, me hubiera gustado consolarles, recogerles entre mis brazos y apretar fuerte, me inspiraban una especie de furor maternal, me conmovían hasta los huesos, parecían tan jóvenes, y eran tan hermosos, perfectos, aunque seguramente me rechazarían, rehusarían mis abrazos y mi afecto, déjanos en paz, dirían, ya somos mayores, nosotros sabemos divertirnos solos, a nuestro aire, serían egoístas y soberbios, como todos los jovencitos, tontitos, y volverían a sus juegos, a cabalgarse los unos a los otros, era conmovedor verles jugar, una pandilla de adolescentes eternos, intercambiándose los papeles entre sí, sonriéndose, provocándose, rechazándose incluso, a veces, ay déjame, en serio, déjame, no quiero, no está bien, uno de ellos era un comediante nato, miraba a sus amiguitos con ojos asustados, medrosos, él no quería, y ellos se relamían ante él, eran encantadores, tan divertidos, los dos se acariciaban el uno al otro, estaban muy graciosos, de pie, tan formalitos, un brazo colgando a lo largo del cuerpo, el otro tendido hacia el cuerpo del otro, los dedos enredados en los pelos del otro, se tocaban recíprocamente, se estimulaban con sus manitas, y advertían al pequeño cobarde que permanecía encogido en el sofá, tapándose los ojos con una mano entreabierta, miraba por la rendija, qué tramposo, te lo vamos a hacer, sí, sí, te lo vamos a hacer, es inútil que te resistas, y se reían a carcajadas, eran conmovedores…


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